(Imagen tomada del reportaje Winterda)
| Existencia de Dios Dios es, por definición, un enigma indesvelable. Pero también es obvio que si Él, en el caso
  de existir, se hubiera mantenido en secreto a piedra y lodo, si no nos
  hubiera dejado ningún rastro por el que llegar a descubrir, no su esencia,
  que acabamos de decir que es incognoscible, sino simplemente su existencia,
  no sólo ello constituiría un absurdo, es que además el hombre nunca sería
  enteramente libre, puesto que no podría ejercer el sublime derecho de optar o
  no optar por Él. Si en los ridículos sistemas políticos un voto es un derecho
  inalienable, cuál no será de trascendente el derecho a votar (apostar) por el
  más allá. Si es verdad que existe, de alguna forma tiene que habernos dejado
  suficientes testimonios de que existe, y ésos son las que vamos a indagar.  Los ateos suelen recurrir a dos caballos de batalla ya clásicos: la
  visión autónoma del mundo y la existencia del mal. Y la verdad es que el solo
  enunciado de ambos los hace temibles. ¿Cómo resistir ante estas dos verdades?
  Los argumentos de la teología, sin embargo, suelen ser más filosóficos, menos
  directos, aunque también más profundos. Pero quizás, la fuerza necesaria para
  desempatar no se deba a quien más y mejores argumentos exponga en su causa,
  sino a quien más y mejores argumentos exponga para demostrar la banalidad de
  los del contrario. En definitiva, en esta materia tan abstrusa, quizás la
  clave esté en quien sepa demostrar que los argumentos del oponente no son verdaderos.
  Así es que, después de la lectura, se impone que el lector haga balance del
  éxito, en la labor de demolición, de cada uno de los dos personajes del
  diálogo frente al otro. Inutilidad
  de las demostracionesHe establecido una primera advertencia en la cabecera: no te
  embarques en discusiones estériles. Y a ésa sigue otra que el lector no debe
  olvidar. La existencia o no de Dios se puede razonar y vamos a intentarlo, e
  incluso se puede probar y también vamos a intentarlo; pero de muy poco le sirven
  al hombre los argumentos y las demostraciones en este tema tan crucial. En la
  cabecera figura esa introducción que reproduzco: Seas ateo o seas creyente, manifiéstalo, pero no lo discutas. Es un
  sentimiento, una actitud, una posición vital. Ni vas a convencer ni te van a
  convencer. Discútelo, pero discútelo contigo mismo, en la soledad de tu alma,
  y elige con honestidad. Y a esa cabecera añadiría de buen grado ahora: De nada te servirán las demostraciones,
  que podría ser la segunda advertencia. La existencia y la no existencia de Dios ha venido sosteniéndose
  mediante razonamientos, unos irrefutables y otros no tanto, como luego
  veremos. Las demostraciones lógicas, ligadas de forma correcta sobre unas
  premisas ciertas, son tan incontestables como pueda serlo un desarrollo
  matemático. Hay una creencia generalizada de que la única forma inequívoca de
  demostrar algo, aparte de la experimental, es la matemática, y tal cosa no es
  cierta en absoluto. En el último de los capítulos abordaremos lo que dice la
  física cuántica sobre el mundo material, pero lo interesante ahora es que ha
  venido a demostrar, de paso, que la matemática puede conducirnos a puertos
  equivocados. Por ejemplo: según ésta, toda magnitud puede ser dividida de
  forma indefinida, todo resultado puede ser dividido nuevamente. Sin embargo,
  según el descubrimiento de Planck, la energía no es
  una magnitud continua e infinitamente divisible, sino que es de naturaleza
  discontinua, corpuscular, y tiene unos mínimos indivisibles, llamados cuantos. En esta contradicción entre
  una ciencia y la otra, por supuesto el crédito lo merece la física, que es
  una ciencia experimental, frente a la matemática, que es ciencia sólo
  teórica. Sin embargo (ya lo advertía) de nada sirve todo eso. Querido lector,
  tengo que darte una mala noticia. Si te acercas a este libro lleno de dudas y
  con la ilusión de que, lo que aquí se diga, va a ser igual de efectivo que el
  bisturí del cirujano, estás en un error; ni este libro ni ninguno otro
  conseguirá disipar dudas del todo o variar convicciones profundas. ¿Por qué?
  Porque la realidad Dios-sí, Dios-no, nunca se halla al final de una
  demostración, sino al principio y como prejuicio de la persona que se
  enfrenta al problema. Se trata de una realidad para ser sentida con el
  corazón mucho más que comprendida con el intelecto; no en vano se dice que es
  una cuestión de "fe". Puede demostrarse la existencia o no
  existencia de Dios, pero si el destinatario no lo "siente", le
  dejará igual de frío que le deja la demostración de que los ángulos de un
  triángulo suman ciento ochenta grados. Esa también es una verdad, pero
  personalmente nos importa un bledo. Este libro puede ser una valiosa
  herramienta en tus manos, pero sólo eso, una herramienta, no una varita
  mágica. Eres tú quien debe bucear en tu corazón con honradez. Augusto Sabatier es el autor de un
  aforismo sobradamente conocido: Dios no
  es demostrable. Quien no lo siente en su corazón no lo encontrará fuera.
  Y por eso se ha repetido hasta la saciedad que es estéril probar la
  existencia de Dios, ya que resulta inútil para quien carece de fe e
  innecesario para quien ya la posee. En la vida cotidiana, tropezamos con
  infinidad de gente que tiene un convencimiento irremediable de la existencia
  de Dios, pero sin que acierte a darnos ni un solo argumento válido para esa
  seguridad tan personal; y por el contrario, también tropezamos con infinidad
  de gente que, comprendiendo que todo ello es razonable, incluso aceptando la
  verdad de algunas demostraciones, a ellos personalmente no les afecta. No sé
  si dentro del mundo de la finitud existen verdades absolutas, pero desde
  luego sí sé que para el hombre todas las verdades, sin excepción, son siempre
  personales, incluida la de Dios. Justamente por eso es libre.  Las
  verdades que solamente son comprendidas, pero no sentidas, no sirven de nada.
  Una demostración sólo arroja una verdad comprendida. La que rige al hombre no
  es ésa, es la verdad sentida. ¿Se trata, entonces, de un problema sin solución, algo así como una
  inclinación genética de cada cual, imposible de superar? Tampoco. No
  desesperes. El hombre es libre, acabo de decir. No es libre para las
  respuestas inmediatas, suele responder como un resorte, en una dirección
  fija; pero sí es libre para modificar su actitud en lo futuro, con lo cual y
  a la larga, acaba por variar sus respuestas inmediatas, acaba por disparar el
  resorte en el sentido que racionalmente quiere. Lo que sucede es que esa
  libertad para variar su actitud no es un milagro de la noche a la mañana, es
  un trabajo incansable y sincero de mirarse desde fuera, como los demás le
  ven, derribar las tendencias indeseables y levantar otras, haciéndose así
  dueño de sus actos. Volviendo
  a las experiencias de la vida cotidiana, todo el mundo tiene un amigo del que
  sabe perfectamente cómo es, cuáles son sus reacciones, su modo de ver la
  vida; pero también sabe todo el mundo que si pierde el contacto y vuelve a
  encontrarlo al cabo de años, puede darse el caso de que su amigo sea un
  auténtico desconocido. No sólo los años le habrán hecho más cauto y le habrán
  puesto encima algunas arrugas y canas, también puede que su alma sea
  totalmente diferente de la antes conocida. El hombre es libre, y por eso
  evoluciona, no se sabe jamás en cuál dirección. Por
  todo esto último y volviendo a la recomendación que hago en la introducción
  de la primera página, lo que allí acabo con ese Discútelo contigo mismo en la soledad de tu alma y elige con
  honestidad, se entiende que la discusión a que me refiero no es la
  discusión de una sola vez, de un cierto día, en el que te paraste un rato a
  leer este libro; es la discusión diaria e infatigable de someter a juicio el
  por qué afrontas la vida con una actitud predeterminada. Y si encuentras que
  no es buena, no pierdas un segundo en comenzar a cambiarla. * * * | 
| Marx.-
  Ya me dirás, entonces, qué hacemos aquí tú y yo, si las demostraciones no
  sirven de nada.  Lutero.-
  También ha dicho que no desesperes, que el hombre es libre y es capaz de
  cambiar sus convicciones. Marx.-
  Según Sabatier, o Dios está ya antes en el corazón
  del hombre, o no hay nada que hacer, porque no es demostrable. Lutero.- Y
  tiene mucho de cierto. Pero tampoco debe entenderse que la existencia o no
  existencia de Dios sea indemostrable de todo punto. Cuando Sabatier afirma eso, lo que quiere decir no es exactamente
  que Dios no pueda ser demostrado, lo que quiere decir es que, aunque se
  demuestre, no le servirá de nada a quien no lo siente. Marx.-
  ¿Y cómo conseguir que lo sienta el que no lo siente, si la famosa fe de que
  tanto habláis los creyentes es un gracioso regalo de vuestro Dios? Todavía no
  sé si la reparte con los ojos tapados, a quien caiga, o si lo hace eligiendo
  a quien le cae bien a Él.  Lutero.-
  ¿Y tú qué crees? ¿Qué harías tú? Marx.-
  Ninguna de las dos cosas, desde luego. Puesto a ser Dios, sería algo más
  generoso, se la regalaría a todo el género humano. Lutero.-
  Olvidas que no todos la quieren. En este asunto de la fe, no sólo hay que
  contar con Dios, también con el hombre. Marx.-
  Ahora resulta que es cosa de los dos. ¿En qué quedamos por fin? ¿Se recibe o
  se busca, es dada o es alcanzada? Lutero.-
  Que sea un regalo, no significa que sea un regalo caprichoso. Dios no puede
  ser injusto. Marx.-
  Pues os habéis pasado la vida repitiendo que es un regalito de las alturas,
  una prueba de amor...... Aunque no sabemos por qué ama a unos más que a
  otros, entre los cuales estoy yo, que nunca he llegado a ser digno de tan
  espléndido regalo Lutero.-
  Gratuita es porque nadie hace merecimientos suficientes para alcanzarla. Sólo
  en ese sentido es un don gratuito. Pero qué duda cabe de que el Dios
  justísimo tampoco la otorga a quien no la busca. Mi amado Karl,
  mírate bien en el corazón, a ver si alguna vez la has buscado sinceramente. Marx.-
  Por supuesto que sí. Todo el mundo ha tenido alguna vez esa tentación de
  buscarla, creo que hasta el mismo Satanás. No hay incrédulo que no se haya
  preguntado en algún momento si no tendrá razón el de enfrente, el creyente. Lutero.-
  Todos. También nosotros nos preguntamos más de lo que tú crees. La cosa está
  en cómo se hace cada uno la pregunta. Marx.-
  No pretenderás que lo recuerde. Hace ya demasiados años que paso de ese tipo
  de cuestiones. Lutero.-
  Se puede preguntar exigiendo y se puede preguntar lleno de ignorancia y
  humildad. El hombre es demasiado pequeño, Karl,
  demasiado pequeño y demasiado soberbio. Marx.-
  Tus opiniones están bien, y no olvido que eres el reformador de la Iglesia,
  pero te recuerdo que, digas lo que tú digas, vuestras Escrituras repiten
  hasta la saciedad lo de los "elegidos", empezando por mi pueblo
  hebreo entero y acabando por cada uno de los que serán ungidos al final de
  los tiempos. Lutero.-
  Suena fatal en el oído. Marx.-
  Suena fatal en la razón. Lutero.-
  ¿De verdad puedes creer que, si Dios existe, sea un Dios que elige
  caprichosamente? Marx.-
  Tú eres quien tiene que contestar a eso, no yo. Lutero.-
  No puede ser que elija contra la voluntad del propio hombre. ¡Qué disparate! Marx.-
  Te recuerdo que a Pablo lo derribó del caballo. Lutero.-
  Sin duda que vio en Pablo lo que Pablo no era capaz de ver en su propio
  corazón. En el camino de Damasco, ¿a quién perseguía realmente Pablo? ¿Iba a
  combatir a los cristianos, o iba en busca de la Verdad? Porque si lo que
  realmente buscaba era la Verdad, la Verdad se le presentó Marx.-
  Tú sabes que soy alemán, pero que soy judío. ¿Puedes decirme qué hizo mi
  pueblo para buscar a Dios más que otros pueblos? ¿Por qué fue el elegido? Lutero.-
  ¡A saber cómo fue realmente la historia! Mira, me causa tanto enojo hablar de
  toda esa leyenda patriótica que tu pueblo ha camuflado en los libros
  sagrados, que prefiero no entrar en ello. | 
| Vías
  de accesoAlgo más arriba dije que Dios, en cuanto naturaleza, es
  inalcanzable, pero que, si es verdad que existe, tendrá que haber dejado
  huellas de las que deducir esa existencia, o en otro caso sería un Dios del
  todo absurdo. Ahora tengo que matizar que esto de la obligación de revelarse
  es verdad sólo a medias. Para la casi totalidad de la Creación, para la
  multitud de seres vivos, el Creador no existe, puesto que son incapaces de
  descubrir ninguna de sus huellas, ni tampoco les hace falta para nada saber
  que existe, les basta con vivir y cumplir su cometido. Pero entre las
  criaturas ha hecho una diferente, tan perfecta que incluso es capaz de
  preguntar, nada más poner los pies en la tierra ¿Dónde está mi Creador? La respuesta, por lo que se ve, no ha
  sido Aquí estoy, sino Ya que te he hecho espiritual, busca en ti
  mismo y en toda la creación y me hallarás. Y así es. A los ojos de la
  mayoría de la humanidad, que es creyente, los signos de lo ultramundano son
  tan evidentes como numerosos.  Bien. Dios ya ha contestado al hombre. Pero ahora resulta que, con
  esa contestación dada, el hombre tiene que vivir en un enigma permanente, el
  enigma de lo que deja huellas, pero no se muestra del todo; en un ver, pero
  no ver; intuir, pero no saber; presumir, pero no constatar. Si es verdad que
  existe, parece que lo racional hubiera sido responder el Aquí estoy que antes dijimos, y no este Busca y hallarás mis huellas, dejando a la criatura sumida en la
  incertidumbre y el misterio. Pero frente a esta lógica tan humana, que es un
  grito de protesta, se levanta otra lógica no menos válida: si Dios es Dios,
  es que no es hombre, y si no es hombre, no es racional, está más allá de
  nuestra razón y de nuestra lógica. ¿Por qué se empecina la criatura en
  comprender al Creador? Esta cuestión será, sin duda, uno de los principales
  desencuentros entre el clérigo y el filósofo. Precisamente cuando lleguemos al final de esta dialéctica entre Marx y Lutero, en el último de
  los argumentos expuestos por éste, titulado La patria del hombre, veremos como la diferencia esencial del
  homo sapiens con el resto de las criaturas, se debe
  a tres cualidades que él posee y los demás no poseen en absoluto: conciencia de
  sí mismo, libertad y sentido moral. Estas tres particularidades del hombre le
  desgajan de la naturaleza, le marginan del mundo y le convierten en un
  extraño que, no solamente no participa del equilibrio natural, sino que
  incluso constituye un evidente peligro para ese equilibrio. El hombre no se
  atiene a las leyes de la naturaleza, como hacen los demás seres; todo lo
  contrario, con su conciencia, libertad y sentido moral interviene, modifica,
  crea y hasta destruye lo que el resto de las criaturas se afana en mantener
  en equilibrio. Viene lo anterior a cuento porque, si el
  hombre es un extraño en medio del mundo, fácil es deducir que sea ésa la
  causa de su radical infelicidad, de su antes mencionada pregunta ¿dónde está
  mi Creador?, de la vuelta de su mirada obstinadamente a los cielos, en busca
  de su auténtica patria y destino. Esa mirada de abajo arriba, ascendiendo
  desde el mundo de las cosas hacia la divinidad, intentando descubrir al
  Creador por las huellas dejadas aquí abajo, es una de las vías más utilizada
  por la teología. Pero es sin duda otra vía mucho más inmediata, la de
  descubrirle en la propia intimidad, la que mueve a la mayoría de los hombres.
  Y aún hay una tercera, la vía de la revelación. Puede alcanzarse la deidad a partir de la realidad
  del mundo (vía ascendente) Puede recibirse a través de la revelación (vía
  descendente) Puede experimentarse en el misticismo (vía
  inmediata) Y también puede negarse la validez de las tres
  (ateísmo) *** | 
| Marx,. De la segunda de tus vías ni hablemos. El
  gran azote de la humanidad son los iluminados, los profetas, cada uno con su
  verdad eterna bajo el brazo.. Lutero.-
  ¡Qué ingratitud! Ellos son los que han dignificado el mundo. En todo caso,
  eso podrías decirlo de Zoroastro o de Buda. Más del treinta por ciento de la
  humanidad es cristiana, y Cristo no fue ningún iluminado ni profeta. Marx.-
  Sí, ya sé, ya sé- dijo atropelladamente, poniendo las manos por delante en
  ademán de contención- Cristo era Dios en persona. ¡Faltaría más! Para uno que
  se salió del guión, nos lo puso más difícil todavía. Lutero.-
  Lo dices con ironía. ¿Cómo justificas que, a más de veinte siglos, se siga
  creyendo en Él? Marx.-
  No te adelantes. Preveo que ese será uno de los argumentos. Déjalo para luego
  y vamos a lo que vamos. Estábamos con las distintas vías de acceso. Lutero.-
  Pues no, no pensaba traer ese tema porque no procede. Lo que nos han mandado
  discutir es el fondo del problema, lo que a todo el mundo inquieta, si Dios
  existe o no existe. Te agradecería que no lo derivases a ese otro problema de
  si Cristo es la encarnación de Dios o no lo es. Marx.-
  Lo siento, pero ese "otro problema", como tú lo llamas, es tan
  sustancioso que no va a quedarse en el tintero. Lutero.-
  Como quieras. No vayas a pensar que lo rehuso.
  Pero, en todo caso, sería un argumento a exponer por nosotros, los creyentes Marx.-
  Por nosotros, los ateos. Quiero demostrarte el enorme fraude histórico que se
  ha montado sobre la figura del Nazareno. Lutero.-
  Tu fuerte no es la lógica, evidentemente. Discutir si el Nazareno era o no
  era Dios, implica partir de la base de que Dios existe, porque si no existe,
  no tiene sentido discutir si el Nazareno lo era o no lo era. Así es que, los
  que no creéis, no estáis legitimados para sacar ese tema. Marx.-
  De acuerdo. Pero el Dios-Hombre es una prueba más de la fantasía que
  derrocháis los creyentes. Vistas tus pocas ganas de abordarlo, por mucho que
  digas que no te inquieta, ése será un argumento al que debes ir preparando
  contestación. Lutero.-
  Como quieras. Marx.-
  Pero ahora estábamos hablando de la segunda vía, la de los iluminados en
  general, la de las pretendidas revelaciones. Todas han surgido de un soplo
  celestial, pero resulta que todas son diferentes Lutero.-
  También yo preveo que luego vas a utilizar tú ese argumento, el de la
  división de los creyentes. Marx.-
  Por supuesto. Pero adelántame, porque me come la curiosidad, ¿cuál es el
  auténtico entre tantos visionarios? Lutero.-
  Todos los profetas son auténticos porque son sinceros. Que los mensajes no
  coincidan no significa que ellos mientan. Marx.-
  Quería escucharte que el auténtico era el Galileo, esperaba que cometieras
  ese fallo. Pero tú no lo incluyes porque el Galileo era "otra
  cosa".  Lutero.-
  Has vuelto a decirlo con cierto tonillo socarrón. Si leyeras el mensaje y la
  vida de cada uno, encontrarías la clave. Marx.-
  La clave..... ¿de qué? Lutero.-
  Habíamos quedado en dejarlo para luego. Tampoco yo te voy a enseñar mis
  cartas antes de tiempo. Marx.-
  Te recuerdo que el último en el tiempo no fue Él, sino Mahoma. Lutero.-
  Lo sé, lo sé. Desde aquí, como puedes comprobar, se ve todo. Lo conozco como
  te conozco a ti, aunque no te has presentado al llegar. Pero volviendo a lo
  que estábamos, si los profetas te parecen un puñado de lunáticos, para que te
  voy a preguntar entonces por la tercera vía, la de los místicos. Marx.-
  Haces bien, pero te voy a contestar. Sin que sepa por qué, he hojeado alguna
  vez las andanzas de esos personajes tan extraños. Contagiarle a la humanidad
  una locura tiene, al menos, la satisfacción de la notoriedad personal, como
  la de tu Galileo, pero comérsela a solas en una celda de una checa, no puede
  ser otra cosa que el masoquismo de un neurótico. Lutero.-
  Comprendo. Para todo lo que se salga de la vulgaridad, de la mediocridad, del
  rasero del rebaño, ahora os habéis inventado unas cuantas palabrejas
  técnicas: histeria, neurosis, psicopatía. En mis tiempos no se conocían esas
  cosas. El que tenía éxtasis, es que tenía éxtasis, y se le veneraba, no se le
  llevaba al psiquiatra (que por fortuna no existían). Tú no crees en absoluto
  en todo eso, claro. Marx.-
  En lo que no creo es en que eso sea ajeno al tejido nervioso. Si alguien, de
  rodillas en su celda, ha visto no sé qué cosas, sin duda es que lo ha visto,
  pero hace muy bien en estar recluido en una celda, porque puede ser
  peligroso. Si también hubieran encerrado a los profetas, no tendríamos,
  "a Dios gracias", ninguna religión suelta. Lutero.-
  Si te hubieran encerrado a ti, la historia de los hombres no habría perdido
  un siglo entero. Has estancado el mundo desde la publicación de tus libros
  hasta la caída del muro, pasando por la revolución bolchevique. Marx.-
  Bien poco. Vosotros lleváis estancándolo veinte siglos. Lutero.-
  No sé a qué te refieres. Marx.-
  Claro que lo sabes. Habéis atenazado al hombre con el miedo al más allá, lo
  habéis hecho sumiso al poder para explotarlo, lo habéis castrado para
  someterlo al destino, lo habéis paralizado con un montón de leyes morales y
  fuegos eternos. Lutero.-
  Ahora recuerdo. Eso es lo del "opio del pueblo" famoso, ¿no? Así
  contado, parece impecable. Pero dime ¿no es precisamente Occidente el hijo
  único del cristianismo? ¿Y no ha crecido nuestra cultura encorsetada por todo
  ese montón de leyes morales y fuegos eternos? En el caso de que así lo
  reconozcas, porque así es, ¿puedes explicarme cómo es posible que, con tanta
  acción paralizante del cristianismo, esté Occidente a la cabeza de la
  civilización en el mundo? Marx.-
  Eso no es cierto. Occidente no es hijo exclusivo del cristianismo, también es
  hijo de Grecia y de Roma, y ahí, en Grecia y Roma, es donde está el
  fundamento. La clave del antropocentrismo que nos ha llevado al éxito no está
  en la religión, está en la cultura secular de esos dos monstruos de la
  historia. Lutero.-
  No te quito la razón del todo, pero cuando menos, has de reconocer que el
  cristianismo no ha sido ninguna camisa de fuerza contra la explosión de lo
  humano. Mira hacia Oriente. Ahí es donde el sentido mágico de la vida ha
  soterrado al hombre. Marx.-
  ¡Qué grata sorpresa! No esperaba oírte defendiendo el progreso. Lutero.-
  No te confundas, no defiendo esa clase de progreso que se venera en el mundo,
  el que tú has pretendido impulsar con tus teorías del mercado y del capital.
  Si he dicho que Oriente ha "soterrado al hombre", me refería al
  hombre secular, a ése que tú has divinizado y yo desprecio. Marx.-
  ¡Qué abismo entre tu progreso y el mío! Jamás nos pondremos de acuerdo. | 
| Posturas
  vitalesYa está dicho,
  a propósito de Inutilidad de las
  demostraciones, pero no importa repetirlo una vez más: para la gran
  mayoría de personas, no se precisa en absoluto entrar a discernir la
  existencia o no existencia de Dios, simplemente porque constituye una verdad
  palmaria para cada uno que sí existe o que no existe. Se trata de una actitud
  voluntarista que podemos calificar como
  "intuitivo-afectiva", aunque tiene mucho más de lo segundo que de
  lo primero. ¿Cómo se gesta? Suele tener tras de sí un sin fin de causas más o
  menos oscuras y remotas, de las que no es consciente el interesado: la
  educación recibida, el ejemplo coherente o no de quienes le dieron tal
  educación, la suerte corrida en la vida, los éxitos y los fracasos, el amor o
  desamor recibido, la interpretación que se da a la existencia del mal, el
  grado de estabilidad psíquica y emocional del sujeto, la belleza o fealdad
  física, la unión o desunión familiar, el grado de injusticia de la sociedad
  en la que le ha tocado vivir....... y también la herencia genética, ¡cómo
  no!, porque hay hombres inclinados por naturaleza a la letra grande de lo
  sublime y hombres inclinados a la letra pequeña de lo mundano. En cualquier caso, desembocando todo ese aluvión de condicionantes
  en el entendimiento que se enfrenta al problema, la persona adopta una
  actitud global, a caballo entre lo emotivo y lo intuitivo, que resume en un
  sí-existe, en un no-existe, o en un "no me interesa", y jamás
  volverá a plantearse el tema, porque es una complicación que levanta dolor de
  cabeza y que nada tiene que ver con el día a día. Eso sí, encubrirá su oscura
  determinación con una serie profusa de razonamientos que vengan bien al caso,
  todos ellos oídos a terceros, y defenderá a capa y espada que la suya es,
  ¡faltaría más!, una decisión razonada y libre, aunque no lo es en absoluto.
  No es razonada porque no se acompañó en su génesis de ningún razonamiento
  verdadero, y no es libre porque surgió de ese montón inconsciente y oscuro de
  condicionantes. Si este tipo de respuesta rápida y a vuelapluma acapara a la inmensa
  mayoría de los individuos que se enfrentan al problema, el resto de mortales,
  a quienes lo trascendente inquieta de verdad y se toman un tiempo, constituye
  un porcentaje casi irrisorio. Éstos son los que indagan, los que leen, los
  que preguntan, los que sacan el tema incansablemente, los que se mueven en
  busca de datos, los que jamás descansan, los que nunca se dan por vencidos
  ante el misterio, los que ponen todo de su parte por desvelarlo y, sobre
  todo, por desvelar qué hay realmente en su corazón. Si tú, querido lector, te
  has acercado a este libro, es señal irrefutable de que tienes el privilegio
  de pertenecer a esta minoría selecta, y es señal de que te inquieta lo único
  (absolutamente lo único) que debería inquietar al hombre, el enigma de su
  destino. Procuraré con todas mis fuerzas no defraudarte. Si bien las posturas vitales a que nos conduce
  esa diferente actitud ante el problema de la existencia o no de lo divino,
  son realmente tres, aparecen como cinco: indiferencia, teísmo, proteísmo, ateísmo y antiteísmo.
  Sin duda que el lector estará pensando que realmente son sólo tres porque
  teísmo y proteísmo suenan a lo mismo, si bien éstos
  más exaltados que aquéllos, y porque ateísmo y antiteísmo
  vienen a ser la misma cosa, aunque unos más radicales que otros. Pues no.
  Ésta es la primera particularidad. Son solamente tres porque el grupo de los
  fanáticos, aquellos a quienes el tema los enciende y ofusca (proteístas y antiteístas),
  nunca puede saberse en qué acera de las dos realmente están, así es que no
  cuentan. Los que enarbolan la cruz y la espada y los que enarbolan la espada
  contra la cruz, no están realmente en ninguna parte, porque precisamente esa
  postura tan radical en lo exterior suele responder a motivos bastardos en lo interior.  De lo
  que un hombre dice a lo que hay verdaderamente en el fondo de su corazón,
  media un abismo casi siempre, y la clave para descubrirlo no radica en
  atender a lo que dice, sino en atender a cómo lo dice. Un ateo niega la
  existencia de Dios a secas, y lo hace de una forma natural, sin rencores,
  porque para él la existencia de un ser así constituye un absurdo tan
  monumental que no procede siquiera considerarlo. El teísta suele presentar
  otro perfil. La incomprensión del ateo hacia esa sublime realidad de lo
  divino puede llenarle de tristeza y de confusión. ¿Cómo es posible?
  Considerará a su oponente dormido, le gustaría zarandearlo para que
  despierte, pero no pudiendo hacer nada, acabará por aceptar la situación. Sin
  embargo, los otros, los que defienden una u otra postura con rencor, quizás
  sea, en el fondo, que les gustaría estar enfrente y no se atreven. Detrás o
  dentro de un fanático antiteísta no se podrá saber
  nunca si lo que hay realmente es un creyente resentido, como detrás de un
  fanático teísta puede esconderse la cobardía de un incrédulo. Si ni el hombre
  sensato sabe muy bien, a veces, qué es lo que hay en su corazón, como lo
  prueba el trasiego inesperado entre las filas de los unos y los otros (véase
  el caso del jesuita Freixedo, que renegó de la fe;
  véase el caso del catedrático García Morente, que
  renegó de la no-fe), ¿qué podrá esperarse del corazón exasperado de los
  violentos? * * * | 
| Marx.-
  Esto último es de lo más sensato que he oído. Tú sabes que soy materialista y
  ateo hasta los huesos, pero precisamente por eso tengo un fino instinto para
  captar a los que realmente no lo son, aunque armen un revuelo así de gordo
  contra tu Dios. Uno de los míos hará siempre lo que yo, intentar barrer el
  orden establecido sin levantar los pies del suelo. Pero esos chiflados que
  hablan de la transformación mirando más a la luna que a la tierra, no
  representan a nadie. No he dicho mirando al cielo, como tú, he dicho mirando
  a la luna, que es el recurso de los imbéciles. Lutero.- Gracias por la aclaración. Pero a la luna
  miran los poetas. No creo que estés pensando en ellos. Marx.- Y
  los lunáticos. Ese hombrecito pequeño, enfermizo, retraído y melancólico, que
  pasó por la vida desconocido y murió joven en medio de la locura, no merece
  para nada la atención que la historia le está prestando, ni fue desde luego
  un auténtico ateo, por más que vociferase la muerte de Dios. Lutero.-
  Presiento que este será el único punto en el que estemos de acuerdo. Para mí,
  a quien quiso realmente matar Nietzsche con su
  grito no fue a Dios, sino a su padre, el duro y estricto párroco protestante
  de Röcken. Si no, no es fácil entender tanto odio
  hacia lo divino en un mortal. Marx.-
  Esa no es la causa. A ti te educaron más severamente aún y eres un servidor
  de Dios. Nietzsche es el prototipo de los que odian
  aquello en lo que creen y no quieren creer. Lutero.-
  Lo sé. Cuando habla del "eterno retorno", de la vida que después de
  acabada vuelve una y otra vez, ¿de qué está hablando, aunque con tanta
  torpeza, sino de la eternidad de los creyentes? Y cuando inventa su concepto
  del "más allá del bien y del mal", ¿que está inventando, sino al
  Dios ya existente, aunque él mismo no se dé cuenta? Porque justamente esa es
  la definición perfecta de lo que Dios es y no sabemos en qué consiste: lo que
  está más allá del bien y del mal. Marx.-
  Como siempre, tú te has encargado de analizar el problema. Por mi parte, lo
  que tengo muy claro es el resultado final. Ese hombrecito incapacitado para
  la vida, desafortunado en el mundo, se rebeló contra el Dios que le había
  hecho tan precario y no se cansó de matarlo. Lo mató aboliendo la ética de
  los esclavos, y no sabiendo cómo más matarlo, lo mató creando una estupidez
  llamada "superhombre". En estos tiempos se le llamaría supermán, y sería tan ridículo como ése que se ve en las
  películas, ahí abajo. Lutero.-
  Lo que este pobre diablo no fue capaz de ver es que, ese fantástico invento
  suyo del superhombre, realmente es todo lo contrario, una lamentable
  regresión, es volver a ley natural de los animales, la del predador, la ley
  del más fuerte. Marx.-
  No sé si superhombre o minihombre Lo que sí sé es
  que nuestro ideal de conseguir la emancipación de los hombres, nada tiene que
  ver con ese espantapájaros suyo, que debería causar risa, ni siquiera
  curiosidad. ¿Qué pinta en los libros este personaje? Lutero.-
  No sabes cómo me tienes de sorprendido. Hablando así, pareces un lutero cualquiera. Marx.-
  No te hagas ilusiones. Lo que estoy diciendo lo estoy poniendo en el
  pensamiento de Nietzsche, no en el mío. Ya sabes
  que yo no creo en Dios. Por eso precisamente me indigna más este personaje,
  que juega a ser de los míos sin serlo.  Lutero.-
  Solamente quien lea en la superficie los discursos de Nietzsche
  puede pensar que este hombre amase la vida locamente, como tanto se ha dicho.
  No era otra cosa que un resentido. El que no ha sido dotado para la lucha por
  la vida y tanto la ensalza, pero de paso mata al Creador, más que creer en la
  vida que no le han dado, en quien cree es en el Dios que no se la ha dado y
  por eso lo mata. Marx.-
  ¿No te extrañaba, hace sólo un momento, que se pueda odiar tanto a tu Dios? Lutero.-
  Tú eres ateo, y me consta que no lo odias. Marx.-
  Justamente porque lo soy de convicción. ¿Cómo odiar a un invento? Lutero.-
  Se odia a quien se ama cuando pensamos que no nos corresponde. Pero si se le
  odia y se le ama es porque partimos de que existe. Esto lo comprendes tú, que
  eres ateo verdaderamente. Un antiteísta jamás lo
  reconocerá. Marx.-
  De todas formas, creo que estáis equivocados si no veis más enemigo que los
  ateos. Quienes os están cercando últimamente no somos nosotros. Lutero.-
  Lo sé. Ahora, que tantas encuestas hacen ahí abajo, los vuestros ni suben ni
  bajan. Los que progresan, día a día, son la legión de los indiferentes. Marx.-
  Siento no haber pasado por el mundo más tarde. Me hubiera ahorrado el problema
  de la existencia de Dios. La nueva cultura no lo ha matado, como hizo el
  lunático de Nietzsche, lo ha olvidado de raíz, que
  es mucho más práctico. Lutero.-
  Lo malo es que la vida no consiste en lo práctico, aunque pueda parecerlo,
  sino en el hallazgo de la verdad.  Marx.-
  ¡La verdad! ¿Y dónde está la verdad? Lutero.-
  ¡Claro que se sabe dónde está la verdad! La verdad está en buscar
  incansablemente la verdad, aunque nunca acabemos de encontrarla mientras
  vivamos. Marx.-.....
  Vosotros, que la buscáis más allá. Yo sé que mi verdad es la que he vivido
  ahí abajo y nada más. Pero si hubiese llegado al mundo ahora y fuese uno de
  esos pasotas, me habría ahorrado el trabajo inútil de pensar en el problema. Lutero.-
  ¿Tú crees? No te hagas ilusiones. Tú perteneces a esa élite
  de los que piensan. Antes o ahora, siempre habrías escrito tus teorías y
  habrías negado a Dios. Marx.-
  No estoy tan seguro. Dicen las estadísticas que el número de los míos se ha
  estancado, y que el de los vuestros no para de bajar. Y lo que pienso es que
  los dos acabarán por desaparecer. ¡Lo verás! Ateos y creyentes son una
  cultura del pasado que esta juventud indiferente de ahora quiere olvidar a
  toda máquina. Lutero.-
  Cuando eso llegue será la prueba definitiva, porque ya conoces la promesa de
  Jesús. Marx.-
  ..... "Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos".......
  ¡Qué ingenuidad! * * * Resumen: El hombre es esencialmente voluntarioso y libre. Se rige más por los
  sentimientos que por la razón. Lo que comprende le interesa poco si no lo
  siente.  La interrogante
  ¿Dios? no es una excepción a lo anterior. La respuesta de la mayoría es
  intuitivo-afectiva, es una inclinación natural, una actitud previa, en parte
  condicionada por un montón de circunstancias personales y sociales de las que
  no suele ser consciente el propio interesado. Pero siempre recubre su
  impulsiva decisión con un manto de razonamientos que generalmente no son
  suyos, son escuchados. Las demostraciones sobre la existencia de Dios
  resultan inútiles para quien no lo siente e innecesarias para quien lo
  siente. ¿Se trata entonces de un problema personal ya previamente resuelto?
  Nada es definitivo en el hombre. La creencia es un don, pero otorgable a
  quien lo busca.  Además de ateo o creyente, también el hombre puede evadir el
  problema, ignorar la interrogante “Dios”. Éstos son los indiferentes, hoy en
  auge. En cuanto a los radicales y fanáticos de uno y otro signo (proteístas y antiteístas), no
  cuentan. Realmente están al margen de la búsqueda de la verdad. ---------------------------------- Esta publicación está destinada únicamente a interesados
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