Monólogo con Tú

 

 

Una celda en un viejo monasterio.

 

La soledad está presente en los muros en ruina, en la humildísima cama, en la vieja mesa de trabajo, en las losas centenarias del suelo, en el reclinatorio ante la cruz. Todo respira sobriedad, pobreza, silencio.

 

Un fraile, de pelo ya blanco y mirada cansada, habla en la intimidad consigo mismo unas veces, otras con sus dos únicos compañeros, que jamás podrán contestarle.

 

 

Fraile:

 

.....Hoy diluvia. No es lo corriente en estas alturas. Aquí, o te hiere el sol o te hiere el hielo. Pero hoy diluvia, y el agua cae con tal fuerza que salta en las piedras y no se sabe ya muy bien si llueve hacia abajo o hacia arriba. Cae con tal saña que a la cruz del mausoleo que hay en el patio se le están yendo los líquenes. Pero al fin, es piedra, y la piedra es tan dura casi como el corazón de los hombres.

 

Mi tierra, la que dejé atrás, era de cantos, y cuando la dejé seguía tan desierta como cuando la dejó Teresa, cuatro siglos antes. Aún tengo un océano de piedras clavado en la retina. Ni los diez años que llevo aquí han conseguido borrarlo. Mi paisaje es un paisaje de cerros y de murallas que ya nunca podré arrinconar, nunca, porque lo que uno ve cuando se hace hombre ya no se apea jamás de la memoria. Ni aunque me quedasen cien años más en este embudo de pinos podrían cambiarme las piedras por los bosques cuando sueño. Porque uno se hace a la medida del paisaje, y la reciedumbre de aquél a mí se me metió hasta los tuétanos.

 

¡Cuánto renegaba entonces de aquel ambiente duro y frío, sin darme cuenta de que eso lo llevaba dentro de mí! El alma se le hace a uno a lo que ve. Aquello del cristal de Campoamor es realmente una sandez. Las cosas no son del color del cristal con que se miran, es el corazón el que se hace del color de las cosas que mira. Si miras al mundo, eres del mundo; si miras al cielo, eres del cielo. Nunca sabré yo dónde miro, que no hallo la paz en ninguna parte.

 

Este maldito frío me rompe los huesos. Si me viera el jefe me echaría una bronca:”Los pies, al aire. Sólo las sandalias. Es la regla, hermano. Ya no estás en el mundo”. Gracias a que la mayor parte del día se lo pasa uno aquí, sin más testigo que Tú.... Perdón, perdón por lo del “Tú”, pero a ti no hace falta que te aclare cuando me refiero a ti y cuando hablo con el otro. La cosa es que a ti me juego lo que sea a que no te va ni te viene lo de que me cubra con unos trapos los pies o no me los cubra. ¡Qué importa lo que se haga con los pies, si el corazón está ardiendo!

 

Estos sabañones me van a matar.

 

Bueno, ya está. Al menos, hasta que llamen para los oficios, podré calentarlos un poco.

 

Lo del frío y el hambre no lo llevo muy bien que se diga, más que nada porque no acabo de entenderlo. Cuando algo no se asume, no se asume y se acabó. ¡Si a mí eso del hambre y del frío sólo sirve para distraerme de ti! Siento no tener cuerpo glorioso, como Gabriel. Soy un triste mortal a quien el estómago vacío lo tortura hasta enajenarlo. Y de los pies, ya ni hablo. Esos dos sabañones son como dos tumores malignos, no en los pies, sino en medio del alma. ¡Y pensar que a mí me gustaban tanto las sandalias de chaval!

 

¿Qué es eso?

 

¡Ah! Voy, voy.

 

Esta ventana, como siga cayendo agua así, acabará por empotrarse del todo.

 

Hablaba yo solo, ¿sabes? Decía que con tanta humedad la madera se hincha, se hincha..... en la misma medida en que yo me seco, me seco.

 

¡Pero Dios! Si vienes empapado. Anda, pasa, pasa, que cierre.

 

Hoy has llamado más pronto que nunca. Lo siento, pero me estoy quedando un poco durillo de oído. Se me fue el pelo, se me va el oído, se me fueron todos éstos de la boca menos cuatro mal colocados..... A ver si acabo de irme todo entero y descanso. Fíjate que tengo poco, ¿no?; pues hasta lo poco que tengo me da problemas. ¿Ves la sillita? Pues le cojea una pata. Y los trapos de los sabañones no sé dónde lavarlos, porque me salen sabañones también en las manos.

 

Así, así, espónjate bien y sacúdete. Aquí no hay muebles que salpicar.

 

¿Quieres que te dé tu ración? Mira, hoy es un poco más corta, pero es que los mendruguillos más gordos me los he comido yo, te lo confieso. He pensado que tú, que andas libre, siempre encontrarás algo por ahí.

 

Sí, ya sé, ya sé que no pasas del alféizar. Toma. A lo mejor te piensas que este pobre fraile va a hacerte algo. Ya sé que tengo hambre, pero vamos....

 

Te aseguro que son todas las migas que he podido recoger de la mesa. El almuerzo es tan escasito que los hermanos no dejan nada de nada. He visto a uno que andaba cazando migas con el dedo mojado, no te digo más. Tampoco puedo decirles “Por favor, que mi amigo está esperando que se las lleve“. No puedo porque eso sería una complicación..... ¡Qué digo! Sería una barbaridad. No sé si lo sabes, pero la regla de oro de un retiro como éste es que uno debe desprenderse de todo lo del mundo, incluido el cariño de los seres queridos. Fíjate. Si uno debe olvidarse hasta de la familia..... Además, ¿cómo explicarles yo que mi amigo es sólo un Turdus Mérula?..... Bueno, perdona, quería decir un mirlo. Vamos, que no lo iban a comprender. Esto es un monasterio, y las ñoñerías....

 

Venga, come, pero sin gula, que ése es otro defecto que no está bien visto. La verdad es que yo pienso que eso de la gula será cuando uno esté harto de comer, ¿no crees? Pero aquí, con los ruidos de tripas que tenemos los dos.....

 

Bueno, y volviendo a lo que estábamos, yo creo que lo mejor es que sigamos como hasta ahora, sin pedir nada para que no te descubran. Como para ti no hay cancelas ni cerrojos, que entras por este ventanuco.... Total, las únicas huellas que dejas ya me encargo yo de barrerlas. Aunque la verdad es que, con esta humedad, las haces cada día más blanditas y estás dejando el alféizar hecho una porquería. Sería una buena cosa hacerse con una hoja de periódico para cubrirlo; pero es que aquí, fuera de los Evangelios, no se lee otra cosa, ¿sabes? Hace diez años que nada sé del Real Madrid.

 

¿Qué? ¿Quieres irte otra vez? Pues anda, a buscar gusanitos por ahí, que son mucho más nutritivos que el pan de centeno de unos pobres monjes.

 

¡Diablo de pájaro! ¡Y qué frío hace, Señor! Abrir la ventana un segundo puede dejarle a uno la cara tiesa para toda la semana.

 

Bueno, debo continuar mi tarea, mis cuatro folios diarios. Y la cosa es que no tengo ninguna gana hoy. Hay días en que a uno se le aflojan las hebillas y lo único que le apetece es desahogarse. Pero no es bueno. Si todos nos pusiéramos a filosofar..... El mundo no merece la pena pensar dos veces en él. Aunque esa criatura tuya me haya distraído un momento, Tú, que ves los corazones, sabes cómo está el mío hoy, lleno de lágrimas.

 

Perdóname. Ya sé que no debo dejarme vencer por la tristeza. Ya sé que sólo son cuatro días, que esto, cuando quiere uno darse cuenta, ya se ha acabado. Ya sé que nada de nada merece la pena, que todo es una solemne tontería mirado desde la eternidad. Eres infinitamente misericordioso, pero debemos aparecer tan pobres, ridículos y desnudos vistos desde allá arriba que, aunque fueras todo lo contrario, infinitamente cruel, te llenarías igual de misericordia.

 

Tengo conciencia de muchas cosas, pero ninguna tan fuerte como ésta de lo ridículos que somos los humanos. Ni siquiera somos malos, ni siquiera eso. Para ser malo es preciso estar seguro y ser fuerte; y aquí, al más fanfarrón se le caen los palos del sombrajo por nada. Nadie sabe qué va a ser de su vida al volver la esquina. La realidad nos desborda, y nos desborda, y nos anega, y nos zarandea como una pluma en medio de esa tempestad de fuera. Ni siquiera somos malos. Somos, simplemente, ridículos.

 

Ya sé, ya sé que hoy estoy triste. No me mires así desde la cruz. Sé que te ofendo con mi tristeza, pero también sabes que te busco desesperadamente. No puedo evitar el desaliento cuando pienso que toda mi vida ha sido una pura carrera sin llegar jamás a ninguna parte. El anonimato y la desolación es lo único que me ha quedado. Busqué el amor y lo perdí. Después de tener a tantos conmigo, ya me ves, tan solo. Mi vida ha sido un fracaso tan monumental que hace años que renuncié a ella.

 

........ Y sin embargo, intuyo que este descalabro tan inmenso es precisamente mi gran tesoro. Por él me he acercado a ti, por él he comenzado a comprender realmente la vida. Si todo me hubiera ido bien, ahora sería un pobre imbécil más, sacando pecho por ahí. Intuyo que este fracaso mío es precisamente mi tesoro, pero no puedo evitar sentirme huérfano, perdido, abandonado. Déjame descansar aquí, a tus pies, sin hacer nada.

 

¿Te acuerdas de los ojos de ella? Eran claros como el amanecer. Y un buen día se fue, como el amanecer se marcha todos los días sin remedio. Me ha quedado esta alianza con la palabra que tiene por dentro inscrita, “siempre”. Pero “siempre” no existe nada más que en la eternidad. Me abandonó sin piedad, sin darse cuenta de que ella era lo único que me unía al mundo. Se hundió el puente, y el mundo y yo hemos pasado a ser dos desconocidos.

 

En realidad, ¿para quién escribo? Esto de los cuatro folios diarios, ¿para quién son? Hoy ni siquiera los he empezado. ¡Son ya tantos....! El día que al fin me vaya para siempre, los dejaré ordenados sobre esta mesa, si es que llega a soportar su peso, y los hermanos que recojan mi cuerpo los leerán. A lo mejor servirán para calentar sus manos ateridas. ¡Quién sabe si el papel garrapateado da más calor que el papel en blanco! Las palabras no hace falta que suban con el humo hasta ti, ya las conoces. Ese día sí seré feliz, cuando hasta el humo de la tinta de mis folios se quede aquí abajo y yo pueda levantar el vuelo sin nada, sin nada, absolutamente libre.

 

Me duelen las rodillas. Déjame que me siente. El equipaje de tantos años me pesa como una losa, es como otro hábito sobre este hábito.

 

Me siento zarandeado por los recuerdos, son como un oleaje que va y viene incontenible y que me sacude sin descanso. Para mí, en el calendario solamente existen los días tachados, los otros no son nada, no me inquietan. ¡Ojalá fuera éste el último!

 

Los recuerdos..... ¿Qué fue de aquel chico delgaducho y soñador? ¿Dónde se quedó? Un mal día aterrizó y se hizo de pronto añicos. ¡Cómo no creer en tu piedad, si tanta piedad soy capaz de sentir yo mismo por aquél que fui! Junto a las miserias, los sufrimientos. Las primeras son incalculables, pero los segundos pueden aniquilar al propio pecador.

 

Cuando era tonto pensaba que mis amarguras servirían para algo o para alguien. ¡Pobre iluso! Mis amarguras bastante tienen con llegar a justificarme a mí mismo. Y la verdad es que, desde que he caído en esta cosa tan simple, me siento mucho mejor, es como haberle encontrado un sentido a mi pobre vida. Yo mismo me digo “Mira, todo esto que lo has pasado tan mal, no es porque sí, no es un sinsentido, es precisamente lo único que te justifica”. Bueno, eso me lo digo cuando te veo al levantar la vista, como ahora mismo, que estoy a tus pies. Pero hay veces que uno mira hacia arriba y no es capaz de ver nada. Creo que a ti mismo te pasó eso en el Gólgota. ¿De qué me quejo yo entonces?

 

No sé qué será hoy de tantos que me rodearon. El agua que empuja la rueda del molino ya no regresa nunca más. Este sentimiento de la fugacidad de las cosas es lo que más me atormenta, aunque no sé bien para qué te lo cuento, si sabes más de mí que yo mismo. Me he pasado la existencia buscando algo firme y seguro donde asirme, pero todo es como el agua del molino, todo pasa y se aleja.

 

El amor de las mujeres también es agua de molino. Todo es agua de río que refleja por un instante la luz y se aleja. Y para una vez que encontré al fin un remanso donde todo era quietud, un día se oscureció el sol y ese reflejo también se apagó. Quizás ella no se dio cuenta de que me dejaba sin ojos para siempre. Se fue, se fue y nos dejó a ti y a mí solos. ¡Con lo bien que iba todo entre los tres!

 

Mira, aquí sigue grabado ese “siempre” que un día pusimos en nuestras alianzas. Las palabras grabadas no se borran fácilmente, pero el tiempo sí se borra, el tiempo pasa y desaparece. Los hombres suelen olvidarse de todo. Yo, al menos por una vez, quiero no olvidarme de aquella palabra que le di cuando le puse la alianza en su blanca mano. Nunca podré olvidarlo. Fue en un camino perdido, en la tarde calurosa de un verano lleno de luz. Le dije “Para siempre”, y sentí que Tú lo escuchabas, que Tú estabas en medio de los dos. Ya nunca me he vuelto atrás. Por fin, algo en mi vida no va a ser de paso, de lo que llega y se marcha. Dije “Para siempre” y moriré repitiéndolo. Al menos en esto seré fiel hasta el último día. Mi amor ha agonizado muchas veces, como todos los amores, pero mi palabra no morirá nunca.

 

¿Otra vez? ¿Pero qué te pasa hoy? Espera, espera que me levante, que antes me levantaba yo solo, pero ahora somos dos, el reúma y yo.

 

Bueno, a ver, ¿qué es lo que te pasa hoy? ¿Por qué no te vas con tu querida parienta a dormir a la espesura del ciprés, como todas las noches? Sigues estando empapado. ¿Qué diantre te pasa hoy, que estás tan nervioso?.....¡No me digas, no me digas! Calla, no me contestes, que me parece que estoy empezando a caer en tu problema. ¿No será que..... que también a ti se te ha ido la señora? ¡Vaya por Dios! ¡Claro, si estamos en lo más avanzado del otoño! ¿Cómo no me he dado cuenta antes?

 

La verdad es que las damas de tu especie son ya demasiado. Llega noviembre y hala, cogen el petate y se largan, se bajan al moro, para ser más exactos, a pasar el invierno allí, calentitas..... o vaya usted a saber a qué, porque de las féminas no hay que fiarse. Y vosotros, los caballeros, aquí, como unos tontitos, pasando este aguacero, que va a acabar con tu vida como te descuides. Así es que claro, a ti, el ciprés, ya nada. Sin señora dentro, prefieres la celda de este viejo monje.

 

Perdona el lapsus, pero como yo nada tengo con eso de la emigración, ya se me había olvidado de otros años. Pues bueno, hombre. A partir de hoy, ya sabes. Yo no me quejo, pero la verdad, te lo confieso, cuando la primavera pasada reapareció la pingo de tu pareja y no volviste, de golpe, a dormir aquí ni una sola noche, me sentó pero que muy mal. ¡Qué quieres que te diga! Así, tan de sopetón, me pareció una desatención gordísima.

 

Mira, ya está anocheciendo. Al mausoleo se le van a pudrir hasta las piedras, como no afloje. ¡Señor, qué tempestad! Tú, al menos, tienes esta celda para cobijarte, pero yo, mi querido, dentro de muy pocos años estaré mucho peor que tú, estaré ahí en medio, calándome hasta los huesos. ¿Ves el mausoleo? Pues justamente a la derecha, donde ese cuarterón de tierra lleno de crisantemos, ahí me tendrás ya para siempre. Como vas a vivir más que yo, espero que en las mañanas soleadas me cantes un poco. Y no abandones nunca este patio del monasterio, ¿eh?, nunca. Sé fiel para mí como yo lo soy para ella.

 

Mira, cuando has entrado estaba hablando precisamente de ella. Supongo que a ti no te va a interesar un rábano, porque lo que a ti te gustan son las mirlas. ¿Se dice así? Bueno.... eso..... las vuestras. Pero aunque no entiendas ni papa de mujeres, voy a enseñarte algo que a nadie he enseñado aquí. Y chitón, ¿eh? De esto ni media. Si aquí no le dejan a uno ni encariñarse con un pobre mirlo, dime tú cómo le van a permitir que conserve el retrato de la mujer de su vida.

 

¿Ves? Bueno, yo comprendo que, en realidad, era una mujer como tantas. Pero eso no importa. ¡Qué más da cómo sea un rostro, si tú no aciertas a ver otro que no sea ése, por muchos que tengas delante! Es una cosa sin explicación, ¿comprendes? Bueno, si no tiene explicación, no puedes comprenderlo, claro. Es.... es.... como lo que te pasa a ti con tu mirla. Esto es sólo una cara, pero toda su alma está ahí, en cada parcela, en cada ángulo......  y te entra una cosa por aquí dentro que..... No es la cara, ¿comprendes?, es lo que se trasluce en la cara. No sé si me entiendes. Bueno, está bien, está bien; no lo entiendes y me miras como si estuviera tomándote el pelo. Pero es muy sencillo, te lo aseguro. Y además te lo digo yo y ya está.

 

A este rostro se le sale la bondad hasta por fuera del cartón de la foto.

 

En fin, amigo “Tú”, me parece que ha llegado la hora de echar una cabezadita. ¿Y por qué te pondría yo ese nombre tan tonto, Tú? Empecé con aquello de vocearte por la ventana “¡Tú!, ¡Tú!, ¡Tú! Mira, tengo migas de pan”, y te has quedado con Tú para siempre. Yo creo que está bastante bien. Mi único problema es que, como me paso el día hablando contigo y con Él y a los dos os tuteo, cuando digo lo de Tú ya no sé muy bien a quién me dirijo, y si es a Él, me parece una falta de respeto imperdonable por nombraros igual.

 

Bueno, a la cama. Hoy me he desahogado tanto que creo que voy a dormir por lo menos dos horas seguidas.

 

Mañana será otro día y, a lo mejor, hasta hago ocho folios, en vez de cuatro. Hoy se me ha llenado la cabeza de recuerdos y de ideas.

 

¡Ah! Y tú procura ponerte en una esquinita y hacer todas esas cositas en el mismo sitio, que me pones la ventana perdida.

 

...... ¿Sabes? Estoy quedándome tieso, de tanto sueño.

 

...... Cuando toquen a maitines, avísame, si ves que no me entero.

 

...... Buenas noches.

 

......

 

...... ¡Ah!, y una cosa: a lo mejor no te lo he explicado bien y cuando te he dicho que me abandonó te has pensado que la mía era tan pingo como la tuya, que se te marcha por ahí. La mía es que murió, ¿sabes?, murió hace diez años y me dejó solo, lo cual es mil veces peor que morirse uno mismo. Pero ella todavía lleva puesta la alianza que yo le puse aquella tarde en aquel camino. Lo sé.

 

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© Gregorio Corrales.

 

 

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