(Imagen tomada del reportaje Winterda)
El Dios indesvelable
Como se sabe, el pueblo judío ha esperado siempre la venida de un mesías triunfante, incontestable, avasallador.
Paradójicamente, la fracción de humanidad de los incrédulos también. La única
diferencia de matiz es que los primeros creen y siguen esperándolo, y los
segundos no creen precisamente porque no ha venido nunca. Esto que acabo de
decir es una licencia, no es una verdad real, pero sí virtual, como ahora se
estila. Lo que quiero decir con ello es que los incrédulos sólo creen en lo
que ven, y una hermosa prueba sería ese mesías tipo
supermán. La figura de Cristo, fracasado como
hombre y a contrapelo de lo que se estila en la sociedad, no les sirve para
nada, y menos aún un posible Padre situado más allá del horizonte. Así es que
la coincidencia en estimar que Dios ha de mostrarse evidente, empareja a
mundos tan dispares como el judío y el de los incrédulos, si bien cada cual
saca la conclusión que le conviene de ese único hecho. Lo anterior viene a cuento porque otro de los argumentos defendidos
por los ateos es que, si Dios existiese, a estas alturas ya deberíamos
saberlo. Está bien que el hombre de
Cromagnón diese culto a sus muertos, señal evidente
de que ya creía en una dimensión ultraterrena, aunque no la viese. Eso está
bien para el primario hombre de Cromagnón, e
incluso para el rústico hombre del medievo, pero en
esta civilización tan avanzada es inaceptable que se siga hablando de un Dios
invisible y creador de todo. Cuanto más progresa el conocimiento del hombre,
mayor el rechazo de esa deidad misteriosa, justamente por ser misteriosa. Un
misterio constituye un insulto para la omnisciente capacidad del hombre de
hoy. En la actual mentalidad, la realidad maravillosa no es la de ese
hipotético más allá, sino la realidad de este mundo tal y como es, que además
ya tiene un rey, el propio hombre. Si de verdad lo divino existiese, no
seguiría siendo una incógnita. Estamos en el siglo XXI.
Y no solamente eso, es que además deberíamos entender lo que hace y por qué
lo hace. O Dios cabe entero en la cabeza del hombre, o es que se trata de una
solemne mentira. Una postura es esa anterior, la del ateo que se dirige al hipotético
Dios y le reta a que se haga evidente, pero no es la única. A veces no se
dirige a Él, no parece muy coherente dirigirse a un Dios al que oficialmente
niega la existencia, y se dirige entonces al creyente para exigirle que
demuestre que su creencia es verdadera, más o menos así: Si Dios existe, tú, que eres quien defiende esa supuesta verdad,
demuéstrala. ¿Quién no ha escuchado esta requisitoria en los labios de
los detractores? La fracción de la humanidad que no cree, exige desde siempre, al
resto, que demuestre eso tan esotérico de la existencia de un Ser invisible
que todo lo ha creado. Y está en su derecho, puesto que aquél que defiende
algo será quien deba demostrar lo que pretende. Pero ¿qué clase de
demostración puede aplicársele a quién está fuera del mundo y es diferente al
mundo? Más adelante tocará referirse a las propuestas que hacen los
creyentes, propuestas que, inevitablemente, serán de orden lógico, porque de
orden experimental a Dios no se le pueden aplicar. Y esto a los reacios les
deja siempre insatisfechos. No obstante y a pesar de ser la posible divinidad una realidad tan
oscura, el pensamiento del hombre no ha cesado de intentar suplir a la fe y a
la revelación. Existe una rama de la filosofía, la llamada teodicea, que ha
dirigido sus esfuerzos a justificar, racionalmente, lo que la teología ha
dejado en manos de la gracia y la inspiración divinas. Pero aún más. Durante
el enciclopedismo del siglo XVIII, gran parte del
pensamiento se orientó a justificar la existencia de Dios al margen (y en
contra) de toda revelación. El llamado “deísmo ilustrado”, descubrió así un
Dios que resulta ser necesario, si queremos dar alguna explicación racional
al mundo de las cosas que conocemos. Sin embargo, esta divinidad de corte
filosófico, a la Iglesia y a los teólogos, sólo afines a ese otro Dios
“caliente” y paternal de la revelación, no les gusta nada, y le han objetado
que resulta excesivamente frío, lejano y desentendido de sus criaturas. * * * Lutero.-
Acabamos de soltar el ovillo y lo traes de nuevo por el mismo cabo. Este
argumento tiene idéntico fundamento que los anteriores y podría ser
contestado con las mismas palabras. Te dije que el hombre es libre ante esa
realidad, y que las religiones son muchas, precisamente porque Dios es un
oscuro misterio. Marx.-
¡Libertad, libertad, libertad! Los creyentes siempre tenéis en la boca esa
palabra, libertad. Lo mismo os vale para condenar al hombre que para defender
a Dios. Lutero.-
Antes has sacado el argumento de por qué los creyentes estamos tan divididos.
Ahora nos echas en cara que Dios es un enigma. Es la misma cosa. Estamos
divididos porque Dios es un enigma. Sabemos que existe, pero nada más. Marx
(indignado).- ¡No me digas que ha organizado todo este galimatías, sólo para
poder presumir de que ha hecho una criatura libre! ¿Qué Dios es ése? Lutero.-
Uno que, desde luego, no cabe en tu cabeza ni en la de nadie, por eso
justamente es Dios, porque no cabe. No sé si ha hecho las cosas así para que
el hombre pueda ser libre, o al revés, si ha hecho al hombre libre para que
las cosas puedan ser como son. ¿Cómo saberlo? Marx.-
Pues si tú no lo sabes, yo menos. Pero algo sí sé con seguridad. Si de verdad
Él existiese, la libertad no tendría sentido ninguno, sería como un potro de
torturas innecesario. ¿Para qué someternos a la duda y al error? ¿Por qué no
ahorrarnos todo ese mal trago? Lutero.-
Te voy a contestar con los versos de un poeta español que, como tú y como yo,
tampoco comprende lo que Dios hace. Lo malo de este personaje es que tiene la
arrogancia de exigir cuentas, como también tú, no como yo. "No digo que sí ni que no; digo que, si Dios existe, me debe una explicación" Y continuó enseguida, volviendo de
nuevo a las preguntas de su oponente. Lutero.- Karl, tú razonas, y muy bien, como hombre; pero Dios
razona como Dios. No seas tan insensato como para pretender entenderle. No sé
decirte por qué nos ha hecho libres; sí sé decirte que el cielo está lleno de
criaturas felices, justamente porque no son libres. ¡Qué más quisiera yo que
ser ya una de ellas! Aquí me ha dejado, no sé si para poder discutir todo
esto contigo, que eres un tozudo de tomo y lomo. Marx.-
¡Un momento, un momento! Te has dejado escapar una herejía, cosa ya habitual.
Según tú, no se resucita tal cual, porque acabas de decirme que allí no serás
libre. Lutero.-
¿Y cómo serlo en su presencia? ¿Cómo desear ninguna otra cosa, en medio de la
felicidad absoluta? ¿Qué cosa elegir, si nada existe fuera de lo infinito? Marx.-
No sé si te das entera cuenta de lo que has dicho. Lutero.-
Me la doy. Marx.-
Pues eso no es lo que dice vuestro Antiguo Testamento. Hizo al hombre libre,
lo colocó en el Paraíso y tenía trato con él. A ver ahora qué hacemos,
porque, según tú, ni pudo el hombre ser libre ni pudo pecar, si estaba en
presencia de Dios. Lutero.-
Vuestro Antiguo Testamento (no el nuestro, que no somos judíos) dice tantas
cosas que vaya usted a saber. Te pones a leer y ¿dónde acaba la fábula?,
¿dónde empieza la historia?, ¿dónde termina la revelación? Y tú, que eres
posterior a mí, deberías saber que las explicaciones del Génesis no son
siquiera judías, no son revelación ninguna, son relatos caldeos que se
pierden en la noche de los tiempos y que tu pueblo se apropió. Marx.-
Lo que quieras. Pero si te sales del guión continuamente...... Estoy preparado para contestar a lo que
dice la Iglesia hoy y ahí abajo. ¡No paras de sacarte cartas de la manga! Lutero.- A
pesar de todo, tu protesta es justa y tengo que admitirlo. Sé que el hombre
no podía ser libre en su presencia. Y si no era libre, no pecó. Y si no pecó,
no se comprende esta pesadilla de la vida en el mundo. ¿Dónde puso al hombre,
al principio, para que pudiera ocurrir todo eso que parece un rompecabezas? Marx.-
¡Milagro! Al fin hemos topado con algo para lo que no tienes contestación,
sino pregunta. Lutero.-
Ni con los cinco siglos que aquí llevo meditando ni con otros cuarenta,
podría jamás desenredar ese nudo primero de por qué comenzó la pesadilla. Marx.-
Es la primera declaración de agnosticismo que te oigo, y me llena de placer. Lutero.- ¡Karl, por favor! En ningún momento he negado este
argumento vuestro del misterio que rodea a Dios, al contrario, lo estoy
defendiendo como algo inevitable. Soy un creyente agnóstico, como todos, un
pobre hombre que cree, pero que reconoce que a Dios no se le puede conocer. Marx.- A
propósito de esa palabrita, ahí abajo han sembrado una confusión monumental.
A nosotros, los ateos, nos llaman ahora agnósticos, como si el gnosticismo
tuviera algo que ver con la creeencia y la increencia. Lutero.-
Todos somos agnósticos. "A-gnosis" significa literalmente
"no-conocimiento". Creyente o ateo, no sé cuál será el iluso que
pretenda conocer a Dios- recordó por un momento y añadió- Mejor dicho, sí lo
sé, los seguidores del gnosticismo. Para todo hay siempre alguien. Marx.-
Tan absurdo como eso, como pretender conocer a Dios, es inventárselo sin
conocerlo, como hacéis vosotros. El "creer" es arrojar por la borda
el "conocer", es irracional. Lutero.-
Entonces lamento que seas tan irracional, porque la inmensa mayoría de las
cosas en las que has creído en vida, no las conocías de nada. Empezaste por
creer en ti mismo, aunque jamás has llegado a conocerte del todo. Si tú eres
un misterio para ti, ¿por qué pretendes que no lo sea Dios? Marx.-
Lo que pretendo es que, misterioso o no, sólo existe lo que conozco por
experiencia. Tengo experiencia de mí, aunque sea un misterio, pero no la
tengo de Él. Lutero.-
Tampoco la tuviste de Aristóteles, a quien nunca conociste, ni del Polo
Norte, donde jamás has estado; y sin embargo, nunca los has negado. Marx.-
Aristóteles era un hombre y el polo un lugar. Esto otro es aceptar lo "indesvelable", lo que no se sabe siquiera qué es. Lutero.-
¡Hay tantos indesvelables en los que crees! Cuando
amabas, también era un misterio, pero jamás se te ocurrió negar el amor. Esa
exigencia de que para aceptar a Dios tienes que comprenderlo, es tanto como
exigir que, para aceptar el océano, tienes que verlo entero desde la playa. Marx.-
Si me permites cambiar el océano por un jardín, puedo contarte la parábola del
filósofo Anthony Flew. Lutero no
se opuso, claro está. Marx.-
Un creyente y un ateo encontraron un jardín, pero nunca vieron al jardinero.
Sin embargo, el creyente dijo "Tiene que existir el jardinero".
Instalaron todo tipo de medios científicos para detectarlo cuando fuera, sin
ningún resultado. No obstante, el creyente insistió "Será un jardinero
invisible, silencioso, intangible, es decir, indetectable"; a lo que
contestó el ateo "¿Qué clase de diferencia hay entre ese jardinero que
tú dices y uno imaginario, es decir, uno que no existe?" Cambia el
jardinero invisible de Few por Dios y aplícate el
cuento. Lutero.-
Muy ingenioso, pero igual de falaz que ingenioso. La diferencia está clara,
aunque ese señor Flew no fuera capaz de verla. El
jardinero imaginario no existe, y el jardinero indetectable del creyente,
Dios, sí que existe, lo que pasa es que es un jardinero no humano y los
medios científicos no lo detectan. No pueden cazarse ángeles con ratoneras.
Si el ateo del Sr. Flew hubiera probado a poner un
detector de espíritus, a lo mejor lo habría pillado. Marx.-
Tienes toda la razón. Partió del prejuicio de pensar que lo que no es materia
no existe...... como tú has partido del prejuicio contrario, de pensar que
existe lo que no es materia. Si su parábola no vale, tu contestación tampoco. Lutero.-
Que yo sepa existe el amor, la verdad, la conciencia, la belleza y algunas
otras cosillas así, y no creo que ni tú ni el Sr. Flew
podáis detectarlas con un artefacto y meterlas en una caja, como se mete un
par de zapatos. Marx.-
Como eres un aguafiestas, te encanta desbaratarlo todo. Lutero.-
Admitir la hipotética existencia de un Dios sobrenatural, infinito y creador
de todo, y pretender, por otro lado, que tenga la evidencia de las cosas
sensibles, es lo mismo que pretender detectar al jardinero sin cuerpo con una
cámara fotográfica. Marx.-
No exageres, hombre, no exageres. No pretendemos ver a Dios en persona para
aceptarlo. Lutero.-
Poco menos. Si te parece, y si no te parece también, creo que aquí cae bien
uno de esos aforismos que a ti tanto te irritan. Un dios comprensible y evidente para el hombre no
sería Dios. Dios es indesvelable por definición. Marx.-
Sobre todo si no existe- le dijo-, entonces es completamente indesvelable. Pero en el supuesto de que existiese, estoy
de acuerdo en que ese infinito invisible sería un enigma. No pretendemos
comprender de qué madera es, sólo comprender esta herencia tan envenenada que
nos ha dejado. Lutero.-
Supongo que te refieres a la existencia del mal, y ese tema todavía no toca,
según el guión. Marx.-
Es igual. Cuando toque me dirás que lo ha introducido el hombre con su
pecado. Pero el modo de neutralizar el mal sería con el bien, no con el mal
añadido del castigo. A las miserias del pecado del hombre, vuestro Dios
añadió las miserias de la condenación del hombre y de la maldición del mundo. Lutero.-
Repites lo que has leído y lo que te han dicho. Pero yo te digo que Dios no
es ningún juez ni ejerce en ningún tribunal, por más que te lo hayan metido hasta
los huesos ahí abajo. Dios no se encara con su criatura, ni le exige cuentas,
ni lo expulsa de la felicidad. Eso no sería digno de Él. Es el propio pecado
el que degrada al hombre y arrastra con él a toda la creación. Son leyes
inviolables. El mal engendra mal, se autodegrada. Marx.-
¡Qué sutileza! ¡Qué más dará que sea cosa de Él o de sus leyes! El resultado
es el mismo. Lutero.-
¿Qué pensarías tú de una ley que premiase el mal? Sería un absurdo, y los
absurdos no caben en el orden natural. Marx.- No
me obligues a buscar en los Evangelios. Están llenos de referencias del
propio Jesús al juicio del Padre, después de la muerte. Lutero.-
Lo sé, como tantas otras cosas, como hablar siempre en parábolas. Nunca
olvides para quien hablaba. Una ley que se cumple sin juez no lo hubiera
entendido aquella gente. El mal engendra mal y el bien engendra bien. Dios
puede ser legislador, y creador, y redentor, pero no juez. Marx
(sarcástico).-- ¡Y allá la criatura con su problema! Lutero.-
¡Hombre de poca fe! Me fuerzas a revelarte todas mis herejías. Dios no
abandona al hombre a su suerte, Dios hace desaparecer todo ese triste
episodio encarnándolo en un espejismo llamado mundo. La ley inviolable se
cumple, el hombre sufre lo que él mismo ha hecho, pero Dios lo escamotea en
una irrealidad llamada mundo. Marx.-
No te quedaba otra cosa por negar que la propia materia. Odias al mundo más
que Nietzsche odiaba a Dios. Ya no me sorprendes,
amigo. Lutero.-
La vida que se percibe ahí abajo es igual de real que la que se percibe en
los sueños. También los sueños se viven con toda crudeza, pero no existen.
Esa vida es un sueño desafortunado, una pesadilla en la que el hombre en
verdad no vive, pero cree estar viviendo. Marx.-
No sé que número hace, apenas puedo llevar control de todas las herejías que
has soltado en este tiempo: Dios no juzga ni castiga, el hombre se
autodegrada él solo con el pecado, pero el mundo en el que cae al degradarse
realmente no existe, es una pesadilla..... ¿Queda alguna pequeña cosita más
por ahí? Lutero.-
Por supuesto. Queda algo que para ti, convencido materialista, va a ser una
prueba de la ciencia que no esperabas Marx.-
Estás jugando a ser Dios, igual de enigmático. Pero mientras le llega el
turno a esa misteriosa prueba, podrías empezar por probar tú lo que afirmas.
El que hable de indesvelables, arcanos y enigmas,
que lo haga con la prueba por delante. Lutero.-
Estás en tu derecho...... si no fuera porque el que eso exige, y de paso
niega la existencia del enigma, olvida que con idéntico derecho se le puede
exigir a él lo mismo de contrario. Marx.-
No, no, Martín. Sabes muy bien que cuando no hay acuerdo entre las partes, la
demostración ha de correr a cargo de quien tiene la pretensión de algo, no de
su contrario. En la justicia existe un viejo principio que se llama
"carga de la prueba". Se trata de una verdad lógica y tremendamente
simple que vale para la justicia lo mismo que vale para la teología o para
cualquier otro ámbito. Dice lo que acabo de anunciarte: El principio conocido
como carga de la prueba, establece que el que debe correr con el deber de
probar es el mismo que pretende algo, no obliga a su oponente a probar de
contrario. Lutero.-
Pues por eso mismo. Tú lo has dicho. Debe probar "quien pretende". Marx.-
Vosotros, que afirmáis que Dios existe. Lutero.- Y
vosotros, que afirmáis que no existe. Si fueras un indiferente, no estarías
obligado a probar nada. Pero tú no pasas del tema, tú afirmas tajantemente
que no existe. Entonces, pruébalo. Marx.-
Sabes que lo niego tajantemente porque no soy hombre de medias tintas. Dios
es tan antinatural que, o se demuestra su existencia, o es que no existe. Lutero.-
Esa intransigente postura "o se demuestra su existencia o es que no
existe" no vale. Aunque yo fuese incapaz de demostrarte la existencia de
Dios, eso no implica que de verdad no exista. Marx
(malhumorado).- Tus lógicas me fastidian. Dios es tan manifiestamente
antinatural que no estoy obligado a probar nada en su contra. Lutero.-
Estás extendiendo tu parecer a todo el género humano. Dios es antinatural
para ti y otros pocos. La mayoría de los hombres cree. Marx.-
No tienes razón, sé sensato. Si yo
digo "los burros no vuelan" (y perdona el ejemplo, no es
intencionado), resulta que, según tú, tendré que demostrar lo que afirmo.
Será solamente quien diga que sí que vuelan quien deberá demostrarlo, porque
es lo antinatural. ¿Eres capaz de comprenderlo ahora? Lutero.- Ese ejemplo no precisa pruebas, ni a favor
ni en contra, porque es una evidencia para todos. Pero en nuestro caso, no.
Una mayoría te dirá que Dios sí que existe, así es que ellos deberán
demostrar lo que dicen. Pero con mayor razón tú y los tuyos, que estáis en
minoría, deberéis demostrar lo que afirmáis, que no existe. Marx.-
Tampoco me asusta. Lo más gordo que tengo que decirte todavía está por
llegar. Lutero.-
Lo celebro, no sólo porque puedas defenderte, sino más que nada por lo
insólito que eso es. Probar la existencia de Dios es arduo, pero probar que
no existe, no es que sea arduo, es que es imposible, querido. ¿Cómo te las
vas a ingeniar? Marx.-
No preguntes lo que ya sabes. La existencia del mal y la evolución de las
especies son dos hechos ciertos e infranqueables, incluso para Dios. Nos
veremos pronto las caras. Resumen: Ateos.- El objeto
formal del conocimiento del hombre es lo experimentable
que le rodea, no lo trascendente. Por tanto, lo trascendente, Dios, es una pura
hipótesis, tanto en su esencia como en su existencia. No hay ningún
fundamento para suponer que exista. Teístas.- Esta actitud
del hombre de negar todo lo que no es capaz de desvelar es infantil. Admitir
la hipótesis de lo indesvelable (Dios) y exigirle a
la vez que se haga evidente es un absurdo. Hay un abismo entre el Creador y
la criatura. Al hombre debe bastarle con intuirle, con tener indicios de que
existe, y debe dejar la total comprensión para las cosas naturales, no para
las sobrenaturales. Ateos.- La existencia
de esa realidad trascendente estaba bien para el hombre primitivo, como
explicación de un universo cuyos secretos desconocía. El omnisciente hombre
de hoy no precisa de explicaciones mágicas, conoce el secreto de casi todo. Teístas.- El "omnisciente" hombre de hoy jamás alcanzará el
secreto final. Cuanto mayor es la parte del misterio descubierta, mayor la
parte que aún queda por descubrir. La muerte, realidad suprema al final del
camino, echa por tierra toda su sabiduría. ---------------------------------- Esta publicación está destinada únicamente a interesados
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