(Imagen tomada del reportaje Winterda)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Existencia del mal

 

Te daré poder sobre todos los pueblos y sus riquezas serán tuyas, porque a mí me ha sido entregado y yo lo doy a quien quiero. Con estas palabras tentó Satanás a Jesús en la cima de una montaña, mostrándole los reinos de la tierra. ¿El mundo es de Satanás? Satanás dice que sí al tentar a Jesús, que el mundo es suyo. ¿No se nos ha dicho siempre que la vida es hermosa? ¿No es una maravilla la naturaleza? ¿No la admira y reverencia hasta la propia Iglesia, como “obra del Creador”?

 

Cualquiera con cierta edad y un mínimo de cordura sabe que la belleza de la vida no pasa de ser un deseo, una ingenua y bienintencionada idea, y en todo caso una encomiable actitud del hombre, que se afana en buscar el lado positivo de las cosas. La inmensa mayoría de los grandes pensadores han deplorado el sinsentido de la vida, unos aceptándolo sin más, otros aplazando la solución al más allá, y algunos otros proponiendo medidas para el trueque del valle de lágrimas en un auténtico paraíso terrenal, entre éstos nuestro invitado al debate, el señor Marx.

 

En cuanto a lo segundo, lo de que la naturaleza es maravillosa, tal cosa únicamente la dicen los naturalistas y los papanatas que repiten lo que oyen a los naturalistas. La naturaleza es maravillosa, sí, pero vista desde lejos, claro. El verde valle entre las montañas, las aguas inmaculadas del lago, la orgía de colores, la serena luz del amanecer.... El conjunto, visto en la distancia, la armonía del todo, son sublimes. Pero uno no tiene más que acercarse y comprueba, con espanto, que tan maravilloso equilibrio está orquestado sobre una fagocitosis despiadada e insaciable. La naturaleza es una fabulosa pirámide de predación, medio mundo devorando continuamente al otro medio, en una orgía de sangre que horroriza a cualquier espectador sensible. Quien, dejándose impresionar por ese perfecto equilibrio que impide la autodesaparición, proclame las excelencias del orden establecido, olvida lamentablemente lo más importante, que se trata de un orden no montado sobre el amor y la paz, sino montado sobre el barbarismo y la impiedad. La naturaleza es cruel y la vida en el mundo es frustrante y miserable. El mundo, efectivamente, como rezan las palabras bíblicas, es el reino de Satanás sin duda.

 

Y en cuanto a lo tercero, a lo de la naturaleza y el universo todo como “obra del Creador”, La Iglesia, en su ya proverbial parálisis, sigue anclada en las fábulas del Antiguo Testamento Judío. La imagen del mundo y del hombre perfectos y enteramente acabados desde su misma creación (Adán y el Paraíso, aunque luego se viniese todo abajo por el pecado), esa imagen duró lo que tardó la ciencia en demostrar que se trató de todo lo contrario, de una evolución desesperantemente lenta a partir de la explosión de un punto misterioso (Big Bang). Pero, bien mirado, este monumental patinazo es lo de menos, en comparación con lo que vendría después. Las conclusiones lógicas de la filosofía espiritualista sobre el espejismo del mundo material, unos siglos más tarde han sido refrendadas por los descubrimientos de la física moderna, la física llamada cuántica, en la que se viene a demostrar la absoluta entelequia de eso tan aparentemente consistente llamado “materia”. En el capítulo final de este libro podrás leer un breve resumen de esto, bajo el título Irrealidad del mundo material. El alma humana, única creación de Dios y única cosa existente, se desenvuelve en una “realidad” plenamente onírica, una especie de sueño, o mejor pesadilla, en la que cree vivir. Esto es todo lo que queda de aquel Paraíso y de este mundo actual de rascacielos.

 

Sueño o no, el mal está ahí. ¿Qué hacer con el mal? Los cortos de vista que postulan que la vida es hermosa y la naturaleza una maravilla no se plantean este problema, por supuesto, ya que ni siquiera son capaces de advertir la fealdad del mundo. Viven en una nube de ingenuidad, o más bien de simplicidad. Los otros, los demás, no saben muy bien qué hacer con el problema. La predación, el dolor, la frustración, las catástrofes, la enfermedad, la muerte..... Si son creyentes, lo aparcan. Ya habrá luego otra auténtica vida en la que el mal será desterrado. Si no son creyentes, suelen despachar la cuestión endosándosela precisamente al Dios de los creyentes, con una argumentación que viene a ser, más o menos:

 

·               El mal existe realmente. No es una simple carencia de bien, como parte de la teología ha mantenido. Es algo activo, operante, que constata la experiencia

 

·               Si Dios es el bien y lo ha hecho todo, una de dos: o es también el autor del mal, con lo cual tenemos un Dios perverso, o no es verdad que haya hecho todo y el mal existía ya frente a Él, con lo cual tenemos un Dios que realmente no es Dios, puesto que no es ni era único desde el principio.

 

·               Y si el mal ha surgido más tarde, por mano del hombre, que es la explicación favorita de teólogos, ¿qué clase de Dios es ése, tan incapaz de impedir que el mal cambie su obra, bajo la disculpa de la libertad del hombre?

 

El razonamiento es perfecto en su desarrollo. A la luz de la educación que el hombre de la calle que así piensa ha recibido, existen el bien y el mal, y si Dios es el bien, a ver qué hacemos entonces con el mal, porque está claro que éste es el que impera en el mundo. Aparecen, así, las posturas contrarias a Dios: la de los que niegan su existencia (a-teísmo) y la de los que no la niegan, pero reniegan de su esencia bondadosa (anti-teísmo).

* * *

 

Marx.- Estás muy callado. Deberías decirme sí o no, para seguir adelante.

 

Lutero.- Es tan gordo lo principal que tengo que decirte que lo dejo para luego. Pero de momento, claro que tengo una objeción. Las reacciones del hombre ante el problema del mal no son solamente esas dos que has citado, "O es que Dios no existe o es un Dios perverso". También hay quien piensa algo así como "El mal que veo aquí no puede ser definitivo. Tiene que haber justicia más allá". Sabes muy bien que entre los creyentes, cuanto mayor es el mal, mayor es la creencia.

 

Marx.-. Lo sé. Incomprensiblemente, de ese mismo hecho del mal otra parte de los hombres sacáis la conclusión opuesta.

 

Lutero.- Y además somos la parte mayor. La humanidad es teísta, no antiteísta. El argumento del mal nos lo habéis echado en cara desde siempre, y resulta que en todo caso debería ser al revés, si la cosa se decidiera a votos.

 

Marx.- No estamos discutiendo por qué los hombres son tan inconsecuentes y votan tan mal, estamos discutiendo si el mal niega al bien o no

 

Lutero.- Por lo pronto, esa pretendida ecuación que siempre tenéis tan dispuesta a soltarnos, "existencia del mal igual a no existencia de Dios", parece que es terriblemente vulnerable, ya que una mayoría, la de los creyentes, no pensamos así.

 

Marx.- Sigo sin saber si estás de acuerdo en que el mal existe, que es lo primero de todo. Gran parte de la teología cristiana, desde San Agustín, ha mantenido siempre que el mal realmente no existe, que no es nada, que lo que así llamamos no es otra cosa que simple carencia de bien. Según esto, como el mundo ha sido hecho por Dios (también habéis dicho eso siempre), y Dios es la bondad infinita (¡faltaría más!), transmitió necesariamente la bondad a su obra, pero de forma limitada, así es que no hizo las cosas enteramente buenas, sino solamente medio buenas, y lo que falta a las cosas para ser buenas del todo es lo que llamamos el mal.

 

Lutero.- Si me preguntas que si el mal es una realidad frente al bien, te digo que sí, que es algo activo, que San Agustín estaba equivocado. El mal es carencia de bien en la misma medida en que el bien es carencia de mal. Pero si me preguntas que si es algo absoluto, te digo que no, que no es nada, porque si el mundo es una pura pesadilla del hombre, por muy mal que lo pase, nada significa. El bien y el mal se acaban donde se acaba el mundo.

 

Marx.- Tan pronto decís que el mal realmente no es nada, como señaláis con el dedo al hombre y le cargáis ese fardo. Como Dios es bueno (¡faltaría más!), hizo al hombre libre, y mira para lo que usó la libertad el muy canalla.

 

Lutero.- La libertad es maldita- sentenció, rotundamente.

 

Marx.- En cualquier momento voy a solicitar que me traigan otro interlocutor que se atenga al guión, tú no paras de cambiarlo, es imposible saber a qué atenerse contigo. Tienes que comprender que resulta muy difícil debatir así, con un oponente que se salta de continuo con versiones que no son las que están en el libreto

 

Lutero (con una inevitable sonrisa).- Calma, hombre, calma. Dime cuál es el problema esta vez.

 

Marx.- ¡Cuál ha de ser!, que ahora resulta que la libertad es maldita. Estáis cansados de decir que hasta los ángeles envidian al hombre, precisamente por ser libre.

 

Lutero.- ¡Se dicen tantas estupideces! ¡Qué más quisiera el hombre que estar unido a Dios de forma necesaria, como los ángeles!

 

Marx (con ironía).- Claro, claro, es una desgracia. La libertad sólo sirve para pecar. Pero dime: el dolor, la enfermedad, las catástrofes, la muerte, ¿qué tienen que ver con la voluntad libre del hombre? Se le podrán echar en cara las guerras, y el injusto reparto de las riquezas, y hasta la contaminación del planeta; pero la lista de los males que nada tienen que ver con su libertad es abrumadoramente mayor. ¿Quién responde de eso? Cuando una riada o un terremoto se lleva miles de vidas, ¿dónde está la maligna mano del hombre?

 

Lutero.- No me hagas preguntas que ya están contestadas. La creación de Dios era perfecta y era para el hombre. Al pecar, no sólo se degradó él, la degradó entera.

 

Marx.- Ya, ya recuerdo. Te refieres a la célebre sentencia "Por tu pecado el mundo entero será maldito", con la que ese Dios bueno, ¡buenísimo!, obsequió al incauto hombre en el Paraíso. Y de paso, lo expulsó con lo puesto, que era un triste taparrabos.

 

Lutero.- Dios no maldice ni castiga, no sé cómo decírtelo. Son leyes inviolables que se cumplen.

 

Marx.- Lo maldijo y lo expulsó. Lo dice tu libro sagrado.

 

Lutero.- Querrás decir el tuyo, que eres judío. La Creación no fue así, fue sólo de almas limpias.

 

Marx.- ¿Y la carne? ¿De dónde salieron la carne y el pecado?

 

El fraile se encogió de hombros y le miró, lleno de impotencia.

 

Lutero.- No me lo preguntes, no lo sé, no lo sabe nadie. Es un maldito sueño que vive el hombre.

 

Marx.- Eso es lo que tu cuentas, pero tu Iglesia dice lo que el Libro dice.

 

Lutero.- ¡La Iglesia!….¡la Iglesia!….. ¡Siempre la Iglesia! La Iglesia está formada por hombres.

 

Marx.- ¡Ah! ¡Ya! Tampoco es infalible. No está iluminada.

 

Lutero.- ¿Tú qué crees?- dijo, casi divertido, con una leve sonrisa y una mueca de indulgencia y complicidad- El fatuo hombre no para de jugar a ser Dios.

 

Marx.- Dijiste que en la naturaleza medio mundo se traga al otro medio con la disculpa de un perfecto equilibrio. ¡Qué impiedad! ¿Y Yahvé? ¿No tienes otro tanto que decir de Él? Un Dios sectario y vengativo, que guerrea junto a su pueblo escogido y administra toda suerte de desgracias a los pueblos que no tuvo a bien escoger, un Dios que a sí mismo se califica de celoso.........

 

Lutero.- Esa clase de Dios sigue siendo el de tu libro, el de los judíos. Los cristianos somos de Cristo, ése que vivió pobre y mandó perdonar setenta veces siete.

 

Marx.- Perdona tú por un momento, porque, aunque poco, algo sí que estoy informado. El Galileo no abominó nunca de ese Padre bíblico, tan cruel. Él mismo dijo que había venido sólo a completar lo anterior. No le presentes ahora como libre de sospecha.

 

Lutero.- Eso dijo, es cierto; pero seguro que lo dijo por no escandalizar. Aún así, la pura realidad es que Jesús no hizo eso, no completó lo anterior, lo echó todo abajo y estableció un orden nuevo. ¡Si todo esto ya lo hemos hablado, Karl! No pretendas derrotarme por aburrimiento.

 

Marx.- Tú dirás ahora lo que quieras, pero siempre habéis mantenido que a Cristo no se le entendería si no se leyera la otra Biblia primero, la del Antiguo Testamento.

 

Lutero.- ¿Crees tú de verdad que Cristo necesite introductores? Más aún te digo: con sólo que se hubiera escrito lo que ocurrió la noche de la pasión, desde la despedida del mundo en la última cena hasta la inmolación en la cruz, es tan palpable la divinidad que se le entendería del todo solamente con eso.

 

Marx.- Si te oyeran esto ahí abajo acabarían de proscribirte. Pero nos hemos desviado. Además de tus creyentes y de mis ateos, hay otros que van más allá. La existencia del mal les duele tanto que no se conforman con no creer, abominan de los que creéis. Son los que odian, los que hacen cruzada, los antiteístas.

 

Lutero (interrumpiéndole).- ..... Los que presumen de ateos y realmente no lo son. A cada cuál, lo suyo. El que reivindica y además reivindica con insolencia, de tú a tú, está reconociendo implícitamente a ese otro tú frente a él, es decir, al Dios que rechaza.

 

Marx.- Ya lo comentamos, a propósito de Nietzsche. Quienes de verdad no creemos, ni tenemos nada que reivindicar ni tenemos a quién dirigir la reivindicación, puesto que nadie hay.

 

Lutero.- El de ellos es un dios mediocre y mundano, al alcance de sus reproches, algo no muy lejano al jefe de su oficina o al presidente de su club, ante quienes se puede exigir con procacidad.

 

Marx.- ¡Qué bello ha quedado! Después de este breve pero versallesco diálogo, en el que los dos nos hemos dado la razón tan civilizadamente, tengo que hacerte una humilde observación: más insólito que eso es que, de la existencia del mal, pueda sacarse una conclusión positiva, como hacéis los creyentes. Según tú mismo, a mayor mal, mayor creencia.

 

Lutero.- ¡Insólito, dices! Es el razonamiento más simple del mundo: El mal existe, y no sólo carece de sentido en sí mismo, es que también priva de sentido a la vida. Que la vida carezca de sentido constituye un absurdo, un imposible. Pero la vida, además, es temporal. Esto es muy importante. Si la vida carece de sentido, lo cual es un absurdo, y solamente dura un tiempo, es que el sentido tiene que estar fuera de ese tiempo que la vida dura. ¿Bien o no bien?

 

Marx.- Muy bien….. partiendo de que no sois capaces de admitir el absurdo, ese es el fallo inicial de tu argumento. Todo ha de tener una finalidad, todo ha de ser "inteligente" para vosotros, nada al azar.

 

Lutero.- No volvamos a ese tema, en el que nunca estaremos de acuerdo. Aquí falla algo, pero es en el planteamiento que cada uno hace del mismo hecho.

 

Siempre que iba a exponer algo que él juzgaba trascendental, el abogado de los creyentes se tomaba un respiro, un breve instante para ordenar los pensamientos.

 

Lutero.- El planteamiento que acabo de hacer se sustenta, nada más, sobre los dos únicos hechos que a todos nos constan: el mal existe y la vida es temporal. Pues de ahí se infiere, quieras o no, que debe existir algo más después del tiempo para que esto no sea un absurdo.

 

Marx.- Que es el mismo galgo con otro collar. Comiences la exposición por donde la comiences, siempre vienes a decir lo mismo.

 

Lutero.- ¡En absoluto! Desde siempre, teólogos y ateos, los dos, habéis partido de otra cosa, de un prejuicio tan socorrido como gratuito: "Dios es bueno"; con lo cual la teología ha propiciado dos desastres a la vez: ha convertido a Dios en algo limitado, el bien, y ha cegado la salida al problema del mal.

 

Marx.- ¡Por favor! Si yo no fuera quien soy, acabaría escandalizado. ¿Puede saberse con quién estás realmente? ¿Con la Iglesia o contra la Iglesia?

 

Lutero (rotundo).- Con Dios.

 

Marx.- Con un Dios que ahora resulta que no es bueno.

 

Lutero.- Por supuesto. Esa es justamente la clave del problema. Te anuncié antes que era demasiado gordo lo que tenía que decirte. Dios no es bueno. Ni tampoco es malo, obviamente. Dios no es bueno ni malo, Dios está más allá del bien y del mal. Así de simple y así de ignorado por todos.

 

Marx.- Y por ti. En vida te hinchaste a pregonar las bondades de tu Dios.

 

Lutero (autoexculpándose).- Era demasiado joven.

 

Marx.- ¡Pero, Martín! ¡Si moriste de viejo!

 

Lutero.- ¡Y qué es un viejo! Un niño que comienza a descubrir la verdad de las cosas.

 

Lutero se había callado por un momento y Marx le exhortó, divertido, impaciente.

 

Marx.- ¡Sigue, sigue, aprovecha, aprovecha, que no te oyen en Roma!

 

Lutero.- La teología está repleta de estúpidas pretensiones. ¿Cómo es Dios? Sencillamente impensable, incognoscible...... pero no para los teólogos, claro, ellos son capaces de analizarlo, diseccionarlo y hasta desmenuzarlo. Conocen nada menos que todos sus "atributos", los "entitativos" y los "operativos". ¡El cielo debe estar en una pura carcajada de oriente a occidente! Los teólogos dicen que Dios es "bueno", es decir, como el hombre, sólo que mucho más, a lo loco. Y entonces, ¿qué hacemos con el mal, que contradice a ese Dios tan bueno?.

 

Marx.- Eso justamente es lo que yo te pregunto a ti, no juegues a devolverme la pregunta.

 

Lutero.- Endosarle a Dios el bien es recortar su esencia infinita. Si a Dios le pones un apellido, el "bien", si dices que es esa cosa determinada, con eso estás diciendo que hay otras cosas que no es. ¿Y cuáles son esas otras cosas que Dios no es, si fuera de Él nada existe?

 

Marx.- Me estás resultando más marxista que Marx. A ver si voy a tener que convertirme de fiscal en abogado defensor. Cuando los tuyos dicen que vuestro Dios es bondad, dicen que lo es en “grado infinito”, he ahí la diferencia con el hombre y con todo lo demás.

 

Lutero.- Es que eso es acumular error sobre error, es que la bondad jamás puede ser infinita. "Dios igual a bondad infinita" es igual que "Eternidad igual a tiempo infinito", dos barbaridades las dos. El tiempo, por mucho que lo alargues, siempre será una magnitud, jamás podrás quitarle los límites. La eternidad es otra realidad diferente que no conocemos. Extrapolar a la divinidad las pobrezas del mundo, aunque sean las pobrezas positivas, no se arregla con añadir que eso lo tiene Dios "en grado infinito", porque lo infinito no tiene grados, ni muchos ni pocos, es otra cosa.

 

Marx.- Lo malo de ti es que quieres saber más incluso que las Tablas de la Ley. No es sólo que lo diga la teología, es que vuestro Decálogo es un cántico a la justicia, aunque a mí algunos mandamientos me suenen ridículos.

 

Lutero.- No sé como te sonarán a ti, pero es una ley hermosa. Solamente habla de prohibiciones, eso es cierto, pero todas ellas pueden resumirse en un solo mandato positivo: el del amor. Pero…. ¡Ha pasado por tantas manos! A la Iglesia, la otra, la que tiene los altares repletos de santos, le molestaba el segundo, que mandaba no adorar imágenes, así es que le metió las tijeras. Y luego, para que siguieran siendo diez, desdobló el décimo en dos. En la versión original, "No codiciar los bienes ni la mujer del prójimo" era así, como te lo digo, uno solo. A Dios no se ha parado de manipularlo por unos y por otros.

 

Marx no dijo nada, se quedó pensando en lo que acababa de desvelarle.

 

Lutero.- Que Dios quiera el bien para los hombres ahí abajo, no significa que Él sea el bien personificado ahí arriba. El mundo es el mundo y la eternidad es la eternidad, y no tienen absolutamente nada en común. Conozco a un filósofo alemán-judío, un tal Marx, que incendió toda Europa pidiendo a los obreros rebeldía, y resulta que personalmente es un hombre manso y apacible, te lo aseguro. En otro caso, no aguantaría esta discusión con él.

 

Marx.- Gracias por el cumplido, pero la tuya es una causa perdida. Por muchas vueltas que le des, no podrás evitar que el mal niegue al bien.

 

Lutero.- ........ "En el mundo", se te ha pasado añadir "en el mundo". Lo que viene a concluir vuestro razonamiento no es que Dios no exista, lo que viene a concluir es que no existe en el mundo, y eso no es nada nuevo. Comenzamos este capítulo precisamente por eso, por la célebre proclamación de Satanás en la que reivindica que el mundo es suyo, no de Dios.

 

Marx.- En todo caso, aunque no valga como prueba, me debes una explicación.

 

Lutero no podía saber a qué se refería.

 

Marx.- En el sermón de la montaña, tu Jesús llenó de consuelo a los que lloran y de esperanza a los que aman la justicia con la promesa de otro mundo reparador; pero no aclaró por qué en éste han de llorar los que lloran, que es lo que quisiéramos saber, ni por qué han de padecer hambre y sed de justicia aquí los justos, que es lo que nos inquieta, en vez de intentar arreglarlo con promesas de futuro. Si estás de acuerdo en que el mal existe, y dejando a un lado si niega o no niega a Dios, ¿por qué diablos existe?

 

Lutero.- Esto que ahora me planteas va justo al nudo de la cuestión: por qué hace Dios las cosas cómo las hace, o por qué las permite cómo las permite. Si Él quisiera, todo podría ser diferente, para eso es Dios.

 

Marx.- El hecho de que tu Dios del Gólgota sea un Dios cercano, amoroso y sufridor con el hombre, sólo indica eso mismo, que es un Dios que ama al hombre, pero no explica en absoluto por qué, si lo ama, le deja sufrir y sufre además con él. La entrega de vuestro Cristo en la cruz es tan conmovedora como absurda, porque un Dios omnipotente no tenía necesidad ninguna de permitir que sucediese algo, el pecado, que luego tuviera que reparar con su autoinmolación. Olvidáis que ese sacrificio será sublime, pero también es una contradicción, un sinsentido, que le justifica como Dios-amador, pero le descalifica como Dios-planificador. Jamás le encontraremos justificación racional a sus actos, por mucho que sigáis insistiendo en el Dios piadoso.

 

Lutero.- Eso último sí que es la mayor verdad que has dicho desde que comenzamos, tanto, que es una verdad de perogrullo. Jamás encontraremos racional su actuación ...... ¡Cómo que Dios no es racional, hijo mío, Dios es Dios, no es un hombre! ¿Por qué demonios pretendes que actúe conforme a la razón humana?

 

Luego abrió los brazos y extendió las manos en un gesto expresivo, como haciéndole comprender lo absurdo de su razonamiento.

 

Lutero.- Mira, amigo, estás desazonado y lo comprendo, porque quisieras que todo fuese a la medida de tu entendimiento y no lo es. Hace un momento, yo mismo he dicho que "si él quisiera, todo sería diferente", pero eso no significa que el equivocado sea Él y yo el que posee la verdad. Yo soy un agustino y Él es Dios. ¿Quién crees tú que sabrá mejor lo que hace?

 

Marx.- Esa es una salida fácil, inaceptable: ¿Cómo pretendéis comprender a Dios, pobres y torpes criaturas?

 

Lutero.- Es una salida incontestable. Te dije que si llegases a comprenderle, es que ése no sería Dios, sería la señal inequívoca de que no existe.

 

Marx.- Lo admito. Pero también tú tienes que reconocer que, mientras no le comprendamos, jamás podremos saber cuál de las dos cosas pasa, si es que Él no es comprensible, como tú dices, o es que no existe, como yo digo.

 

Lutero.-. También lo admito. Pero lo que ahora tocaba discutir es solamente lo que te he demostrado, que la existencia del mal no significa que Dios no exista, significa, en todo caso, que los misterios de Dios son incomprensibles para el hombre.

 

Marx.- Que yo sepa, nos ha hecho racionales. Si eso fuera para que luego no usemos la cabeza, sería una incoherencia.

 

Lutero.- Que yo sepa, nos ha hecho sensibles y amorosos. Si eso fuera para anteponer siempre la cabeza, no pararíamos de equivocarnos.

 

Resumen:

 

Ateos.- El mal gobierna el mundo desde su comienzo, antes de la aparición del hombre y su pecado. Niega, por tanto, la existencia del Dios bueno que todo lo hizo.

 

Teístas.- El mal en el mundo no demuestra que Dios no exista, demuestra que el mundo no es el reino de Dios, lo cual es cierto. Además, parte de una premisa falsa: Dios es el bien. El bien y el mal son cosas del mundo. Dios está más allá del bien y del mal.

 

Ateos.- Cabe entonces plantear por qué Dios creó el mal en el mundo (sería un Dios perverso) o por qué lo permitió (sería un Dios débil y limitado)

 

Teístas.- Esa conclusión es enteramente verdadera…. en la lógica humana. Pero hay otra conclusión más verdadera aún: la lógica humana no puede alcanzar a Dios. Si lo alcanzase, Dios no sería Dios.

 

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© Gregorio Corrales.

 

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