(Imagen tomada del reportaje Winterda)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Revelación extemporánea

 

Aunque prescindamos del vasto catálogo de los dudosos homínidos y homos anteriores, sucede que el hombre lleva sobre la tierra al menos 30.000 años. De esa antigüedad puede ser el homo sapiens-sapiens, porque no parece ser otro que el conocido hombre de Cro-Magnón. Éste sea, quizás, el primer hombre, pues parece que fue el primero en presentar una morfología corporal similar a la del hombre de hoy, el primero en dar culto a los muertos, instituir la familia, descubrir el arte y otras cuantas cosas más. Y también sucede que Abraham, a quien Dios (según la Biblia) se reveló e inició con él y su descendencia la alianza, es de hace sólo unos 4.000 años. Entre una y otra fecha hay nada menos que la friolera de 26.000 años, en los que miles de generaciones de hombres no han tenido noticia alguna del Dios de los cielos. Pero más aún: siendo la revelación solamente al pueblo judío, aunque Jesús de Nazaret, 2.000 años más tarde, lo universalizó todo, y Mahoma, otros 600 años después, hizo lo mismo, esta es la fecha en la que un importante sector de la humanidad sigue sin recibir tal mensaje. Sumado todo, arroja una cifra escalofriante de hombres para los que la revelación no ha existido jamás.

 

La cuestión que plantean los ateos es qué clase de Dios es el que comete un error de bulto tan gigantesco, en cuanto al hecho primordial de darse a conocer a sus criaturas. Evidentemente, también podría no haberse anunciado, Dios no puede estar obligado a nada. Pero parece elemental que, decidido a dar la noticia, no debería dejar a nadie fuera de la misma, y menos todavía a una mayoría tan clamorosa. ¿Es justa esa discriminación? ¿Tienen acaso las mismas posibilidades de salvarse los que han recibido el mensaje y los que murieron sin conocerlo? Y aunque se nos dijese que sí, que no es imprescindible para la salvación, ¿es tal cosa ni justa ni lógica? Evidentemente, parece que no. Y también parece que un descalabro de este tipo se suma a los demás que apuntan en la misma dirección, la de que no puede existir un Dios que comete tantos fallos.

 

Este autor está plenamente de acuerdo con lo objetado en los dos párrafos anteriores, pero no, por supuesto, porque nada de eso ponga en duda la existencia de Dios (que es a lo que apunta el ateísmo), sino porque el lastimoso tema de la revelación, a través del profetismo mesiánico, constituye un auténtico mito del que Dios jamás se ha valido para revelarse al hombre. La razón de esto, al final, en el Resumen.

* * *

 

Marx.- Parece que no te inquieta demasiado el problema.

 

Lutero.- Claro que no. La respuesta es tan breve que puedes ir preparando otro argumento que le siga, porque éste tiene muy poco que comentar.

 

Marx.- No sé si poco o mucho, pero estoy esperando.

 

Lutero.- ¡Ay, la lógica de los hombres! ¡Siempre el mismo escollo!

 

Marx.- No me vengas con que la lógica de Dios es diferente. Ya me lo has dicho un montón de veces, y la última hace nada.

 

Lutero.- Pero tú pareces no haberlo oído nunca. "Apártate de mí, Satanás, porque piensas como los hombres, no como Dios". Con estas palabras contestó Jesús a Pedro cuando intentaba persuadirlo para que no se entregase a la cruz. Con la misma lógica humana de Pedro, le echas tú ahora en cara que vino al mundo demasiado tarde.

 

Marx.- Ya me has dicho que en tu celestial eternidad no hay tiempo, ya lo sé, pero una noticia al género humano no es cosa de la eternidad, sino del mundo, y los que no llegaron a tiempo de tan magnífica noticia, es que no llegaron a tiempo, y punto. ¿Qué sapientísima explicación vas a darme a eso?

 

Lutero.- Pues que, según tu razonamiento, los que más se salvaron fueron los once apóstoles, porque ellos vivieron en contacto directo con la noticia en persona, que era Jesús. Y quizás por delante de ellos estará Moisés, que recibió las Tablas de las manos mismas del Padre eterno (según la Biblia judía). Pero los pobres del Cro-Magnón serán los últimos, porque jamás oyeron revelación ninguna. Según tu lógica, el hombre no pone nada de su parte, es un espectador, o mejor, un pasmarote. Su salvación depende de mensaje sí o mensaje no.

 

Marx.- Más que heresiarca eres un maximalista, todo lo llevas al extremo. Claro que no depende solamente del mensaje, ya lo sabemos, pero no por eso vas a negar que los siguientes han tenido más suerte que los anteriores.

 

Lutero.- Evidente. Véase tu caso concreto. Conoces todos los mensajes y por eso eres tan creyente. Y lo tuyo no es nada. Tomás necesitó meter los dedos en las llagas para creer, a pesar de tener al Resucitado delante, a pesar de que se lo habían advertido antes diez compañeros. Si fueras matemático en vez de filósofo, habrías hecho una de esas ecuaciones que tanto gustan ahora, "salvación directamente proporcional a revelación".

 

Marx.- Déjate de gracias y dime si eso es justo.

 

Lutero.- Me dejo de gracias y te repito lo que ya te dije en el argumento anterior: los mensajes no sirven para nada, Karl, para nada absolutamente. Al principio de este libro está escrito que lo que rige al hombre es la verdad que siente, no la verdad que comprende. Si tu corazón es duro, ni aunque el mismo Dios baje en persona a decírtelo creerás. De hecho, Jesús bajó y los suyos no le creyeron. ¿Qué mayor prueba de que los testimonios no sirven de nada? ¿O es que puede haber un mensajero mejor que el propio Jesús?

 

Marx.- Dime tú entonces para que demonios bajó, porque si era Dios debería saber que el corazón del hombre es así. ¿Para qué se molestó entonces en bajar?

 

Lutero.- ¿Por qué me preguntas tú lo que Él mismo ya dejó dicho? Abre de nuevo los Evangelios, aunque no lo hayas hecho desde niño, y lee otra vez la última cena, la noche en que iba a ser entregado.

 

Marx.- Redimió, bien, redimió; pero también reveló a ese supuesto Padre bendito de los cielos. No me discutas lo que toda la Iglesia repite.

 

Lutero.- La revelación es inevitable en boca de quien ha bajado a salvar al hombre, no tenía por qué ocultarlo. Si es a eso a lo que te refieres, de acuerdo. Pero aún así y por mucho que le den vueltas ahí abajo, todo lo que sea revelación es innecesario: primero, porque como tú mismo has dicho, fue tarde en el tiempo y dejó fuera a la mayor parte de la humanidad; y segundo, porque ya sabía el resultado, el fracaso que iba a ser. La principal (por no decir la única) razón de su venida al mundo fue la que quedó patente con su muerte: la cruz, la redención.

 

Marx.- Pues que yo sepa, estamos en lo mismo. Su palabra o su cruz, me da igual, las dos llegaron tarde.

 

Lutero.- ¡Karl!, ¡Karl!.... Llegó tarde la noticia porque fue en el mundo. La redención no, la redención es en la eternidad y allí no hay tiempo. Recuerda sus palabras de esa noche: "...... por vosotros y por todos los hombres".

 

Hubo un instante de silencio.

 

Lutero.- Pero también es cierto lo que antes dijiste. Aquel Hombre-Dios recorrió Galilea anunciando "Siempre se os ha dicho..... pero yo os digo..... " y lo cambió todo. Echó abajo el viejo orden de Yahvé y edificó uno nuevo de amor y de perdón sin límites.

 

Marx (ácido, sarcástico).- "Perdón setenta veces siete". Pero a los pobres pigmeos de África nadie les enseñó a perdonar.

 

Lutero.- ¡Cuántos pigmeos de África estarán delante de ti y de mí allí arriba, a pesar de no haberlo oído jamás! -y añadió, de improviso- ¿Has leído la Relatividad de ese doble compatriota tuyo, el de la corbata de pajarita?

 

A Marx le desbarataba este tipo de salidas del fraile.

 

Lutero.- No sé si lo relativo será la última palabra en física, pero desde luego sí en la justicia de la eternidad. No importa cuántos talentos recibiste, importa solamente qué es lo que hiciste con ellos, sean muchos o sean pocos. Puede ser que el que recibió el mensaje no lo aprovechó, y quien no lo recibió se pasó la vida cumpliéndolo al pie de la letra, sin saberlo. Creo haberte dicho que eres un buen hombre y serás premiado, a pesar de que presumes de ateo.

 

Marx.- Juegas con ventaja. Llevas demasiados siglos pensando, preparando esta discusión. Te he echado en cara que la revelación fue injusta por tardía, y has acabado diciéndome que las revelaciones no sirven para nada. ¡Qué disparate! Y lo malo no es que escandalices a los tuyos con tus afirmaciones, lo cual a mí me trae sin cuidado; lo malo es que has conseguido que en estos momentos me sienta judío otra vez. Con tus palabras, negando la historia de la revelación, estás negando la historia de mi pueblo.

 

Lutero.- Comprendo que no te guste lo que digo. Yo no soy judío, y me costó más de una lágrima desprenderme de ese Antiguo Testamento que me inculcaron desde niño con tanta severidad. La verdad es que ni un solo renglón de las profecías se cumplió luego, si no es con una interpretación interesada y retorcida, ni Dios tampoco necesitó nunca mensajeros. Él suele dirigirse directamente al corazón de cada hombre.

 

Marx.- ¿Y qué es lo que pretendes? ¿Que ese Libro Sagrado es un puro invento de mi gente?

 

Lutero.- Pienso que, a lo mejor, la historia de la salvación se iniciase en Abraham, aunque la verdad es que no lo creo. Pero, en todo caso, le habéis mezclado a Dios tanto con vuestra historia, os lo habéis apropiado tanto y lo habéis manipulado tanto que resulta irreconocible. No sé si conoces el gnosticismo.

 

Marx estaba pensativo, casi ausente.

 

Lutero.- Hablaba contigo, Karl. Te preguntaba que si conoces el gnosticismo.

 

Marx.- No, no..... Jamás me ha interesado la religión.

 

Lutero.- Aunque Dios es único, los gnósticos distinguen la primera dualidad entre Él y su Pensamiento. Por emanación de ese Ser Perfecto pero dual, van apareciendo otras parejas, llamadas "eones", y todo ello junto constituye la divinidad absoluta o "Pleroma". Pero el eón Sabiduría pecó y apareció la materia, que encarna la maldad. Tenemos así una divinidad absolutamente alejada e inaccesible, el Pleroma, y un hombre dividido entre el bien, que es su naturaleza espiritual, y el mal, que son su cuerpo y el mundo. Cristo es el eón divino encargado de salvar al hombre, pero no muriendo por él, sino revelándole cual es su verdadera patria, el Pleroma. La salvación se alcanza sólo con tener conciencia clara de esta verdad.

 

Marx (escéptico y aburrido).- Muy interesante.

Lutero.- ¡Cómo puedes decir que es muy interesante! Es una creencia indigerible, rebuscada, artificiosa y completamente absurda, que además comete errores de bulto, como pretender saber cómo es Dios.

 

Marx.- Como quieras. Te he dicho que no me interesa.

 

Lutero.- A mí tampoco.

 

Marx se sintió desconcertado, como siempre, con estas salidas inesperadas.

 

Lutero.- No nos interesa lo más mínimo ni a ti ni a mí, pero te lo he contado porque hay una cosa que sí que me llamó la atención poderosamente. Al hablar de este mundo perverso de la materia, emanado por el eón Sabiduría, dicen los gnósticos que Sabiduría se arrepintió y se reintegró al Pleroma, y que fue un dios inferior, un demiurgo, quien modeló el mundo cómo es. Este Demiurgo, por tanto, es un diosecillo lo suficiente poderoso para modelar el universo con la materia, pero infinitamente por debajo del único Dios verdadero del Pleroma, al cual, además, desconoce. Sin duda te ha sonado todo ello estrambótico. Pero lo que no te figuras es a quién identifican los gnósticos con ese dios menor que modeló el mundo, y que además se cree el auténtico dios, aunque no lo es.

 

Marx.- Lo identifican con el Yahvé de la Biblia.

 

Lutero.- Dices que no, me has dejado que te lo cuente y resulta que ya lo conocías.

 

Marx.- Jamás en la vida lo había oído. Pero no podía ser otro, por tus palabras.

 

Lutero (lamentándose).- ¡Ay, Yahvé, Yahvé! Todo lo di por bueno entonces; ahora ya no. Arrancarse un prejuicio tan gordo del corazón es más doloroso que arrancarse una daga.

Marx.- Pues tú me dirás. Si esa revelación no es cierta y tu Galileo tampoco vino realmente a eso, es que vuestro amantísimo Dios Padre no se ha dignado, jamás, comunicarle a la infeliz criatura que existe y que está allí arriba. En tal caso, ya no se trata de que la revelación haya sido extemporánea, sino de que ha sido inexistente.

 

Lutero.- No, no, Karl, ya te dije que no sirven para nada los mensajes, pero que hay una revelación infalible: la que puso en el corazón de cada hombre, la que puso en aquel primer hombre que enterraba a sus muertos con ofrendas, esperando un más allá de la muerte, a pesar de que nadie le anunció nada nunca. El hombre intuye a Dios, necesita a Dios, sabe que Dios existe, sin necesidad de que ningún mensajero baje a decírselo.

 

Marx (siguiendo el propio discurso del fraile).- ..... Intuye a Dios en la naturaleza, en la verdad de las cosas, en los principios inmutables de las ciencias..... No sé si te suena. Es la teoría de las "verdades eternas", de un tal San Agustín.

 

Lutero.- Así es. No hace falta escuchar a nadie, ni a Ezequiel ni a Jeremías, ni todos los profetas del mundo te van a convencer nunca. Mírate en tu interior, en tu conciencia. Esa es la auténtica revelación que Dios te ha dejado de sí mismo.

 

Marx.- Resulta evidente que aquí falla algo, porque si esa es la auténtica revelación y es tan palpable, no se comprende por qué diablos unos la sienten y otros no la sienten. ¿Dónde está entonces mi conciencia, amigo mío? ¿De qué pasta está hecha tu conciencia y de qué pasta la mía?

 

Lutero.- De la misma. No me digas que tú no distingues entre el bien y el mal. Deja ese absurdo para Nietzsche

 

Marx.- ¡Qué tontería! No pretenderás que yo soy un depravado, que no sé distinguirlos y que no procuro el bien.

 

Lutero.- Lo que pretendo es recordarte que lo practicas a ciegas, sin haberte parado nunca a pensar que esa ley moral, que tan celosamente guardas, ni es ley de la naturaleza ni tiene ningún sentido en una vida que acaba con la muerte.

 

Marx.- ¡Como no! Vosotros siempre os escapáis al más allá para explicar las cosas del más acá. Ya lo hablamos, y te dije que el bien es una inclinación natural, algo enraizado en lo más íntimo del hombre. Lo cumple porque es algo suyo. No importa si es ley de la naturaleza o no, si la muerte mata del todo o no.

 

Lutero.- No sé si has leído a Heidegger. La voz de la conciencia está en el hombre, pero se produce un hecho insólito: ese hombre que cree ser su propietario y la oye, resulta que no es capaz de callarla. Es como un molesto testigo que no está dentro, que está fuera y frente al hombre, como algo que no sea suyo, que le hayan mandado desde más allá. No hay forma de callarla cuando acusa.

 

Marx.- Entonces, esto es como lo de la división de la fe en mil religiones, también viene de lejos, pero viene en pedacitos. Si la conciencia del bien y del mal viene de Dios, es que Dios sigue haciendo las cosas fatal, porque lo bueno y lo malo resulta que jamás han estado en las mismas cosas. Depende de la cultura. Lo que era pecado en tu siglo no lo era en el mío, y lo que era pecado en nuestra Alemania no lo era en la India.

 

Lutero.- ¡Karl, Karl, por favor! Nunca pensé que confundieras la materia concreta del bien y del mal con la facultad de distinguir el bien y el mal. No se trata de cuáles cosas son las buenas y cuáles las malas. Eso depende de cada cultura, es cierto. Se trata de que todos los hombres de todas las culturas, sin excepción, llevan impresos en el alma el bien y el mal, no importa cuáles sean éstos en cada momento y en cada lugar.

 

Marx.- No sé lo que diría Heidegger sobre la voz de la conciencia, pero también la oímos los que no creemos. Para hacer el bien no hace falta, para nada, ni ser creyente ni esperar ningún más allá.

 

Lutero.- Te recuerdo que ya hablamos de esto, y te dije entonces que si la meta está en la muerte y detrás no hay nada, afanarse en el bien mientras se camina, es lo mismo que hacer el recorrido con un globito de colores en la mano. Quedará muy mono, pero no sirve para nada.

 

Marx.- ¡Qué insensatez! Se ama por amar, no por ninguna eternidad que nos esté esperando como premio.

 

Lutero.- Siempre contestáis la misma tontería. Os presentáis como los únicos desinteresados, practicantes del bien sin esperar nada a cambio.

 

Marx.- Y así es. La vuestra es una moral interesada, que espera su paga.

 

Lutero.- El bien que espera ser pagado deja de ser bien. Quien convierte su moral en mercancía, nunca será pagado.

 

Marx.- Entonces, si no lo hacéis por la paga, es que lo hacéis por necesidad, como nosotros, lo hacéis porque es una inclinación natural en el hombre.

 

Lutero.- Por supuesto. Es la ley peculiar del hombre.

 

Marx.- Hasta ahí quería yo llevarte. Si todos, creyentes o ateos, hacemos lo mismo y por la misma razón, ¡Qué necesidad hay de creer en Dios!

 

Lutero.- ¡Jamás acabarás de enterarte, jamás! No se trata de cuál es la causa por la que se practica el bien, ni si estará premiado o no. Atiende, Karl, por favor: se trata de que la ley que rige en la naturaleza a todas las criaturas es la ley depravada de Nietzsche, la ley del predador, del más fuerte. Cuando el hombre, contra sus propios intereses, hace todo lo contrario, ama, practica el bien y se sacrifica por otro, conducta absurda llamada ética, está actuando de forma antinatural contra sí mismo, está quebrantando la sagrada ley de la naturaleza.

 

Marx.- ¡Si ya lo hemos dicho, lo hemos repetido hasta la saciedad! Es su ley particular, la ley del hombre, que es criatura diferente a las demás criaturas.

 

Lutero.- Gracias, Dios mío, por echarme esa mano- dijo, mirando hacia el cielo.

 

Luego se volvió hacia su compañero y continuó:

 

Lutero.- A ver, amigo del alma, sígueme: si el hombre es diferente a las demás criaturas y además se rige por una ley diferente de la ley del mundo, tú mismo estás reconociendo que tiene que haber otra realidad que no es el mundo, a la cual pertenece esa ley exclusiva del hombre. Y que yo sepa, esa otra realidad diferente no puede estar nada más que después de la muerte, que es cuando el hombre sale del mundo..... con tu permiso y si al fin eres capaz de admitirlo, porque me dejas agotado.

 

Resumen:

 

Ateos.- De los, cuando menos, treinta mil años de historia del hombre sobre la tierra, la revelación monoteísta, a través de los profetas, solamente ha abarcado los últimos cuatro mil años, ha llegado tan tarde que ha dejado fuera a la inmensa mayoría de las generaciones. Una revelación así de extemporánea no puede ser auténtica, porque eso supondría un dios arbitrario.

 

Autor de este libro.- Es que esa forma de revelación no es cierta, por mucho que lo repita la Iglesia, incapaz de evadirse de la penosa, forzada y abrumadoramente incumplida exégesis que de los textos bíblicos se ha venido haciendo. La revelación no la hace Dios de forma limitada, con mensajeros en lugares y momentos históricos determinados, ni los mensajes en esto de sirven de nada. La revelación la ha dejado Dios sembrada, directamente, en el corazón y en la conciencia de cada hombre, que es lo único que asegura su universalidad.

 

El profetismo mesiánico es un mito, jamás se ha cumplido, ni la misión de los profetas era, ni es hoy, la revelación, sino la denuncia de la sociedad de cada tiempo. Tampoco Cristo vino a revelar, que sería revelación injusta por tardía, sino a redimir, que es sacrificio intemporal y acoge a todas las generaciones.

 

Para mayor análisis, consultar mi libro Teosofía de la Verdad, capít. VI.

 

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© Gregorio Corrales.

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