(Imagen tomada del reportaje “Salvador Dalí”)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III.-  El Ser recibido o Ser limitado  (lo creado)

 

La Creación.

 

La Creación, obra perfecta de Dios, nada tiene que ver con el mito universal que se apropió el pueblo judío y plasmó en su Antiguo Testamento, ni mucho menos, por supuesto, con el homo-mono de Atapuerca, con el cual la ciencia solamente nos explica la gestación del cuerpo humano, no del ser humano. Nada tiene que ver con esas dos historias, en la primera de las cuales se nos presenta un Dios vacilante que necesitaba comprobar si era "bueno" lo iba creando (Génesis) ni, menos aún, con la segunda, que nos presenta un espíritu humano surgido, ¡oh, milagro!, de una pura y simple carambola evolutiva, como por arte de encantamiento (ciencia).

 

Cuando de niño me enseñaban historia sagrada, ilustraban la página con la imagen de un hombre bueno, perfecto, bellamente proporcionado, que habitaba en el Paraíso. Era Adán. Y no podía ser de otra manera, si era obra de Dios. Cuando más tarde me dijeron que el primer hombre no fue aquél, sino esa otra especie de mono peludo y grotesco nacido en África y llamado Homo Sapiens, comprendí de inmediato que algo chirriaba en este asunto. Si el hombre era manufactura de Dios, no podía ser el homo-mono; y si el primer hombre fue efectivamente el homo-mono, entonces es que el hombre no era obra de ningún dios. No era posible. Una de las dos pretendidas verdades estaba engañando a los hombres.

 

Ante este dilema, si eres ateo lo tienes mollar. Si eres ateo, para ti la ciencia ha venido a echar por tierra, una vez más, el cuento "infantil" de la Creación. Si eres ateo, para ti no hay más realidad que la de Atapuerca (aprovecho para notificarte que, ya que sólo crees en la ciencia, deberías echar una ojeada a la física cuántica, según la cual lo que no existe es precisamente la materia). Para mí, sin embargo, el problema no había hecho nada más que comenzar. No podía negar las evidencias de la paleontología, pero tampoco las evidencias de Dios y de su Creación. ¿Qué hacer? Sin duda ese homo-mono fue el primer hombre del planeta, no puedo poner en duda lo que dice la ciencia...... pero también sin duda que no pudo ser ese mono peludo, amasado con materia, el hombre que salió de las manos del Creador. ¿Qué hacer? ¿Cuál era la clave de este dilema? ....................

 

Pensé que esa clave quizás no estuviera en pretender conocer el "cómo fue" la Obra de Dios, que era precisamente lo que estaba intentando sin ningún fundamento, sino lo contrario, el "cómo no pudo ser", que está mucho más cercano a nuestra capacidad. Ni en el relato bíblico ni en la creencia generalizada de los hombres parece hallarse la solución. La historia universalmente aceptada del “barro animado”, al estilo del Animismo, al estilo de Platón y del dios inferior de los gnósticos, no es creíble. No pudo ser así. Dios, efectivamente, puso la animación, las almas, la vida. Eso sí es coherente. Pero el "barro" no lo puso nadie, porque el barro es un puro espejismo de los sentidos (repito: la materia no existe, volver al capítulo I.- La Verdad Básica).

 

Si a ese homo-mono de Atapuerca le desvistes de lo que te muestran los sentidos, de su apariencia grotesca corporal, te quedará lo único que realmente hay en él: un alma, todo lo rudimentaria que quieras, pero un alma creada por Dios y conocedora, desde el primer día, del bien y del mal, única seña de identidad que diferencia al hombre del resto de la Creación. El problema anterior, ése que yo me planteé de niño y que todos soslayan, ése acababa de desaparecer.

 

El Dios que acabo de tratar en el capítulo anterior, inmutable e infinito, creó la finitud, eso sí que lo sabemos, pero no la finitud que ves a tu alrededor y en tu propio cuerpo, maldecida con la materia. Suponer que de sus manos surgió la miseria revestida de luces de colores que ves, llamada mundo, resulta blasfemo, porque de sus manos nunca pudo surgir lo corruptible. Aunque la doctrina, basada en el relato bíblico y buscando justificaciones forzadas, te diga que la corrupción no estaba en la obra, que ha sido el propio hombre el que la ha posibilitado con su pecado, aunque eso te diga, de nada sirve, porque no por eso deja de presentar a Dios como el autor de una obra insegura y despreciable, capaz de corromperse y albergar el mal. Y Dios no hace ese tipo de chapuzas.

 

Ante el espectáculo grotesco de la vida en el mundo, sometida a la impiedad de la ley del más fuerte, siempre hay infinidad de necios que, embobados por la apariencia de las luces de colores de los fuegos artificiales que parecen caer del cielo en la noche, en la plaza pública, sean incapaces de oler el horror de la pólvora que las catapulta. Hasta los parajes más bellos suelen tener su red de cloacas. El despreciable espectáculo llamado mundo, aunque tan bellamente vestida por fuera, ni con la complicidad pecadora del hombre pudo ser nunca obra del Creador. Repito: Dios no hace chapuzas.

 

No podemos saber cómo pudo ser exactamente su obra, pero sí que esa obra fue enteramente espiritual, no contaminada, constituida por criaturas espirituales. Creó un mundo en el que ni siquiera había formas corpóreas, porque las formas solamente existen en el espacio y en el tiempo en el que crees continuamente estar viviendo, y la obra de Dios fue en la eternidad, como todo lo que hizo. Las formas intangibles de tantas apariciones celestiales que se han mostrado en el mundo (Virgen, ángeles) sólo adquieren esa forma para hacerse visibles en el ámbito de nuestros sentidos, nada más. Lo que creó Dios fue vida, y la vida no está en las cosas ni en las formas ni en los cuerpos, la vida está en las almas. Hizo una Creación de seres vivos, de almas.

 

Creó la vida, y la vida no es corruptible, es eterna, porque de las manos de Él únicamente pueden salir obras perfectas. Así es la Creación del Señor: espiritual, acabada, eterna, perfecta, nada que ver con el grotesco espectáculo que tienes delante de ti (que sueñas tener delante de ti).

 

Ese mundo maravilloso de la Creación de Dios, constituido únicamente por almas, por vida, es limitado, pura finitud, porque infinito sólo es Él, el Creador. Pero tampoco es la limitación de formas ni es la limitación de tiempos que ves en el mundo. En la eternidad no hay espacio ni tiempo, ni las almas los necesitan. Las limitaciones de las almas creadas lo son por los grados de perfección, desde las vidas vegetales y animales más simples hasta los ángeles, pasando por los hombres. Si esto puede parecerte injusto, no lo es. Todas las criaturas, aunque tan variadas, se sienten por igual absolutamente felices, porque su perfección, la que sea en cada una, se siente colmada por el amor infinito del Creador.

 

Esto último puede parecerte injusto, pero no lo es. Puede que estés pensando que lo que es grande tiene siempre más capacidad que lo que es pequeño, de manera que las criaturas de Dios más perfectas serían siempre en la eternidad más felices que las inferiores.......Y no es así, no es así porque tú lo enjuicias desde fuera, pero si lo hicieses desde dentro de ellos mismos, te sería muy fácil comprender que si todos están llenos de felicidad, todos son exactamente iguales en eso, en estar llenos a rebosar. Así es la felicidad de cada ser vivo en la Creación, una felicidad absoluta conforme a su naturaleza. No hay dolor, no hay mal, no hay muerte, no hay violencia, ni explotación, ni lucha, no hay ninguna de las leyes naturales que gobiernan el mundo, todo eso jamás ha salido de las manos del Creador. Su obra es una armonía de criaturas espirituales que se aman bajo el reinado del bien, que es la única ley que rige la obra.

 

Dios, que es el Ser En Sí Mismo, donó el ser a la criatura. El ser es espíritu, no existe ninguna otra forma del ser. Creó las almas de todos los seres vivos en armonía, bajo la Ley del Bien. De sus manos jamás salió este mundo de materia, gobernado por el mal y la muerte. Dios no hace chapuzas.

 

No podemos saber cómo fue exactamente su obra, pero sí podemos saber que fue una obra acabada, una obra que salió de sus manos entera y de una sola vez, porque Dios no experimenta, ni planifica, ni prevé, ni prueba. Esas son cosas de los que trabajan a ciegas, como el hombre. Él no necesita ver los resultados para saber si algo es "bueno o es malo", como dice el Génesis que hacía Dios al final de cada uno de los seis días; no lo necesita porque Él está en el origen de todo.

 

Después de haber leído esta Creación tan espiritual y tan lejana del miserable mundo de la materia, puedo figurarme qué pregunta estará rondando tu cabeza. Quizás me dirías, si me tuvieras delante, que, puestos a admitir todo esto y que el mundo que percibimos es una pura ficción de los sentidos, entonces me falta explicar de dónde surgió esa ficción que el hombre sueña, porque el hombre es capaz de soñar, pero no es capaz de sacar un sueño de la nada, como te explicaría con más autoridad que yo un psiquiatra.

 

Tienes toda la razón. Cuando el hombre sueña no inventa nada nuevo, viste de diferentes formas lo ya existente y conocido. ¿De dónde ha surgido entonces esta pesadilla que el hombre sueña? Evidentemente, también de la mano de Dios, todo lo que existe viene de Él, nada ha surgido de la nada, entre otras cosas porque la nada no existe......... Pero esta explicación será en el próximo capítulo. Bajo el título El ser utópico (el universo), procuraré darte una explicación de este mundo aparente nacido, como sabes, de un “punto” enigmático y misterioso que todo lo inició explotando, el Big-Bang, pero que la ciencia no sabe de dónde ni cómo surgió (los creyentes sí, por supuesto, los creyentes sabemos que surgió de la mano de Dios como inicio de la ensoñación llamada universo). Todo eso será en el capítulo que sigue a éste. Ahora sólo toca hablar de la Creación real, la de las almas salidas de las manos del Padre, no de la utopía llamada mundo.

 

Teoría del alma

 

En la Verdad básica del capítulo I ya abordé la paradoja materia-espíritu, pero lo hice acudiendo al fondo sustancial de lo que es materia y lo que es espíritu y acudiendo, además, al arbitraje moderno de la Relatividad y de la Física Cuántica. Y el resultado fue el que fue:

 

ü El árbitro, la ciencia, aunque con siglos de retraso, ha acabado por eliminar la supuesta paradoja materia-espíritu al descubrir que la materia es algo que únicamente existe en función del observador y del medio de observación empleado, lo cual es una forma muy gentil de decirnos, en definitiva, que la materia realmente no existe, que solamente existe para la percepción sensorial. Ahora no quiero ir tan lejos, quiero solamente apoyarme en la crítica de algunas ideas conocidas y, muy singularmente, la del hilemorfismo de Aristóteles, para desembocar en mi visión del alma como realidad única.

 

·      Alrededor del concepto ser vivo surge un inevitable halo de misterio, y es lógico, porque la unión de dos realidades tan radicalmente antagónicas como la materia y el espíritu resulta racionalmente impensable, aunque lo tengamos asumido a fuerza de darlo por cierto. Nos parecen tan evidentes los dos unidos, materia y espíritu, que preferimos pasar de considerar esa perplejidad intelectual, esa imposibilidad teórica de una unión íntima entre elementos tan radicalmente contradictorios entre sí. Constituye un impacto racional equiparable al de “Dios hecho hombre”, el impacto de todo lo que es profundamente misterioso.

 

 En el tema de Dios, sin embargo, ya he dicho en alguna parte que el impacto desaparece cuando uno se da cuenta de que en Él, en Dios, lo excepcional, lo impactante, ni es excepcional ni impactante, sino que constituye precisamente lo contrario, lo normal, por una razón obvia: Dios no es un hombre ni se le puede entender desde la lógica humana, porque si le entendiéramos es que no sería Dios. Esto otro de la unión materia-espíritu, sin embargo, sigue chirriando porque entra en el orden natural de las cosas, no en el orden de lo sobrenatural. Nadie ha llegado a dar una explicación verdaderamente convincente. La ciencia, aunque tan sabia, está absolutamente perdida.

 

Por lo pronto, esa unión tan inexplicable materia-espíritu existe (aparentemente, claro, sólo aparentemente). No tienes nada más que mirarte al espejo para tener conciencia de tal realidad frente a ti mismo. Otra cuestión diferente es si lo que el espejo refleja eres tú mismo o es otra cosa. Me explico: tú tienes conciencia de ti mientras estás viéndote en el espejo, pero la imagen que ves no es, obviamente, la de esa conciencia tuya, porque la conciencia no es materia y no tiene imagen, ves únicamente la imagen de tu cuerpo. ¿Te devuelve, entonces, el espejo la imagen de tu persona? No, desde luego. La mejor y mayor parte de lo que tú te consideras ser no aparece. La conciencia, la espiritualidad, no es cosa de espejos.

 

Para solucionar este problema alma-cuerpo, aparentemente tan abstruso, se ha recurrido a todo tipo de disparates. La historia del pensamiento es como un bazar inagotable, y además de inagotable irrelevante. Salvo unos pocos genios que han iniciado grandes líneas de pensamiento, la mayor parte de catedráticos y eruditos de todo pelaje no han hecho otra cosa que alambicar y mestizar sobre conceptos anteriores y manoseados hasta lo infinito, sin aportar nada realmente nuevo. Y esto en el mejor de los casos. Generalmente se limitan a ejercer su cátedra repitiendo como papagayos lo que leen de otros anteriores. En este tema concreto, como de la evidencia material del cuerpo nadie se siente capaz de dudar, en el empeño de unir lo que es imposible de unir, espíritu-cuerpo, se ha intentado de todo, desde fabricar almas a la medida, hasta lo contrario, negarlas (fenomenismo) e incluso negar la esencialidad de los dos, cuerpo y alma (hilemorfismo).

 

-       Platón creyó en la existencia de tres almas: nutritiva, concupiscible y cognoscitiva.

-       La filosofía tradicional insiste en el concepto platónico de tres almas superpuestas: vegetativa, sensitiva y racional.

-       Los maniqueos, por supuesto, defienden sus dos almas clásicas, la buena y la mala.

-       Kierkegaard es trialista, no sólo reconoce la heterogeneidad de alma y cuerpo, sino que les niega toda afinidad hasta el extremo de ser un tercero, el espíritu, el que posibilita la unión.

-       Klages también es trialista, defiende el alma y el cuerpo como soporte de la vida, pero con la particularidad de que el espíritu, por ser enemigo de la vida, imposibilita que haya un auténtico ensamblaje o estructura esencial.

 

Como puedes ver, sobre el problema alma-cuerpo hay soluciones para todos los gustos, y no solamente casi todas ellas pasan por reconocer la sustancialidad del alma, más aún, llegan incluso a concebirla plural. La principal objeción que se le ha hecho a esta concepción múltiple del alma es, lógicamente, que se contradice con la unidad hombre. Un mismo ser no puede albergar dos o incluso tres almas a la vez, por muy poco alcance que se le quiera dar al concepto alma y por mucha lenidad con la que se quiera concebir lo que es hombre, en cuanto sustancia. De hecho, amigo lector, no tienes nada más que un alma o espíritu, como quieras llamarlo; pero eso lo veremos enseguida. Ahora es más urgente considerar otras teorías que coinciden en lo contrario, en negar la sustancialidad del alma.

 

1.    El fenomenismo psicológico defiende el extremo opuesto: el alma no es ni siquiera una, no es un sujeto sustancial, sino sólo un conjunto de fenómenos y situaciones. Esto de reducir el alma solamente a sus manifestaciones es algo tan insólito como concebir lo que es un río no por sí mismo, sino por la energía hidráulica o por las zanahorias que sus aguas producen. Desde Heráclito (V a.J.) la fugacidad y movimiento incesante de las cosas ha empujado al pensamiento a concebir la realidad como una no-realidad, como algo de lo que únicamente tenemos noticia por sus manifestaciones o efectos, tal y como ocurre con la energía, que nadie sabe qué es, pero todos comprueban sus efectos.

 

Resulta absurdo negar, como hace el fenomenismo, la evidencia interna de que el yo es algo permanente, por muy dinámico y cambiante que sea, y que el yo es uno solo, por muy diviso que parezca. En uno de mis poemas escribí un día que "nunca he sabido cuál soy de todos los que soy", y efectivamente soy muchos y muy diferentes; pero se entiende que esto era una licencia del pensamiento de un poeta, porque, a pesar de tanta variedad, recuerdo haber sido solamente uno desde que me acuerdo de mí mismo.

 

También he escrito en alguna parte “¿Qué es uno, sino el montón de sus recuerdos y situaciones?” Esto último se parece mucho al error que acabo de decirte del fenomenismo aplicado al río (¿qué es el río, sino lo que produce?), pero se entiende que lo escribí así para conducir al lector hasta la existencia del alma como origen de esos fenómenos. Por muy dinámico y cambiante que se muestre, resulta absurdo negar la evidencia del yo como algo sustancial y permanente. Lo que le pasa al fenomenismo es que está siempre predispuesto a negar todo lo que huela a trascendencia.

 

2.    El hilemorfismo. Al igual que en este libro parto de una Verdad Básica, la verdad básica de la filosofía tradicional es el hilemorfismo aristotélico. Aristóteles no ve el alma como sustancia, sino solamente como “forma sustancial”, es decir, como un mero co-principio que, unido al otro co-principio, el de la materia, conforma la unidad sustancial ser vivo. Este concepto de “co-principio” implica que se trata de algo que no tiene existencia anterior e independiente, que solamente existe en relación al otro co-principio al que se une para formar una sola sustancia nueva. Con este ardid, el genial pensador creyó salvar el problema de cómo es posible que una sola sustancia, el ser vivo, sea, a su vez, unión de otras dos sustancias, espíritu y materia, y lo resolvió rebajando a estas dos últimas a la condición de meros "co-principios".

 

Siglos después, Max Scheler ha elaborado una idea que no está tan lejana de la aristotélica y que puede resumirse así: alma y cuerpo no constituyen ninguna antítesis ontológica, sino una sola sustancia, vida, si bien esa unidad presenta un “ser íntimo” (alma) y un “ser para los demás” (cuerpo). Como ves, también aquí el alma ha pasado de ser sustancia a ser sólo una "forma sustancial". Max Scheler no habla de co-principios, pero viene a exponer cosa parecida al considerar al ser vivo como sustancia única y distinguir en él dos elementos inseparables: el de la intimidad, que se corresponde con la forma aristotélica, y el exterior, que materializa esa forma para los demás.

 

La consideración clave sobre este tipo de concepciones es que, si se admite que alma y cuerpo constituyen unidos una única sustancia (el ser vivo), entonces es forzoso que ninguno de los tres puede existir por separado. Los co-principios no pueden existir por sí mismos (no son sustancias) ni el ser sustancial resultante puede llegar a existir sin ellos. Si alma y cuerpo unidos llegan a ser uno solo, llamado ser vivo, la suerte de cada uno de los tres es indesligable de la suerte de los otros dos. Y aquí surge el problema, porque el cese del cuerpo con la muerte nos consta, luego este invento aristotélico conduce a aceptar que, con la muerte del cuerpo, también mueren el alma y el ser vivo entero. Aplicado esto a los demás seres vivos no está mal,  pero…. ¿qué pasa entonces con el hombre? Pues pasa que ni como hombre ni como alma es inmortal, según esta teoría. Cuando se acaba el cuerpo, se acaba todo. El materialismo está encantado con las tontas genialidades de Aristóteles.

 

El materialismo está encantado, pero la universal seguidora del aristotelismo, la Escuela, con Santo Tomás a la cabeza, jamás pudo aceptar tal cosa y, a falta de razón suficiente, pero sin querer apearse del aristotelismo, se inventó uno de esos disparates de que hablaba poco antes, tan habituales en la filosofía, a saber: el alma o forma es, efectivamente, sólo co-principio a efectos de unirse a la materia y constituir la esencia que conocemos como hombre, pero eso no obsta para que el alma sea sustancia completa a efectos de subsistir sin la materia.Y después de parir tan sorprendente conclusión, el tomismo se quedó tan a gusto. Los descalabros derivados de los inventos del señor Aristóteles no tienen fin, y ya me ocupé de ello en mi obra La otra filosofía.

 

3.    La aparente unión accidental "alma-cuerpo".

Pese a los esfuerzos por dignificar la vertiente espiritual del ser vivo, el peso del testimonio de los sentidos es aplastante. Si le preguntas a cualquiera medianamente instruido, si consultas cualquier libro, "el concepto de vida aparece como un “añadido” a la materia, un añadido excelso, pero añadido al fin, una perfección que dignifica a la materia; pero en la base y ante todo, siempre la materia". Prueba de lo dicho es que el concepto secular de vida es el de “materia animada”, es decir, en la base un sustantivo, “materia”, del que se predica que está “animada”. Se parte de la realidad física, el cuerpo, aunque admitiendo que está animado por el principio vital (alma, ánima). El hombre es incapaz de abdicar de su bastarda vocación carnal.

 

Esta espinosa cuestión quedaría definitivamente resuelta si de verdad uno de los dos, cuerpo o alma, no existiese realmente, como ya lo intentó el fenomenismo sin éxito. El obstáculo a salvar consiste en que te constan los dos: el espíritu porque tienes conciencia de ti, y el cuerpo porque lo ves y lo sientes. Sin embargo, este aparente problema ya ha sido resuelto en el primer capítulo, el de La verdad básica. Pero, de momento, aunque la física cuántica es una ciencia y es rigurosamente cierto lo que ha descubierto, vamos a olvidar por ahora el descubrimiento y vamos a aceptar que, además de tu alma, también eres eso que te dice el espejo, tu cuerpo. Eres alma y eres cuerpo. Aceptado (de momento). Lo que ya no puedes aceptar, ni de momento ni después, es justamente lo que el pensamiento viene afirmando de forma secular, a saber: que tu alma y tu cuerpo constituyen entre los dos una “única y sola sustancia”, la sustancia llamada “hombre”. Y lo mismo se viene afirmando de todos y cada uno de los seres vivos: que alma más cuerpo constituyen una sola realidad. El fundamento para rechazar de plano tal supuesto es el siguiente:

 

·       La unión absoluta, esencial, de dos sustancias hasta el punto de resultar una tercera y nueva sustancia, conlleva la desaparición de las dos originarias, como ocurre, por ejemplo, en las reacciones químicas.

 

·       Pero este tipo de unión no es el caso de la que se produce en el ser vivo, puesto que en él siguen advirtiéndose las existencias de las dos sustancias originarias y unidas, la materia y el espíritu. Ninguna de las dos ha desaparecido. No existe ningún ser vivo sin cuerpo , ni tampoco ningún ser vivo sin alma.

 

·       Este problema es el que pretendió salvar Aristóteles con su hilemorfismo, considerando que los dos elementos integrantes, alma y cuerpo, no son sustancias en sí mismos, sino meros co-principios, cuya unión intrínseca constituye una única sustancia, el ser vivo.

 

·       Pero esto exige que, tanto la sustancia resultante (ser vivo), como los dos co-principios que se unen (alma y cuerpo), constituyen un todo indivisible y necesario. Cada uno de los dos co-principios no puede existir sin el otro ni sin formar un ser vivo; ni el ser vivo puede existir sin los dos co-principios que lo integran. Ni es posible un ser vivo que no tiene ni alma ni cuerpo, ni es posible un cuerpo solo sin alma a la que unirse y formar un ser vivo; ni es posible un alma sola sin cuerpo al que unirse y formar un ser vivo.

 

·       La consecuencia, pues, del hilemorfismo es que, como nos consta la destrucción del co-principio cuerpo después de la muerte, ha de seguirse que también se destruyen el otro co-principio, el alma, y el ser sustancial entero (el ser vivo), y esta conclusión solamente la defiende el materialismo, pero no la aplastante mayoría de la humanidad a lo largo de los siglos.

 

·       Volviendo, por tanto, a la unión de cuerpo y alma como dos sustancias en sí mismas y no como meros co-principios (es decir, olvidándonos de la tontería aristotélica), ya has visto, en el punto primero, que su unión no es de tipo esencial, puesto que no se produce la desaparición de ninguna de las dos. Tu yo consciente sigue existiendo y tu materia corporal también sigue existiendo, ninguno de los dos se ha volatilizado al unirse para formarte como ser vivo.

 

·       Conclusión: Si la unión no es sustancial, se trata, por tanto, de una unión meramente accidental, no hay ninguna otra salida.

 

·       Pero en una unión accidental no se produce ninguna sustancia nueva resultante de dicha unión, es decir, la unidad ser vivo que ha resultado no es una realidad sustancial, sino una simple unión accidental de dos sustancias que continúan apareciendo diferenciadas. Efectivamente, el ser vivo resultante de la unión (es decir, tú mismo) no constituye una tercera sustancia nueva y diferente a las dos que se han unido, porque en tal caso no se apreciarían ya en ti ni el cuerpo ni el alma, serías otra cosa "desconocida".

 

·       Conclusión definitiva: La del ser vivo se trata, por tanto, de una unión meramente accidental y reversible, por muy estrecha e íntima que se considere tal unión y por mucho que quiera negarse.

 

·       Reversible porque, al ser accidental y no sustancial, es susceptible de disolverse la unión y quedar otra vez libres e independientes las dos sustancias que la integraban. Y así es. Nos consta que al disolverse la unión (muerte), la sustancia corporal inicia inmediatamente el proceso de corrupción, signo inequívoco de que ha quedado libre y abandonada a su suerte, que no es otra que la descomposición orgánica e integración de nuevo en la naturaleza, desde la cual volverá a integrarse en otros cuerpos.

 

·       Por la misma razón y aunque no podamos apreciarlo con los sentidos, la sustancia alma también queda libre e independiente, pero ajena al destino corrupto de la carne. Lo que es espíritu no puede sufrir descomposición ni sus partes van a parar a ningún almacén, como es la naturaleza, donde volver a reciclarse en nuevas almas.

 

El ser vivo, por tanto, no puede ser considerado como una sustancia única, sino la unión accidental de dos sustancias diferentes: alma y cuerpo...... a pesar del evidente problema que plantea poder explicar cómo se produce una comunicación tan íntima entre dos sustancias independientes, alma y cuerpo, hasta el punto de aparecer como una perfecta unidad existencial (problema nunca resuelto por tratarse de problema realmente inexistente, como vas a ver a continuación).

 

En el caso de aceptar la realidad alma-cuerpo, la no desaparición de ninguno  de los dos en la unión, su permanencia diferenciada en el ser vivo, acreditaría, en todo caso, que éste, el ser vivo, constituiría una unión meramente accidental, no una unidad sustancial.

 

4.    La sustancia única existente: el espíritu.

Esta concepción del ser vivo en la que acabo de desembocar, como unión accidental de dos sustancias diferentes que no pierden su sustancialidad en la unión, ni dan lugar a una nueva y diferente sustancia resultante, es clásica en la filosofía platónica. El error, por exceso, de Platón consistió en mostrarse tan radical en la “accidentalidad” de la unión que llegó a admitir, acorralado por sus críticos, que la trasmigración de las almas de unos cuerpos a otros era posible. En ese radicalismo exagerado es en lo que se equivocó, porque el hecho de que la unión sea accidental, en vez de sustancial, no implica, en absoluto, que haya de ser promiscua, es decir, válida para todas las almas con todos los cuerpos, como tampoco (salvando distancias) las uniones conyugales, aunque también accidentales, no implican promiscuidad de todos los hombres con todas las mujeres. Cada alma tiene su cuerpo como (en otro orden de cosas) cada ser amante tiene su ser amado.

 

El problema final y sin resolver de cómo se puede producir una tan íntima comunicación entre dos sustancias independientes, hasta el punto de aparecer como una unidad, también fue acometido por Leibniz. Lo intentó con su famosa “armonía preestablecida”, consistente, como su nombre indica, en suponer una sincronización perfecta, similar a la de dos relojes que arrancan por separado, pero a la misma hora, explicación tan ingeniosa como poco convincente. El pecado de Leibniz al tratar este supuesto problema, consistió en haber olvidado que fue él precisamente el mayor defensor de la filosofía espiritualista, es decir, de la no existencia de la materia, porque, si lo hubiera recordado, no le habría hecho falta recurrir al ardid de sincronizar dos relojes, ya que solamente existe uno, el espiritual.

 

Bien. Hemos partido del error generalizado de aceptar el realismo de los dos elementos en discordia, el alma y el cuerpo, y hemos desembocado en que, de aceptarlo, se trataría por fuerza de una unión meramente accidental, aunque estrechísima. Tal y como te vio Platón, tú serías una unión, todo lo profunda que quieras, entre tus dos realidades que cohabitan pero son independientes, tu alma y tu cuerpo, aunque el cómo de esa tan difícil como perfecta unión nadie lo ha resuelto. La solución, sin embargo, sigue sin satisfacerte, estoy seguro, y es lógico. Tienes conciencia de ti mismo como algo uno y único, no como algo diviso. Y estás en lo cierto, porque la verdad final, la admitan o no la admitan la ciencia ni la filosofía, es ésta:

 

No hay unión ninguna, ni sustancial ni accidental, no hay dos elementos que unir. La Creación, la finitud, es exclusivamente espíritu y no existe otra cosa. El mundo de la materia y de los sentidos que la perciben, los dos juntos, no pasan de ser una ensoñación del espíritu del hombre.

 

Lo sostenido secularmente por parte de la filosofía y recientemente comprobado por la física cuántica, la identificación de la materia como un mero fenómeno sensorial, no como una realidad sustancial, es la verdad que resuelve la cuestión del ser vivo y tantas otras cuestiones. El error inicial, expuesto en el capítulo primero de este libro, el error de fabricar toda realidad sobre la base de la percepción de los sentidos (consultar el apriorismo de Kant que lo desmiente, aunque aquí voy mucho más lejos), confunde todo pensamiento humano y lo sume en un laberinto sin salida, como en este caso la imposibilidad de explicar la unión tan perfecta de lo que es sustancialmente heterogéneo. Eres alma, solamente alma, es decir, vida, y apareces bajo una forma corporal únicamente mientras se desarrolla la ficción temporal llamada mundo.

 

Alma es vida, es el ser vivo en su totalidad, es la única obra del Creador. No existe ninguna otra realidad finita. Lo que el hombre sueña ser en su paso por el mundo no deja de ser lo que es: una pura ensoñación.

 

El alma y el tiempo

 

Hasta aquí he tratado del "cómo pudo ser" la obra del Creador, consistente en la única realidad existente, el espíritu del hombre, al cual dio vida eterna. Y tratando de esto, he dejado escrito en las páginas anteriores cuánto creo que se puede decir sobre el tema, visto desde mi humilde inteligencia humana y la revelación del Padre. Pero, dentro de todo ese contenido anterior, hay temas muy concretos que merecen algunas páginas más en la curiosidad del lector, como es éste del alma eterna dentro del tiempo del mundo.

 

La creencia más generalizada del hombre (reencarnaciones aparte) es que el espíritu no tiene preexistencia anterior y que, por lo mismo, aparece como realidad juntamente con el cuerpo, es decir, que es creado en un momento temporal determinado, aunque luego sea capaz de sobrevivir más allá de la muerte física. Y en cuanto a este “sobrevivir”, además, es admitido con ciertas restricciones. Hay corrientes de pensamiento que creen en una unidad tan inseparable de alma y cuerpo que no admiten ese “sobrevivir” del alma en sentido estricto, creen en la muerte integral del hombre y, en todo caso, más tarde, una nueva aparición o resurrección del espíritu, con o sin el cuerpo, ya para la eternidad.

 

En cuanto a esta creencia, que es la mantenida de forma secular por la doctrina, apoyada (como siempre) en interpretaciones literales de la Escritura, es preciso hacer constar que tal cosa no se tiene en pie, porque el cese y nueva aparición posterior del espíritu supondría, de hecho, una segunda creación. Por supuesto que el Creador es infinito y capaz de hacer eso y mucho más, pero......... no parece, en absoluto, probable.

 

Este trasiego entre lo temporal y lo eterno, tan banal y unánimemente utilizado, lo único que revela es la incapacidad radical del hombre para intuir lo que es eternidad. En obras mías anteriores (Nueva visión del universo, La otra filosofía) he tratado de explicar este error tan generalizado de suponer lo eterno también como tiempo..... sólo que "un tiempo que no tiene ni principio ni fin". El hombre muestra una radical incapaz de desprenderse de su experiencia de la “sucesión” temporal, y lo más que acepta es que esa “sucesión de momentos” no tenga ni comienzo ni clausura, lo cual es un error de bulto:

 

·       Primero, porque el tiempo, como toda finitud, consiste en algo que es medible precisamente porque tiene un principio y un fin determinados. La única posibilidad de eludir esta naturaleza lineal del tiempo consistiría en suponerle como una cadena de momentos que se cierra sobre sí misma, una cadena cuyo último eslabón volviera a engarzar nuevamente con el primero. Entonces, ciertamente, no tendría principio ni fin, pero conllevaría un efecto inasumible: la repetición eterna de todo lo vivido anteriormente, como un disco que volviera al surco inicial después de haber acabado y, obviamente, no es así. El universo tiene evolución lineal, y lo sabemos justamente por eso, porque jamás se repite a sí mismo.

 

·       Segundo, porque el espacio-tiempo, que es en el que se desarrolla el mundo, entre ese principio y ese final no es algo estático, sino todo lo contrario, algo enormemente dinámico, consistente en el desarrollo o dilatación interna de lo que apareció como un simple punto (Singularidad) y se convirtió en todo un universo....., mientras que la eternidad es justamente lo contrario, lo inmóvil, lo que no genera sucesión ninguna y consiste en un eterno y feliz presente.

 

Una vez que hayas aceptado esto, te será fácil comprender que entre el presente inmóvil de la eternidad y la sucesión temporal del mundo no puede existir correspondencia ninguna, ningún momento del mundo puede ser situado en ningún “momento” de la eternidad, simplemente porque en lo eterno no existen “momentos”. Esto, que parece que nos plantea un problema sin solución posible, no es problema ninguno, todo lo contrario, constituye una prueba más de que el espacio-tiempo y el universo entero que lo alberga, todo ello junto es una pura ilusión de los sentidos sin realidad objetiva. No necesitas resolver el problema (por otra parte imposible de resolver) de dónde colocar los “momentos” del mundo en la eternidad. Resulta imposible porque el tiempo del mundo no es realidad, es una quimera solamente soñada.

 

Entre la eternidad y el tiempo no existe paralelismo ni relación ninguna. Lo eterno no tenemos experiencia de cómo es, pero sí sabemos que no tiene ni principio, ni pasado, ni momentos, ni futuro, ni fin, como los hay en el tiempo.

 

Sin embargo, el desconocimiento de esta verdad tan cierta como simple, el empeño en extrapolar el concepto de lo que es tiempo también a la eternidad, ha conducido a numerosos errores, y en especial a dos verdaderamente trascendentales: el del supuesto momento de creación del alma y el del tiempo intermedio entre la muerte y el juicio final. Del segundo haré referencia en el capítulo que corresponde, que es el siguiente a éste. En cuanto al primero, pensar que el espíritu nace en el tiempo, como viene creyéndose, pensar que el alma es creada en un momento determinado, justamente el que corresponde a la concepción del cuerpo en el vientre de la madre, es una simpleza, porque Dios es eternidad y crea en la eternidad, no en el tiempo del mundo, y menos aún si el mundo y su tiempo son una pura ficción. Insisto en este razonamiento enfocado desde la otra verdad, la científica:

 

·       No hay espacio por un lado y tiempo por otro, como se creía, sino que constituyen una sola unidad espacio-temporal, como ya puso de manifiesto la física moderna (Einstein).

 

·       Pues bien, esto desemboca en una verdad inapelable: si el espacio-tiempo constituye una unidad indivisible y el espíritu es ajeno al espacio (lo cual nadie pone en duda), forzosamente también es ajeno al tiempo.

 

·       El espíritu, por tanto, ni nace ni perece en el tiempo a la vez que el cuerpo, solamente comienza a estar vinculado y deja de estar vinculado al tiempo del cuerpo. El espíritu es de otra dimensión no temporal, la eternidad, en la cual es creado por Dios, sin que pueda determinarse momento concreto ninguno, porque en la eternidad no hay "momentos".

 

Esta pretensión de vinculación continua entre los hechos materiales del mundo y la realidad espiritual del alma consiste en algo parecido a lo que ocurre en los sueños, en los cuales el alma protagoniza por su cuenta y el hombre cree estar viviendo físicamente. Pues bien, este “creer estar” en el escenario equis de un sueño, por muy convincente y largo que sea en la conciencia del hombre que así lo sueña, resulta que no tiene vinculación ninguna con el tiempo realmente consumido.

 

¿Te parece extraño esto último? ¿Piensas, por ejemplo, que cuando sueñas dormido que viajas consumes el mismo tiempo que viajando de verdad? Consulta cualquier libro científico sobre este tema y leerás lo siguiente: el tiempo que se invertiría en ejecutar la acción soñada no se ajusta para nada al tiempo real invertido por el sujeto que lo sueña, es decir, que pueden soñarse, en unos escasos segundos, secuencias de acción que en la vida real necesitarían horas para ser ejecutadas. Del mismo modo, la creencia de que el alma está en el mundo durante una vida entera no supone que el alma haya consumido realmente ese tiempo, igual a como tampoco ha consumido espacio ninguno, puesto que espacio-tiempo es una única cosa.

 

Suponer que el alma es creada por Dios en un momento determinado (concepción) es una simpleza. En la eternidad no hay momentos. El momento determinado de la concepción es cosa de la ficción “mundo temporal” y no tiene correspondencia ninguna en la eternidad del Dios Creador.

 

De una forma o de otra, todas las religiones (y la inmensa mayoría de los hombres) creen en la inmortalidad del alma, bien sea como una inmortalidad personal, bien sea como una inmortalidad subsumida en algo así como un “alma universal de todos”. Y esto puede que te lleve a pensar que existe una evidente contradicción con el credo de las religiones, contradicción que nadie te ha resuelto con claridad, y que dice así: si no existe más infinito que Dios, solamente Dios puede ser eterno, no las criaturas. Parece que, por definición, la finitud, es decir, la Creación entera con todas sus criaturas ha de ser limitada en el tiempo como lo es en todo. ¿Qué es eso, entonces, de la "inmortalidad del alma"? ¿Cómo puede prometerse a las criaturas la inmortalidad después del paso por el mundo?

 

Pues no, no hay contradicción ninguna, es cuestión de interpretar correctamente los términos. Cuando decimos que solamente Dios es eterno, se entiende exactamente lo dicho, que sólo Él lo es; pero esto no empece que la criatura también disfrute esa eternidad si quién es la personificación de la misma, Dios, se la otorga. Dicho más claro: El Creador es eterno "per se", es eterno porque es el "Ipsum esse subsisten" (el que existe en sí mismo), mientras que la criatura es eterna porque recibe la vida eterna desde Él, “instante a instante”, dicho así para que me entiendas, aunque en la eternidad no hay instantes. Bastaría con que el Creador retirase la mano de su obra para que ésta desapareciese enteramente  en ese preciso instante.

 

La teología ha intentado explicar esto mismo, pero de forma errónea (como siempre). Suele decir que la eternidad se predica a la vez de Dios y de las criaturas, pero no en sentido unívoco, sino en sentido análogo, de esta manera: "la diferencia estriba en que Dios es eterno en sentido absoluto y estricto, mientras que la criatura es eterna en el sentido de duración sin límites". La teología, una vez más, comete el error de incurrir en contradicción, porque una “duración” solamente puede aplicarse precisamente a aquello que tiene límites en el tiempo, justamente lo opuesto, por naturaleza, a "eternidad".

 

Aclarada esta venturosa noticia de que estás destinado a ser eterno, ahora puede ser que te  plantees otro inquietante problema: ¿Cómo seré yo en la eternidad? Sin duda te habrás planteado más de una vez esta cuestión inquietante, la que se deriva de tu evolución con el paso de los años en el mundo y, por ende, la evolución también de tu espíritu. Tu alma es una y única, por supuesto, pero el grado de consciencia y las capacidades que ha desarrollado no son ahora las mismas que cuando naciste.

 

ü ¿Qué pasa con las almas de los embriones abortados? ¿Y con las de los niños que mueren antes de alcanzar conciencia de sí mismos? Todas estas criaturas inocentes ¿pasan a la eternidad con el alma inmadura y a medio desarrollar que tenían en ese momento? Y por el contrario, ¿cómo vive en la eternidad quien muere cargado de años? ¿Vive con la misma alma apagada y cansada de la senectud? En definitiva, la pregunta resumen de todas cuantas puedas plantearte es siempre la misma: ¿Con cuál alma se vive en la eternidad, si no ha parado de evolucionar a lo largo del sueño vivido en el mundo?

 

Si alguna vez has llegado a plantearte esta inquietante duda, tengo que darte una segunda y no menos venturosa noticia: la respuesta acabas de leerla en los párrafos anteriores, aunque no hayas reparado en ella quizás. Si entonces te decía que en la eternidad no hay tiempo ni evoluciones, si te decía que nada de este mundo puede extrapolarse a la paz infinita e inalterable de la eternidad, si todo eso te decía, no debes inquietarte por un "problema" que no existe: en la eternidad del Creador serás la obra perfecta, acabada e inalterable que salió de su mano.

 

En la eternidad no existe el tiempo, nada evoluciona ni cambia ni se desarrolla como en el mundo, todo es definitivo. Lo que parece evolucionar aquí, de la mano de la carne, es parte del sueño en el que estás creyendo vivir. Allí eres eternamente el mismo.

 

·             A la eternidad no subió tu padre primero que tú, ni en la eternidad esperarás a que suba tu hijo después que tú. Esa no sería una eternidad feliz, sería una eternidad repleta de esperas, tan imperfecta como lo es el mundo mismo. Allí no se espera, no hay ausencias, no hay incertidumbres, no hay relojes. En la eternidad entraremos todos a la vez con el Salvador. Eres tú, que estás ahora aquí abajo soñando, quien crees estar esperando a la muerte para volver a ver a los tuyos que se fueron antes que tú. Ellos no, ellos están contigo ya. Esto constituye un misterio más del Creador, por supuesto, y no podemos comprenderlo....... pero es así, porque allí no existe el tiempo. En la eternidad la felicidad es absoluta y nadie falta.

 

La paradoja inmortalidad-resurrección

 

Para el común de la gente, hablar de un muerto es hablar de dos cosas diferentes a la vez: de un cadáver que está bajo tierra y de un espíritu que sigue vivo en “alguna parte”, lugar que es indeterminado para muchos, para otros es el recuerdo y el amor que le profesan, y para los creyentes es la eternidad de Dios. Y hablarles de un resucitado supone, también para el común de la gente, el milagro de volver a ver al difunto tan completito como era en el mundo antes, porque nadie es capaz de figurarse cómo pueda ser un espíritu solo, viudo de su cuerpo.

 

Lo que cabe deducir de esta breve introducción es que, aunque a ciegas, sin saber bien el porqué ni pretender saberlo, el común de la gente acierta plenamente cuando piensa así.

 

·       En cuanto a lo primero, en cuanto al morir, todo el mundo deja bajo tierra lo que queda del difunto, pero, de hecho, casi nadie acaba de creérselo. Todas las honras fúnebres, desde las flores hasta los rezos, pasando por la luz de las velas, no se ofrecen a la “nada”, si nada fuese ya el que antes vivió. La inmensa mayoría se resiste a pensar que del difunto no queda otra cosa que lo que está en el féretro. Y aciertan.

 

·       Y en cuanto a lo segundo, en cuanto al resucitar, nadie ha visto levantarse de nuevo a un muerto ni espera verlo. Y efectivamente así es. Nadie resucita, desde luego......., pero no es porque sea cosa imposible (nada es imposible para el Creador), es, sencillamente, por algo mucho más simple: porque nadie muere. Si has abierto el libro por aquí estarás espantado. ¿Se ha vuelto loco este autor? Pero si has leído desde la primera página (como siempre debería ser), no te habrá pillado por sorpresa. En cualquier caso, voy a tratar de exponerlo con claridad.

 

El concepto inmortal, como su nombre indica, se refiere a aquello que, no solamente existe, sino que además nunca dejará de existir. Con esta definición de inmortalidad queda claro que únicamente es aplicable a Aquél que no depende de nada exterior a sí mismo porque el Ser es justamente Él en persona y nada existe fuera de Él, el único que es el Ser en Si Mismo, el que es Infinito y llamamos Dios.

 

Resurrección, sin embargo, se refiere a algo muy diferente que nunca debe confundirse con inmortalidad, como suele creer el común de la gente y como aparece incluso en la literatura bíblica y en la doctrina. El concepto resurrección se corresponde con lo contrario, con aquello que, siendo mortal y habiendo efectivamente muerto, recobra de nuevo la vida, lo cual nada tiene que ver con la inmortalidad (lo que nunca llega a morir).

 

Pero si en el párrafo anterior he dado por sentado que este concepto del “morir” es impropio porque ninguna vida creada por Dios deja de serlo nunca, no cabe volver atrás y situarse de nuevo en esa falsa suposición (la suposición de la existencia de la muerte) para plantear posibles resurrecciones. Pero esto no es todo, porque incluso en el caso hipotético de que las almas pudieran llegar a morir, plantearse además que pudieran volver a la vida otra vez no sería nunca una resurrección. Lo que totalmente ha desaparecido no es posible que retorne. Se trataría, en todo caso, de una nueva creación, de una “recreación”, y se supone que Dios no se entretiene en duplicar almas.

 

¿Puede, por tanto, resucitar lo que nunca ha llegado a morir? Evidentemente, no. Para volver a la vida, es preciso primero ser mortal y haberla perdido, justamente lo contrario de inmortalidad. Y en este error es en el que incurre la doctrina cuando, por un lado, considera el alma cosa inmortal y, por otro y a la vez, afirma la resurrección integral del hombre (es decir, el todo sustancial alma-cuerpo). ¿En qué quedamos? ¿El alma es inmortal o es mortal y resucita?

 

Lo que le sucede a la doctrina oficial es que no es capaz de despejar la incógnita de la materia. En la base de todos los errores teologales siempre aparece la misma causa: la incapacidad de renunciar al testimonio de los sentidos, al mundo de la materia, a pesar de que hace ya un siglo que la ciencia física ha denunciado la irrealidad de tal existencia. Cuando la Iglesia habla de inmortalidad lo hace pensando únicamente en el alma, pero cuando habla de resurrección lo hace pensando en algo más, piensa en el alma lastrada con la unión del cuerpo, piensa en la resurrección del hombre completo (completo, según ella), es decir, espíritu y materia inseparablemente unidos.

 

Inmortalidad

 

El éxito del concepto inmortalidad es tal que todo el mundo se apunta, aunque sea de forma camuflada, dando rodeos o inventando atajos, cómo sea, pero el "no moriré" parece que a todos les chifla, incluidos la mayoría de los pretendidos ateos. Es divertido comprobar como, aun negando el espíritu y su dimensión eterna, los materialistas se las ingenian para aspirar a algún tipo de inmortalidad camuflada. Tres ejemplos:

 

·             Marx sólo creía en la materia, por supuesto, y eso otro llamado alma, para él no era otra cosa que una mera “expresión psíquica” de la materia dentro de cada  individuo....... Pero sí el alma era enfocada desde el ángulo de las masas, desde el conjunto de todas las almas de la especie humana, entonces la cosa era diferente. Como la sucesión de generaciones de hombres y de siglos no tendrá nunca fin (para él y su materialismo, claro), de ello deducía Marx la conclusión de que, aunque las almas individuales no cuentan, efectivamente existe un “alma colectiva” que está viva y es eterna...... es decir, algo así como un inmenso edificio, inmenso, pero construido sin ladrillos, sin piezas.

 

·             La celebrada creencia en la reencarnación, tan vigente en las culturas antiguas de Oriente, en nuestra sociedad moderna se ha extendido de forma imparable, aunque con un sentido muy diferente, como corresponde al materialismo que nos ha inundado. Aquí no se trata de una forma de alcanzar, al fin, la liberación del espíritu mediante la purificación en las sucesivas reencarnaciones, como en Oriente; aquí se trata de todo lo contrario, aquí se trata de una forma larvada de perpetuar en el tiempo nuestra bajeza humana, se trata de satisfacer el ansia de inmortalidad que acucia a todo hombre, pero sin pasar por Dios, se trata de una "inmortalidad" conseguida a fuerza de trasmigrar el alma desde unos cuerpos a otros de forma incansable, por los siglos de los siglos. Amén.

 

·             Otros hay que se conforman con menos. El ingenio humano para evadir el dolor de lo que considera inevitable, la muerte, no tiene límites. El célebre Epicuro de Samos, que solamente creía en la carne y en el placer que la carne procura, se las arregló para no angustiarse con la idea de que habría de morir eso que era su único dios, su cuerpo, y lo hizo de esta manera tan sutil (y tan ridícula): “Cuando yo existo, la muerte no, y cuando la muerte existe, yo ya no, luego no me inquieta”. Y se quedó tan convencido.

 

Resurrección

 

La posibilidad de resucitar es un mito creado como salida a la angustia que nos produce algo que parece tan evidente: la muerte física. La apetencia del hombre por ser eterno se ha rebelado siempre ante el fenómeno aparente de la muerte. Nada tan doloroso y decepcionante como esa derrota conocida e inevitable del final. Desde la prehistoria, el hombre se ha negado a admitir ese fracaso de su existencia, siempre ha rendido culto a sus muertos como en un intento desesperado de suponerlos con vida, a pesar de la evidencia del cadáver, porque estar vivo era concebido, inequívocamente, con seguir habitando en el mismo cuerpo en el que se había vivido. Este es el gran drama y el motivo del invento “resurrección”. De esta ingenua creencia del hombre, la de pensar que es ante todo cuerpo y que el cuerpo es indispensable porque es donde se aloja la vida, se derivó el mito de la resurrección posterior como única solución posible.

 

El mito “resurrección” ha sido creado como única salida a la evidencia de la muerte física....... (cuando se comete la torpeza de considerar al cuerpo como el fundamento básico del hombre).

 

Para entender esto de la resurrección, por tanto, hay que remontarse en la historia un montón de siglos, los mismos que lleva el hombre pisando la tierra. Para aquellas culturas, un fenómeno del tipo “resurrección” consistiría en la vuelta a la vida del cadáver que yacía en la sepultura, se trataría siempre de una resurrección física. Si el muerto no volvía a sentarse a la mesa con los demás, es que el muerto seguía bien muerto.

 

Respaldando esta oscuridad gnoseológica aparecía la doctrina común entre los Padres de la Iglesia, que llegaron a sentenciar que la resurrección del cuerpo era cosa debida porque “…..fue creado por Dios, redimido por Cristo y alimentado por la Eucaristía”. Este tipo de argumento es plenamente coherente cuando se construye sobre la “verdad” (errónea) de concebir el mundo de la materia como obra directa salida de las propias manos del Creador, tal y como se describe en el Génesis. Pero, aun así, a lo largo de los siglos tampoco se puede considerar que ésa haya sido la postura única y categórica de la Iglesia sobre esto de la resurrección, porque tan pronto la ha considerado una resurrección carnal (Lc 24,39; Cc de Letrán IV; Cc VI de Toledo) como ha considerado que la resurrección será en cuerpo glorioso, espiritualizado (Flp 3,21; 1Co1 5,44; Catecismo Iglesia Católica 999).

 

La imposibilidad de este pretendido circuito muerte-resurrección, cuyo último fundamento no es otro que la tozudez en perpetuar el mundo físico, amparándose en el sentido literal de las palabras de Jesús, conduce, como no podía ser de otra manera, a todo tipo de problemas, y entre ellos a uno que hasta resulta pintoresco, a saber: si los cuerpos vemos que nunca regresan del sepulcro, se impone pensar que el referido regreso será al final de los tiempos (Jn 6,39 y ss; 5,28). No hay otra salida. Pero si admitimos esto, ¿qué pasa entonces con el alma mientras llega ese final del mundo? Atiende a la madeja que se organiza sobre este error inicial:

 

·             Esta torpeza de proyectar una limitación que es propia del mundo finito, la materia carne, a la infinitud del más allá, mediante la resurrección, y puesto que aquí vemos que permanece en el sepulcro y no resucita, obliga a suponer que la resurrección de los cuerpos será al final del mundo.

 

·             Pero entre la muerte física de cada uno y el final del mundo hay un tiempo, el cual reconoce la Iglesia oficial y lo llama “tiempo intermedio” ...... Y resulta obvio que lo hay, claro, pero a la Iglesia se le olvida que lo hay solamente en este mundo temporal, no en la eternidad.

 

·             ¿Qué hacemos con el alma durante ese “tiempo intermedio”? Como no es de recibo pensar que vaga por el mundo de forma invisible, al estilo de los fantasmas, se supone que ha de permanecer en alguna parte. La cadena de errores y forzadas suposiciones se alarga sospechosamente, porque ahora resulta que ese “tiempo intermedio”, aunque es tiempo, está en la eternidad, lo cual es imposible por contradictorio. En la eternidad no hay tiempo.

 

·             Supongamos que lo anterior fuese posible. ¿Qué hacemos ahora con el alma que permanece en la eternidad durante el "tiempo intermedio", pero sin juicio, porque no ha llegado todavía el fin del mundo? Pues nos inventamos un “juicio particular” o inmediato, en espera del momento definitivo en el que se producirá el juicio universal y la resurrección de todos los cuerpos a la vez, al final de los tiempos.

 

Contempla el cúmulo de problemas y situaciones imposibles que ha conducido a la Iglesia oficial su tozudez en mantener sus errores. Todo comenzó en una supuesta y posible “resurrección de la carne” de todos, basada, como siempre, en la interpretación literal de los principios evangélicos, y la cola que ha traído ha sido ésta:

 

La existencia de un “tiempo intermedio”...... pero que, a pesar de ser tiempo, está en la eternidad....... pero que, como está en la eternidad, se precisa un “juicio particular” inmediato...... pero que el juicio universal será más tarde, al finalizar el mundo........pero que....... (etc. etc, etc).

 

Como ves, consiste en un auténtico embrollo en el que se sitúa de continuo el concepto tiempo dentro del concepto eternidad, confusionismo del que hacen gala absolutamente todos los teólogos. Sobre estos pretendidos “juicio particular y tiempo intermedio”, Jesús jamás dijo nada, únicamente habló del juicio final (Mt 25,34-46). Para mantenerlos, la Iglesia oficial se ha basado, además de en el esperpéntico razonamiento anterior, en el pasaje sobre Epulón y Lázaro (Lc 16,19-31). Efectivamente, en él se narra como Epulón ya estaba condenado en el infierno, y esto, conforme a la mirada doctoral de la Iglesia, implica la existencia de un juicio particular, puesto que el juicio final todavía no ha llegado a nadie. La doctrina lleva siglos enteros confundiendo lo eternal y lo temporal, lleva siglos enteros proyectando el tiempo de este mundo finito a la eternidad infinita de Dios.

 

La Iglesia hoy sigue manteniendo la resurrección, pero ha intentado actualizarla mediante la nueva fórmula “resurrección de los muertos”, que es un concepto más amplio y ambiguo y se presta a otras interpretaciones. Por supuesto, esta innovación fue acogida a regañadientes dentro del propio ámbito de la Iglesia, que prefiere seguir proclamando en los templos la “resurrección de la carne” del antiguo Credo. En todo caso, este tema de la posible vuelta carnal a la vida de quién ya se ha ido de ella resulta tan absurdo como estéril, puesto que jamás se ha producido ni se producirá. Me explico:

 

ü Si no eres creyente, si cuando piensas en una posible resurrección te refieres a la vuelta a la vida únicamente del cuerpo que ya se marchó, no pierdas el tiempo, porque eso jamás ocurrirá. Tu amada "carne" es eso, solamente carne, y no sirve de nada inventar historietas tan preciosas como absurdas. Desde la tumba nadie vuelve. Desde la tumba se pasa al circuito biológico de la naturaleza, a la descomposición orgánica....... y a la Nada.

 

ü Y si eres creyente sincero, nada será igual. En el mismo instante en el que, ¡al fin!, muera quién ha sido tu enemigo mientras has vivido en el mundo (es decir, tu propio cuerpo), tu alma se elevará a la que es su única patria: la luz y la felicidad del Más Allá...... Pero esto, por supuesto, tampoco se trata de ninguna resurrección. No existen las resurrecciones. Se trata, simplemente, de la vuelta del alma a la casa de donde salió, la casa del Padre Eterno.

 

Creo haber recorrido casi todo lo que pueda decirse sobre este tema......... Pero creo aún más y sin ninguna duda que ha quedado en el tintero algo trascendental y no aclarado: ¿Qué es entonces de la columna central del cristianismo, la resurrección del propio Jesús de Nazaret?

 

Como sabes, la resurrección fue actualizada hasta sus últimas consecuencias por el cristianismo. De hecho, se ha llegado a decir la barbaridad de que si Jesucristo no hubiera resucitado del sepulcro, ni su figura ni su doctrina habrían servido para nada. Según esto, todas sus palabras de vida eterna y promesas de salvación no dejarían de ser una placentera utopía si no iban acompañadas de la propia resurrección física de Él, después de sepultado. Pero esto fue así porque Jesús vivió en la cultura y el tiempo histórico en los que vivió, en los cuales, para avalar sus promesas de vida eterna, no podía hacer otra cosa que escenificar la única posibilidad entonces admitida por el pueblo: la de ser capaz de resucitar, la de volver a levantar con vida su cuerpo encerrado en el sepulcro. Pero este caso, excepcional y único en la historia de la humanidad, lo he reservado para el capítulo VII.

 

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© Gregorio Corrales.

 

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