(Imagen tomada del reportaje Winterda)
El reciclaje de la muerte
Según el planteamiento de este Lutero
"reciclado", tan moderno, la obra de la Creación es exclusivamente
espiritual (recordemos: la materia es un espejismo y el tiempo es una ilusión
en los que cree vivir el alma, única creación de Dios). Esa Creación, sin que
falte ni la última de sus criaturas, a medida que va abandonando el sueño en
el que está sumida, se incorpora a la única realidad existente, la eternidad.
Es una sinfonía en la que ni la más breve de las notas puede faltar, la
echaría de menos el Autor. En lo que Él hace, nada sobra y nada falta. No
sólo el hombre, como siempre se ha dicho, toda la Creación es inmortal,
porque toda la Creación es espiritual y es obra suya. Aquí abajo, mientras dura el sueño del mundo, el cuerpo de cada ser
vivo permanece como una unidad diferenciada del resto de la materia, hasta el
momento en que es abandonado por ese impulso vital (Creación) que lo ha
formado y gobernado. A partir de ese momento, la materia no puede hacer otra
cosa que retornar a su ciclo natural, descomponiéndose en los elementos
simples que la integran. Polvo eres y
al polvo volverás. Es el ciclo de la energía en su incesante
transformación física. Pero ¿qué pasa con ese impulso vital que la levantó
del polvo? Obviamente, no puede descomponerse porque no es materia. Hemos
dicho que, liberado del sueño, vuelve a la eternidad desde la que fue creado.
Según la cita bíblica, .... arderán los
cielos, se fundirán los elementos, y una tierra y un cielo nuevos vendrán....,
algo así como una forma peculiar y concreta dentro de la eternidad, un nuevo
Paraíso. Para los creyentes, el detalle de cómo será esa nueva realidad es intrascendente.
Lo único interesante es saber que se acabará la pesadilla llamada mundo y
volveremos al seno del Padre eterno. En la controversia que se va a iniciar, sin duda Marx
insistirá en que lo espiritual no existe. Dejemos a Lutero
que le rebata. Y también sin duda surgirá una prestidigitación insensata
inventada por el hombre, la “nada”. Dejemos a los dos protagonistas. * * * Lutero.- Y como es de
rigor, seguirás insistiendo en que lo espiritual no existe. Marx.- Por supuesto.
Usando las nuevas palabrejas de los científicos, lo que llamáis espíritu es
un simple epifenómeno de la materia. Lutero.- ¡Qué insensatez!
Los recuerdos, los sucesos, los amores, en definitiva los actos todos del
hombre..... Marx (interrumpiéndole).-
No sigas. Conozco un cajón donde archivar todo eso junto, la "experiencia
psíquica". Lutero dudó por un
instante, pero accedió. Lutero.- Bien. Aun
vinculándolo a la materia, como haces, estás reconociendo que eso existe. Marx asintió. Lutero.- Todo eso que yo
llamo lo espiritual y que tú puedes llamar como quieras, actividad psíquica o
epifenómeno de la materia, para mí, de entrada, lo importante es que
reconoces que existe, que está ahí. De momento no me inquieta tanto a qué
soporte lo vinculas, si al espíritu o al cerebro. ¿Cuál es la diferencia? Marx.- ¡Cuál ha de ser! Muerto
el cerebro, se acabó su actividad. Lutero.- Exacto, tú lo has
dicho, se acabó su actividad. Pero no cometerás el error inadmisible de
confundir actividad y actos. Si muere la fuente, cesa de manar agua, pero la
que ya salió sigue su curso y en alguna parte está, aunque sea en las nubes
del cielo. Dime, después de muerto ¿no siguen tus pensamientos por ahí, no
siguen vivos tu Capital y tu Manifiesto Comunista? ¿O es que han desaparecido
con tu cerebro, al salir del mundo para venir aquí? Marx.- No me plantees obviedades, no es lo mismo. Eso sigue porque está escrito. Lutero.- No, no; sigue
porque tú lo creaste. La historia de tu pueblo judío persistió durante siglos
antes de ser escrita. ¿No eras precisamente tú el que defendía, unas páginas
antes, que en el trabajo del hombre se queda parte del propio hombre? ¿No
decías que el empresario capitalista, al comerciar con la mercancía, comercia
con el propio obrero que la hizo, porque está en ella? En tus libros estás tú
mismo, Karl, porque nada de lo que se hace, se
anhela, se piensa y se siente desaparece, nada. Contra lo esperado, Marx se permitió el lujo de contestarle con sus propias
armas, con una cita evangélica. Marx.- "No quedará
piedra sobre piedra". Lutero.- Por supuesto que
las piedras no quedarán. El mundo físico no quedará porque no existe , es una
quimera, ya te lo he dicho. Marx (casi irritado).-
Bien, bien, sigue todo eso que hice flotando por ahí. Según tú, el mundo es
un inmenso cajón de sastre atiborrado de recortes inservibles. ¿Y qué? Lutero (elevando también la
voz).- Que el montón de todos esos recortes eres tú, precisamente tú. ¿Qué
cosa eres, dímelo? ¿No eres el montón de recuerdos de aquel niño que fuiste
un día? ¿No eres el montón de abrazos que diste a quienes amabas? ¿No eres el
montón de anhelos que tuviste por quemar el mundo y hacerlo nuevo? ¿No eres
el montón de horas escribiendo tus libros y soñando que alguien los leería?
¿No eres el montón de gratas conversaciones con tu amigo Engels?
¿Qué eres tú, Karl, dímelo, sino el cajón donde
están todas las fotografías de tu vida? ¿Qué eres tú, sino tu pasado? ¿Qué
significan tu hígado o tu cerebro? ¡Nada! Marx.- De acuerdo.
También soy todo eso- y añadió con énfasis-, pero he dicho
"también", ¿eh?. Ni prescindo del hígado ni menos del cerebro. Lutero.- ¡Menos mal! He
tenido que gritar para que lo comprendas. Pues si todo ese montón eres tú,
además del montón de tu cuerpo, y éste desaparece descompuesto cuando mueres,
¿qué pasa con el otro montón, que no puede descomponerse porque no es de
materia? ¿Qué pasa con el agua que manó antes de que la fuente se secase, y
anda por ahí? Marx.- No lo sé, Martín,
no me interesa. Seguirá en el mundo de alguna forma. Lutero.- Vamos progresando.
Además del siempre intocable cuerpo, has sido capaz de reconocer que la
persona también es todo ese rastro espiritual que sigue en alguna parte,
aunque sea en medio del mundo, como un fantasma. Vamos progresando. Marx.- ¡Qué ridiculez!
Los fantasmas no existen- y añadió casi seguido- Me has empujado a ceder,
pero sigo sin estar de acuerdo. Admito lo primero, solamente lo primero, que
también soy yo ese otro "montón" de cosas al que vosotros llamáis
lo espiritual. Lo admito. Pero sigo insistiendo en que eso surge de la
materia, aunque permanezca luego en la memoria de la humanidad porque no
pueda descomponerse como la materia se descompone. Lutero.- ¡Qué barbaridad,
querido filósofo! Acabas de decir que lo imperfecto, el cuerpo que muere por
corrupción, es capaz de parir a lo perfecto, lo espiritual incorruptible. Marx lo pensó un instante
y completó el pensamiento de su oponente. Marx.- ..... De donde se
deduce, inmediatamente, que eso espiritual reside en otro "yo" que
no es el cuerpo, al que llamáis alma, o mejor aún, espíritu. Puedo ayudarte en
el desarrollo de tus pensamientos porque se ven venir. Lutero.- Te dije antes que
lo imperfecto, el cuerpo que muere por corrupción, no puede parir a lo
perfecto, lo espiritual incorruptible. Te digo ahora que será al revés, será
ese yo perfecto y que no se corrompe el que alumbra a lo imperfecto, al
cuerpo. Marx.- ¿Vas a tener ahora
la osadía de decirme que el espíritu es capaz de fabricar a la materia? Lutero.- Sabes que no. No
he dicho que “fabrica”, he dicho que alumbra, en el sentido estrictamente
literal de la palabra. Alumbra a la materia, la ilumina, la organiza, la
alienta, le regala la vida. ¿Puedes decirme, si no, cómo se organiza la
materia sola? Marx.- Paso a paso, a lo
largo de quince mil millones de años. Es una carrera incesante de perfeccionamiento. Lutero.- Eso ya lo
discutimos en el capítulo de la evolución. Baja a algo más concreto y dime
dónde reside el secreto. Coge al hombre, que es lo más perfecto, y dime cómo
se organiza materialmente. Marx.- Esa es una
pregunta necia. Pero si tienes el capricho de que te conteste, el hombre no
es ninguna excepción. Como todos los seres vivos, es un conjunto de órganos
especializados en funciones y perfectamente coordinados. Lutero.- Eso es justamente
lo que quiero saber, qué órgano material es el que los coordina. Marx.- También lo sabes,
el sistema nervioso. Lutero.- Pero el sistema
nervioso tiene partes. Dentro del cerebro, cada lóbulo y cada región dirige
una facultad: aquí la de oír, allí la motriz, más allá la de pensar..... Marx.- Pero todas
íntimamente ligadas unas con otras. Es un todo unitario. Lutero.- En ese caso,
cualquier lesión, por pequeña que fuese, provocaría la muerte total del
sujeto, y tú sabes que no es así. Según donde se lesione, puede ir perdiendo
las facultades una a una, sin que se afecte el resto. Marx.- Tú quieres saber
dónde está el alto mando, la sala de control. Pues, como no podría ser de
otra manera, en lo más íntimo de la materia. Debajo del cerebro, en lo más
escondido, el hipotálamo y el bulbo raquídeo tienen la llave definitiva de la
existencia total del individuo. Lutero.- No es cierto. Esos
dos controlan a todos los demás órganos físicos, a toda la vida vegetativa,
pero no a la vida consciente, no a la totalidad del ser. Un hombre puede
pasar el resto de su vida en coma, funcionándole a la perfección el
hipotálamo y el bulbo, y por tanto respirando, digeriendo,
defecando, pero inconsciente para siempre. ¿Dónde reside el alto mando? Marx.- Nunca se me
ocurrió estudiar medicina para acudir a este debate, te lo confieso. Lutero.- Ni a mí tampoco.
Pero no hace falta ser médico. Todo el mundo sabe que los directores de las
diferentes funciones están repartidos en el sistema nervioso, pero todo el
mundo sabe también que no existe ningún punto concreto donde encontrar al
Director de los directores. Eso que has llamado el alto mando, la sala de
control definitiva, no está en parte concreta ninguna del cuerpo del hombre. Marx.- No te molestes
Está clara tu conclusión. Lutero.- El sistema
nervioso es un prodigio de complejidad y de armonización, pero ¿dónde está el
armonizador? ¿En cuál de sus infinitos puntos se esconde el director de
orquesta? En ninguno, la ciencia no lo sabe sencillamente porque ese sabio
director no es materia, no ocupa lugar, es espíritu y se llama alma. Marx.- Quieres forzarme a que te dé la
razón. Lutero.- No, no, es la
propia verdad la que te fuerza. Tú solo te metes en callejones sin salida
negándola. Marx.- Sabes que sí que
hay una salida. Lo sabes porque conoces el ateísmo materialista. Lutero.- Te has demorado en
sacarla. Estoy desde el principio esperándola. Marx.- Vosotros contáis
con que todo lo espiritual está en alguna parte por fuerza. Nosotros contamos
con que sólo es eterna la materia, y todo eso otro tan..... ¿Cómo lo
calificaría yo?....... tan sutil, lo que llamáis lo espiritual, una vez
desvinculado de la materia, se disuelva en la nada. Así es que me retracto de
haber admitido antes que ese "cajón de sastre, atiborrado de
recortes" que son mis actos, ande para siempre por ahí. Muerto el
cuerpo, lo demás se disuelve en la nada Lutero.- Lo siento, Karl, pero la nada no existe. Marx.- También sabía que
ibas a contestarme eso. Lutero.- ¿Qué es la nada?
La negación de la existencia, lo que no existe. Así es que proclamar la
existencia de la nada, es proclamar que "existe lo que no existe".
Es inútil discutir esa payasada porque no tiene fundamento ninguno. Está bien
para el lenguaje de la calle, pero es indigno en un filósofo. El concepto de
la nada es un invento del pensamiento del hombre por contraposición al
concepto del ser, que es lo único que existe. Marx.- De acuerdo. Muy
bien, muy bien, de acuerdo. Entonces, por el mismo tipo de lógica, el
concepto de tu Dios infinito es otro invento por contraposición al concepto
del ser finito de las cosas del mundo. Lutero.- Para ser finito o
infinito hace falta, en los dos casos, "ser". En eso no se
contraponen, tanto Dios como las criaturas "son". Todo lo que el
hombre conoce, lo conoce porque es, porque existe; y todo lo que es capaz de
intuir o imaginar, exista o no exista en la realidad, también tiene un
contenido, es algo determinado, aunque sólo sea en el mundo de las ideas. En
definitiva, lo conozca o lo imagine, no existe nada más que el
"ser". ¿Qué fundamento tiene el hombre para pensar en la existencia
del no-ser? Marx.- Tú mismo acabas de
decirme que todo lo que el hombre sea capaz de imaginar tiene un contenido,
es algo determinado. Pues bien, si todo el mundo es capaz de imaginar la
nada, será también la nada algo determinado. Lutero.- Hoy no estás fino,
Karl. Lo que tú imaginas cuando piensas en la nada
no es la nada, es el vacío, que es otra cosa. Cuando piensas en la nada, lo
quieras o no lo quieras, estás imaginando un sitio determinado en el cual no
hay nada, porque es absolutamente imposible para el hombre pensar en algo que
no esté encuadrado en el espacio. Pero es que un sitio determinado en el
espacio ya es en sí mismo una realidad existente, es eso, es espacio; y si
dentro de él no hay nada, es que está vacío, no que sea la nada. Marx.- ¡No está mal,
hombre! No podemos imaginar la nada, pero a Dios sí. Lutero.- No, no, de ninguna
manera, tampoco podemos, por eso justamente no sabemos cómo es. De Dios
solamente podemos saber que existe, que es lo que estamos discutiendo, como
de la nada podemos saber que no existe. Marx se incorporó y dio
unos pasos, con las manos a la espalda, desolado. Marx.- Abusas demasiado.
Comenzaste por decirme que el mundo de la materia, mi dios, el dios de los
que no creemos, es un puro espejismo. Ahora me dices que la nada tampoco
existe. ¿Qué es lo que existe para ti? Dios, nada más que Dios, claro. Con
eso lo arreglas todo. Lutero.- Y lo que Dios
tiene a bien crear: tu espíritu, el mío. ¿Cómo es si no que estás discutiendo
conmigo estas cuestiones, si tu cuerpo se ha quedado abajo y ya no quedan de
él ni los pelos de la barba? Marx.- Sospecho entonces
que no soy cosa tan deleznable como tú pintas al hombre, mientras anda por el
mundo. De momento, al menos, estoy donde estás tú. Lutero.- Si con deleznable
te refieres a torpe, lo admito. Mientras anda por el mundo, el hombre es
simplemente estúpido, no malo. Hasta el más indeseable, si de verdad pudiera
ver la fealdad de lo que hace, se transformaría. Marx.- A veces dudo si
realmente te das cuenta de lo que dices, porque si se peca por estupidez, no
por maldad, no puede haber condenación eterna. ¿Qué es del famoso infierno,
entonces? Lutero.- Dios ni juzga ni
castiga ni premia, por mucho que te hayan dicho lo contrario. Eso son cosas
propias del mundo, y Dios no es ni hace ninguna de las cosas que son y se
hacen en el mundo. Ya hablamos de ello, y te dije que la suerte final de cada
hombre es el resultado de sí mismo, conforme a las leyes eternas. Marx.- Lo recuerdo. Pero en
esta nueva teología que te has inventado, todavía no sé hasta dónde llega esa
suerte final de cada hombre. Aún no me has contestado. ¿Qué es del famoso
infierno? Lutero.- ¿Por qué me lo
preguntas? Te gusta tentarme, porque si han de cumplirse las leyes, lo sabes
igual que yo. El que se abraza al espíritu, asciende. Marx.- El que a mí me
interesa es el otro, el que se abraza al mundo. Lutero.- Pues que también
asciende, porque Cristo redimió a todos, incluso a ti, a pesar de tu
reticencia. Lo que pasa es que no todos ascienden lo mismo. Hay muchas clases
de salvación. Dios redime a todos porque es misericordioso, pero da a cada
uno la felicidad que merece porque también es justo. Marx.- No sé, no sé, pero
en esta teología tuya hay demasiadas lagunas. También me dijiste que Dios
está más allá del bien y del mal, ¿lo recuerdas? Pero ahí hay algo que
chirría. Porque el bien es la justicia, la honestidad, la sinceridad..... y,
más que nada, el amor. Si ahora resulta que Dios está más allá, es que no es
nada de eso, ni siquiera es amor. Es la mayor barbaridad que he oído entre
vosotros. Lutero.- En todo caso será
una barbaridad maravillosa, porque si el amor es lo mejor que conocemos y Él resulta
está por encima de eso, ¿cómo será entonces? Marx.- Sigue chirriando.
La supuesta encarnación de Dios, tu Nazareno, dejó un único mandamiento, el
amor. Lutero.- Hablábamos del
Creador, no de las criaturas. El amor, la honestidad y todas esas cosas son
el lenguaje con el que se manifiesta porque es lo mejor que el hombre conoce,
no porque sea el lenguaje propio de Él. ¿Qué es Dios en sí mismo? ¡Quién
puede saberlo! Un misterio que está por encima de todo, incluido el amor. Marx hizo un largo
silencio y luego se volvió hacia él y le dijo, con frivolidad: Marx.- No te figuras cómo
lo celebro, porque los jueces nunca me han gustado. Esa posible eternidad sin
castigos empieza a parecerme interesante, siquiera sea por pura curiosidad. El fraile le miró, quizás divertido, y le dijo en
el mismo tono: Lutero.- Pues no sé a qué
esperas para empezar a pensar en ello. ¡Vamos!, ¡vamos! Marx.- Mi amado amigo, una vez te dije que
más que un heresiarca pareces un profeta. Ahora tengo que añadir que tu
pensamiento tiene un cierto tufillo a hinduismo y budismo. Oyéndote, da la sensación
de que todo lo escribe el hombre y Dios permanece en las nubes. Lo único que
has añadido es que, en el momento final, aparece y redime al hombre, haya
hecho lo que haya hecho, da igual.. Lutero.- Iba a decirte que
Dios te conserve la vista, pero mejor será que te la repare. Las religiones
orientales creen en las reencarnaciones y en la disolución final de las almas
en un Todo Universal, tan aséptico que más bien es un Vacío Universal. Yo te
he hablado de un solo paso por la vida y de la unión de las almas con el
Creador en una gozosa eternidad. ¿Qué es lo que ves en común con los
orientales? Marx.- Lo que veo es al
Dios que pintas demasiado lejano, y al hombre como único protagonista de sí
mismo, porque, haga lo que haga, tiene el final asegurado. Lutero.- Te has quedado
sólo con lo que te interesa. Te dije que el Padre amoroso no condena, es
cierto, como ningún padre del mundo condena; pero también te dije que arriba
hay infinitas moradas. ¡Fíjate cuánto te juegas, según lo que hagas aquí! Marx (irritado).- ¡Contradicción
tras contradicción! ¡También me has dicho que mis culpas son por estupidez,
no por maldad! Entonces, ¿por qué no todos iguales allí arriba? Lutero.- Sé muy bien lo que
te he dicho. Eres necio, y si fueras capaz de ver la terrible fealdad de tus
actos en el momento no pecarías. Pero después de la borrasca llega la calma,
te quedas a solas contigo mismo, te ves cuál realmente eres y nada haces por
redimirte. No pecas cuando pecas, pecas luego, cuando te niegas a reconocerte
pecador y no cambias de senda. Tu pecado no es ser mísero, es encontrarte a
gusto y confortable en la miseria. Resumen: Ateos.- El principio
vital, lo biológico, emergió de lo físico en la evolución, es un epifenómeno
de la materia. Al descomponerse ésta con la muerte, nada queda del individuo.
se disuelve en la nada, aunque perdure en la memoria colectiva. Teístas.- Suponer que
la materia alumbró lo espiritual es suponer que lo imperfecto alumbró a lo
perfecto, y suponer que al final los dos se “disuelven” es desconocer que la
“nada” no existe y confundirla con el “vacío”. Ateos.- El cuerpo es
un perfecto engranaje físico en el que, interviniendo en las piezas, se
paralizan o se modifican las funciones. Es, por tanto, la pieza el origen de
la función y no al revés. Hay materia autoorganizada, no hay alma directora. Teístas.- Organización
sin dirección es un imposible. Las piezas y sus funciones no constituyen un
caos, sino un concierto organizado, luego existe necesariamente un director
del concierto. Pero la ciencia jamás ha encontrado un punto físico en el que
resida el tal director. Si la materia es espacio, pero el director no, es que
el director es ajeno a la materia. ---------------------------------- Esta publicación está destinada
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