(Dibujo de Jesús María Navas)

(Espera a que cargue imagen de fondo)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Réquiem por la muerte de la poesía en el siglo XX

(última actualización: 25-05-2017)

 

 

¿ Qué es poesía ?

 

A esta pregunta, Bécquer habría contestado, hablando con la mujer de sus sueños:

 

¿Qué es poesía? dices mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul.

¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?

Poesía....... eres tú.

 

La virtud del poeta es reunir en las pocas palabras de cuatro versos un mundo entero. Decir de la poesía que es una mujer es decir todo un mundo de sugerencias, de misterios, de ternuras, de armonías, de música. La mujer es la música de la naturaleza. Por eso, porque la poesía es mujer, por eso justamente es música. ¿Qué es la poesía, sino la música del pensamiento? Esta verdad tan evidente y tan consagrada a lo largo de la historia acaba de ser guillotinada, como casi todo lo que es arte,  en el pasado siglo XX. De metáfora en metáfora, amigo lector, te he traído a la definición perfecta:

 

“Poesía es la música del pensamiento”

 

Y de esto se deduce una verdad palmaria: si la poesía es la música del pensamiento, resulta obvio que será más poesía cuanto más pensamiento y más música encierre; y también resulta obvio que en el extremo opuesto habrá un mínimo de musicalidad, por debajo del cual, aunque el pensamiento siga siendo el mismo, el verso pasa a ser pura prosa. Ese mínimo de ritmo musical es el que hoy se ha puesto de moda no respetar. De este modo, se escriba lo que se escriba, aunque sea el pensamiento más brillante imaginable, no dejará de ser perfecto como prosa, pero no será poesía; y de la misma forma, por mucho ritmo musical que se le dé a lo escrito, si es manido y simplón como texto, lo que resulte será una pobre aleluya, no poesía.

 

Por esto último es preciso dejar bien claro el concepto de lo que es el “ritmo” en poesía. No confundamos la música poética con la simple música verbal. Unos versos bien medidos y rimados tienen, sin duda, musicalidad..... pero también puede ser que resulten vacíos, vulgares, inaceptables ni siquiera como simple literatura. Esta es una regla de oro en la que todos estamos de acuerdo: no sólo la musicalidad eleva un pensamiento a la categoría de poesía. Sin duda.

 

Pero lo contrario también es igual de cierto y constituye la segunda regla de oro, aunque todos la olviden hoy: una idea sublime puede ser una obra maestra en cuanto literatura, pero si no encierra ritmo no es poesía, es prosa, por mucho que se empeñe el autor en escribir ese texto en pedacitos verticales. Esto de distinguir una cosa de la otra sólo por la forma de vestirlo en la cuartilla, como ahora hacen, es tan simple como distinguir un bebé de un cachorro solamente por el envoltorio, si viste pañales o no.

 

Desde hace ya un siglo y de la mano de Juan Ramón Jiménez, este cáncer ha venido royendo el alma de la poesía hasta derrumbarla. Ya nadie lee poesía porque la confusión se ha instalado en ella, como en casi todos los ámbitos de la cultura. Nadie lee, pero los poetas, en cambio, se cuentan por cientos, por miles, por miríadas. Cualquiera es “poeta” hoy. El motivo, tanto de lo uno como de lo otro (de que nadie lee, pero hay mucho poeta), se debe a que da igual lo que se escriba, bueno o malo, basta con cortarlo en trocitos, a la buena de Dios, y escribir unos debajo de otros para asegurar que eso es un “poema”. Esta es la espúrea razón por la que hoy todo vecino es poeta, pero ningún vecino lee poesía.

 

Si, en el párrafo anterior, la cita de Juan Ramón como “cabecilla” de este desaguisado te ha parecido sacrílega, vuelve a leer Platero y luego cualquiera de sus “poemas”. Enseguida comprobarás que el inmenso escritor que hay en lo primero desaparece en lo segundo, por mucho que el papanatismo se apresure en ocultarlo.

 

Para apoyar cuanto digo, a propósito de la confusión que se ha instalado en torno al concepto poesía, a continuación transcribo el comienzo de una “obra” de un “poeta” conocidísimo. Te pido que la leas primero y luego hablamos.

 

“Cuando nací, pobreza, me seguiste, me mirabas a través de las tablas podridas por el profundo invierno. De pronto eran tus ojos los que miraban desde los agujeros. Las goteras, de noche, repetían tu nombre y tu apellido, o a voces el salto quebrado, el traje roto, los zapatos abiertos, me advertían. Allí estaban acechándome tus dientes de carcoma, tus ojos de pantano, tu lengua gris que corta la ropa, la madera, los huesos y la sangre.....”

 

Probablemente no lo hayas reconocido (ni falta que hace). Como literatura es tan rebuscado y retórico este escrito que lo más afortunado es no haberlo leído nunca. Pero si el autor hubiera tenido la honestidad de presentarlo bajo la forma en que yo lo he hecho ahora, podríamos, al menos, decir que es un texto en prosa. Pero no. En esta caótica babel en que han convertido a la poesía, el autor, Pablo Neruda, destroza su prosa en pedacitos y la presenta en vertical, como una escalera, porque ése debe ser, al parecer, el único sacramento necesario para cristianar a la criatura en el ámbito de la poesía. Del experimento resulta este “poema” (según Neruda):

 

  Oda a la pobreza  (Pablo Neruda)

 

Cuando nací,

pobreza,

me seguiste,

me mirabas

a través

de las tablas podridas

por el profundo invierno.

De pronto

eran tus ojos

los que miraban desde los agujeros.

Las goteras,

de noche,

repetían

tu nombre y tu apellido

o a voces

el salto quebrado,

el traje roto,

los zapatos abiertos

..........

 

¿Has leído cosa más tonta en tu vida, más ausente de originalidad, más deslavazada y pueril? Y para remate, la insistente manía de partir el discurso por donde le da la gana, sin ningún fundamento, y colocar los pedacitos unos encima de otros. ¿Por qué? Ni Neruda ni nadie puede justificar tal estupidez.

 

Amigo lector, me gustaría que compartieras y te quedases con esta idea clara, a pesar de proscrita hoy: prosa y poesía no se diferencian por la exquisitez de la idea expresada. Si una misma idea puede ser expresada bajo cualquiera de las dos formas, queda claro que la diferencia no está en lo expresado, que sigue siendo lo mismo, sino en la forma de expresarlo, conforme a esta regla: si el texto tiene ritmo es poesía, y si no lo tiene es prosa. No existe ninguna otra diferencia entre las dos: ni la belleza de la idea, ni el tono de intimidad, ni menos aún la forma vertical de escribirlo en la cuartilla; no existe más diferencia entre prosa y poesía que la cadencia, la musicalidad.

 

Pero esto del “ritmo” plantea, como antes decía, una segunda cuestión: el común de la gente, e incluso parte de los propios poetas, entienden por ritmo solamente la rima y la métrica. No es así, es algo más profundo. El ritmo, en cualquier medio expresivo, está determinado por una cosa muy simple, la repetición. En poesía, la repetición de partes fonéticamente iguales en extensión (métrica) y en terminación (rima) le otorgan al texto ritmo, pero ése es un ritmo puramente externo, puramente sonoro, el ritmo de las palabras. Además de éste, hay otro ritmo más interesante: la repetición en las ideas y en la exposición de dichas ideas; más interesante porque constituye un ritmo interno, más auténtico y profundo, puesto que es ritmo en el propio pensamiento, ritmo conceptual. Sin duda se comprenderá mejor con un ejemplo:

 

Azucena.

..... ¡Tu nombre!

Susurro entre sombras.

Palabra incierta.

Tu nombre, Azucena,

tu nombre,

grito desesperado

entre el horizonte y la arena.

 

Azucena.

..... ¡Tu nombre!

Destello entre sombras.

Levedad incierta.

Tu nombre, Azucena,

tu nombre,

tan innombrable,

tu nombre escrito en la arena.

 

En estas dos estrofas no hay métrica ninguna, aunque sí es cierto que aparece una leve y parcial rima dentro de cada una. Pero no es eso lo que otorga armonía y ritmo al conjunto, sino la repetición insistente, tanto de ideas como de palabras, tanta insistencia que llega incluso a producir rima de una estrofa con la otra.

 

* * *

 

 

¿ Qué es perfección en poesía ?

 

Parece inevitable que quien se enfrenta a una cuartilla para escribir algo, se esfuerce inmediatamente en rebuscar palabras pomposas y ensamblarlas de modo artificioso. El resultado es retórico, barroco, manido. La perfección en poesía es exactamente la misma que en cualquiera de las demás formas literarias: concisión, claridad, economía de palabras y abundancia de ideas. Es ya legendaria la afirmación de que escritura perfecta es la que se limita a la recta ligazón entre sujeto, verbo y predicado; y, si puede ser, nada más. La perfección consiste en desnudar la idea, descarnarla para que diga lo que quiere decir con las menos palabras  posibles. Para decir que:

 

“.... La luz agonizaba en los muros, atardecía....”

 

Lo cual es una descripción perfecta de la conjunción de los conceptos “luz” y “atardecer”, no hace falta caer en la tentación, en cierto grado retórica, de escribir:

 

“.... La luz era ya tenue, mortecina, se dejaba caer en brazos de los grises muros agonizando, porque el día andaba ya escondiéndose en el horizonte....”

 

Es cierto que también esta última forma de expresar lo que ve el autor, forma llena de detalles y de impresiones, también es una forma aceptable de escribir...... pero siempre que constituya la excepción, que no se prodigue. Si se construye así un libro entero el hartazgo está garantizado.

 

Sin embargo, lo que la gente suele entender por perfección en poesía no es nada de lo que llevo escrito desde el principio de este breve trabajo hasta aquí; lo que la gente suele entender, en cuanto escucha el término “perfección”, es el de  aquellas  composiciones poéticas que se ajustan estrictamente a las formas establecidas por los clásicos de la literatura, tanto en lo que se refiere a los versos (medida, rima), como a las estrofas (pareados, tercetos, cuartetas.....), como a las composiciones (romances, sonetos.....), y esto no es cierto en absoluto, esto es de una pobreza desoladora. La  poesía, como ya dije, es ritmo, es la música del pensamiento, y tipos de músicas hechas con ideas existen muchas más que las pocas albergadas en las cabezas de los ilustres del Siglo de Oro. Si haciendo música con tus ideas te sale algo cuyas estrofas no encajan en ningunas de las descritas en los libros, feliz tú, porque acabas de ser doblemente creador.

 

No saber escribir poesía si no es ajustándose a las modas literarias de tiempos pasados, revela una indiscutible precariedad en el autor. Por muy excelso que sea un poeta, si jamás ha sabido salirse de los romances y de los sonetos (por poner un ejemplo bastante usual) es preciso censurarle con una bajada de puntos en el ranking de la celebridad, porque la poesía, como toda forma literaria, es, ante todo y por encima de todo, creatividad.

 

En lo que a mí se refiere, tengo escritos muchos de esos poemas sujetos a los tipos clásicos; pero, a veces y sin proponérmelo, han surgido de mi pluma composiciones que nada tenían que ver con esos moldes descritos en los libros de literatura, y esto siempre me ha causado mayor placer que la calidad intrínseca del propio poema. Si algo me hechizó, desde niño, en la obra de Bécquer fue precisamente esa libertad de composición tan volandera como sus célebres golondrinas del balcón.

 

He buscado unos pocos poemas que puedan cumplir este papel de paradigmas de perfección poética. En ellos no sobra nada. Cada verso es una frase inteligible, concisa, redonda, repleta de significado, que llama al siguiente verso con la misma naturalidad que una nota llama a la siguiente en nuestro oído. Y he elegido los siguientes poemas, todos ellos conocidísimos:

 

 

Coplas a la muerte de su padre

(fragmento de Jorge Manrique)

 

 

Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando;

cuán presto se va el placer,

cómo, después de acordado,

da dolor;

cómo, a nuestro parescer,

 cualquiera tiempo pasado

 fue mejor.

..................

 

 

 

 

             Soneto anónimo

 

No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.

 

No me tienes que me dar porque te quiera,

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

 

 

 

 

Cerraron sus ojos

(fragmento de Bécquer)

 

Cerraron sus ojos

que aún tenía abiertos;

taparon su cara

con un blanco lienzo,

y unos sollozando,

otros en silencio,

de la triste alcoba

todos se salieron.

 

La luz, que en un vaso

ardía en el suelo,

al muro arrojaba

la sombra del lecho;

y entre aquella sombra

veíase a intérvalos

dibujarse rígida

la forma del cuerpo.

 

Despertaba el día,

y a su albor primero,

con sus mil ruidos

despertaba el pueblo.

Ante aquel contraste

de vida y misterio,

de luz y tinieblas,

medité un momento:

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

 

De la casa en hombros

lleváronla al templo

y en una capilla

dejaron el féretro.

Allí rodearon

sus pálidos restos

de amarillas velas

y de paños negros.

 

Al dar de las ánimas

el toque postrero,

acabó una vieja

sus últimos rezos;

cruzó la ancha nave,

las puertas gimieron,

y el santo recinto

quedose desierto.

 

De un reloj se oía

compasado el péndulo,

y de algunos cirios

el chisporroteo.

Tan medroso y triste,

tan oscuro y yerto

todo se encontraba

que pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

...................

 

 

 

 

Voy soñando caminos (A. Machado)

 

¡Yo voy soñando caminos

de la tarde! ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas.... ¡

¿A dónde el camino irá?

 

Yo voy cantando, viajero,

a lo largo del sendero....

-¡La tarde cayendo está!-

“En el corazón tenía

la espina de una pasión;

logré arrancársela un día,

ya no siento el corazón”

 

Y todo el campo un momento

se queda mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

La tarde más se oscurece,

y el camino que serpea

y débilmente blanquea,

se enturbia y desaparece.

 

Mi cantar vuelve a plañir

“Aguda espina dorada

¡quién te pudiera sentir

en el corazón clavada!”

 

 

 

 

 El ciprés de Silos (Gerardo Diego)

 

Enhiesto surtidor de sombra y sueño

que acongojas el cielo con tu lanza.

Chorro que a las estrellas casi alcanza

devanado a sí mismo en loco empeño.

 

Mástil de soledad, prodigio isleño;

flecha de fe, saeta de esperanza.

Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,

peregrina al azar, mi alma sin dueño.

 

Cuando te vi, señero, dulce, firme,

qué ansiedades sentí de diluirme

y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,

ejemplo de delirios verticales,

mudo ciprés en el fervor de Silos.

 

 

 

 

Sierra de Pancorbo (R.  Alberti)

 

Ya no sé, mi dulce amiga,

mi amante, mi dulce amante,

ni cuáles son las encinas,

ni cuales son ya los chopos,

ni cuales son los nogales,

que el viento se ha vuelto loco

juntando todas las hojas,

tirando todos los árboles.

 

 

 

 

 Soneto (Miguel Hernández)

 

Tengo estos huesos hechos a las penas

y a las cavilaciones estas sienes;

pena que vas, cavilación que vienes

como el mar de la playa a las arenas.

 

Como el mar de la playa a las arenas,

voy en este naufragio de vaivenes,

por una noche oscura de sartenes

redondas, pobres, tristes y morenas.

 

Nadie me salvará de este naufragio

si no es tu amor la tabla que procuro,

si no es tu amor el norte que pretendo.

 

Eludiendo por eso el mal presagio

de que ni en ti siquiera habré seguro,

voy entre pena y pena sonriendo.

 

 

Quizás estés pensando que también a estos señores se les escurrió la pluma a veces  y dejaron verdaderos manchones. Por supuesto, como a todos los que escribimos. De lo que se trata es de que, en las afortunadas ocasiones en las que se llega, por fin, a dar el “do”, sea “do” de pecho, no de hígado. A los grandes poetas se los conoce por lo que escribieron bien algunas veces. A los malos poetas, por todo lo que escribieron tan mal a lo largo de su vida entera. A mí, por supuesto, ni me gusta la obra de Gerardo Diego (¿has leído “Manual de espumas”? ¡Qué horror!), ni tampoco la poesía panfletaria de Miguel Hernández; pero ahí están esos dos ejemplos anteriores de perfección poética que, en algún sublime instante, acertaron a salir de sus manos.

 

* * *

 

Álbum poético

 

También he seleccionado un racimo de poemas de entre los escritos por mí. Esto es lo que puedo ofrecerte hoy.... pero no certifico que también mañana. Me he pasado la vida rectificando lo hecho en todos los órdenes, no puedo evitar mi compulsiva inclinación a la revisión y la perfección, de manera que puede ser que cualquier día vuelvas a esta página y te encuentres con que ya no está el mismo poema (quiero decir que seguramente seguirá, pero quizás no sea ya el mismo). Siempre hay una palabra que sobra, o que falta, o que no es la adecuada. Eso es lo que invariablemente descubro cada vez que releo. Nuestra lengua es tan exageradamente rica que siempre se puede decir lo mismo, pero mejor dicho.

 

Comenzaré, como tema, por un sugerente callejón de la ciudad de Ávila, tan sugerente que hasta me apresuré en hacer la fotografía que ves para inmortalizarlo, antes de que la insaciable piqueta de la incultura opte por derribar el añoso caserón del flanco derecho. Del flanco izquierdo no hay que preocuparse porque se trata de la catedral, y no es de esperar tanta osadía por parte de la piqueta.

 

Un día, por el mes de julio del año noventa y nueve,  leí en la emisora de Ávila de Radio Nacional de España un texto en prosa que me ahorrará  explicarte lo que es el callejón, antes de que leas el romance que le dediqué. Ese texto decía así:

 

“En el corazón de Ávila hay una calleja, en cuya esquina de entrada por el mediodía se lee “Calle de la Cruz Vieja”, pero todo el vecindario la conoce por el “Callejón de la Muerte y la Vida”, porque, aunque pende en sus muros una cruz de madera tosca, ennegrecida, pueden verse más  arriba, en el remate del muro, talladas en la piedra, las efigies de un rostro de mujer y de una calavera, como símbolos de la vida y de la muerte.

 

En realidad, nuestro callejón no es uno, son dos perpendiculares entre sí que se anudan, como en un suspiro, en la brevedad de un esquinazo solitario, justo donde pende la cruz y, más arriba, la una mirando al suelo y la otra al cielo, se ven la calavera y el rostro de mujer. Pero cuando visites el callejón, nunca entres por ese extremo del mediodía, hazlo por la esquina de la catedral. Ahí es donde la luz apenas puede con su angostura, entre el perfil de un caserón en ruinas, a la derecha, y los altísimos estribos de la catedral a la izquierda, como la oscura oquedad de un viejo barco de piedra y de cal, anclado para siempre en tierra. Tampoco lo visites de día. Cuando vengas a Ávila, espera a que el día se escape del todo. Cuanto más noche y más negra, más auténtica aparece su geometría quebrada, la longitud de sus sombras, huyendo de sí mismas despavoridas, el siseo de las cosas solitarias, rastreando sobre sus piedras eternamente sin encontrar nada. En las altas horas de la madrugada, el tiempo se detiene en el callejón hasta el punto de que acaba escuchándose. 

 

Avila puede seguir creciendo, cambiando las candilejas por las farolas, el piafar de las caballerías por los claxons. En el callejón todo sigue parado, incólume, a trasmano de la ciudad, a pesar de alojarse en su mismo corazón, intransitado, olvidado, como una vieja instantánea en blanco y negro en una caja del desván. Si en ese diáfano silencio llegas a escuchar algo que no sea el dormitar del tiempo, sin duda pensarás que has oído el leve chasquido de dos espadas batiéndose en duelo, y hasta creerás ver, como en un relámpago, el fulgor de los aceros escapando de tu mirada.

 

Cuando vengas a Ávila, abandona la guía de la ciudad sobre la mesilla de noche de la habitación del hotel, olvida literaturas oficiales, limpia tus gafas a fondo y asómate al callejón por la esquina de la catedral, despacio, muy despacio, con un silencio cómplice. Podrás pillar al callejón desprevenido, tal cuál es, apretado entre sus dos flancos altísimos, verticales, metido en la negrura de la noche sin luna, bañado sólo por la titubeante semioscuridad de unas luces marchitas, remansando el silencio sobre el empedrado, dejando correr los siglos inmóvil...... Pero no entres, no entres. Sólo contémplalo”.

 

 

Callejón de la muerte y la vida

 

Una esquina abandonada,

una estrecha callejuela,

el perfil de un caserón

y, entre fugaces y tercas,

las sombras que se alargan,

las líneas que se quiebran.

Mi calle es igual que un chorro,

es toda como una trenza

a la que rodea el viento

y nunca se para en ella,

porque pararse no puede,

porque mi calle es pequeña.

 

-Que mi calle está vacía,

que mi calle es toda ausencia

y tiene el alma esculpida

a puro golpe de piedra-

 

Una vieja cruz, mitad

silencio, mitad madera,

tiene los brazos abiertos,

como si con ellos fuera

a abarcar todas las sombras,

a abarcar la calle entera.

Pero mi calle se escapa

‑callejón que el aire llevas‑

en una noche profunda,

en una noche sin puertas

en la que todo está abierto

y nada nunca regresa.

 

-Que mi calle está vacía,

que mi calle es toda ausencia

y tiene el alma esculpida

a puro golpe de piedra-

 

En los brazos de la cruz

dos luces aún le restan,

farolitos olvidados

sin cristales ya ni rejas,

ni siquiera con la herrumbre

de unos hierros, de unas huellas;

luz que desciende aterida,

entre viva y entre muerta,

tiritando por las losas,

muriendo por las acequias

para acabar sin remedio

donde las sombras le dejan.

 

-Que mi calle está vacía,

que mi calle es toda ausencia

y tiene el alma esculpida

a puro golpe de piedra-

 

Sus dos flancos están hechos

los dos de cal y de piedra:

el uno, todo raído;

el otro, lleno de fuerza,

sujeto por los estribos

de una catedral entera.

Callejuela, así pareces,

con esas grandes cuadernas,

un barco que fuera hecho

para estar anclado en tierra,

tan lejos del mar, tan lejos

de los vientos y las velas.

 

-Que mi calle está vacía,

que mi calle es toda ausencia

y tiene el alma esculpida

a puro golpe de piedra-

 

No sé por qué, pero siento

algo indefinible que hiela

el corazón y el sentido.

La noche baja serena.

En un lienzo de los muros

dos apóstoles esperan

eternamente fingidos.

En un escudo campean

cruces talladas y olivos.

El viento inútil rastrea

los pasos quedos de algo

que ni es ni pasó siquiera.

 

-Que mi calle está vacía,

que mi calle es toda ausencia

y tiene el alma esculpida

a puro golpe de piedra-

 

De pronto, algo desgarra

la quietud de la calleja.

Es sólo un momento. Todo

en la oscuridad se tensa.

Las sombras, alucinadas,

unas con otras tropiezan.

La hora se detiene. Se oye

al aire oculto, que tiembla.

Y es que yacen en la noche,

tallados los dos en piedra,

un rostro de mujer viva

y una fría calavera.

 

-Que mi calle está vacía,

que mi calle es toda ausencia

y tiene el alma esculpida

a puro golpe de piedra-

 

 

 

 

Madrigal    

 

Blancas como el armiño,

sobre el regazo inertes, olvidadas;

manos de mujer siempre enamoradas

que esperáis con la inocencia de un niño.

 

Así, solas, sin dueño,

llenas las dos de amor y abandonadas,

soñando estáis desde siempre enlazadas

que otra mano os despierte del sueño.

 

Quizás ése yo fuera

si a dejar sobre vuestras blancas manos,

en vez de la rudeza de mis manos,

el roce de mis labios me atreviera.

 

 

 

 

       La noche

 

Ya se viene la noche.     

Las cosas no se ven,

pero están en la sombra

murmurando

como manos sigilosas

que se extienden y rastrean en vano.

No se ven, pero están las horas

rondando,

esperando tercas su momento.

Todo en la oscuridad está tenso,

todo gravitando sin descanso.

Un halo de luz está incierto,

temblando

de puro suspense en la farola.

                   ---

 

No hay palabras. No hay reproches.

..... ¡Chist, que asoma

virgen y espléndida la noche!

 

 

 

 

Soñé en el cafetín.......

 

Soñé

que era aquel el lugar donde la danza

se hace cada noche vuelo y se alcanza

el cielo.

Soñé que ya nunca amanecería..........

..........

Y me crecía el alma, y me crecía.

 

 

El cafetín aullaba

herido por la espada de las sombras

sobre el racimo espeso de las horas,

bajo el racimo

de la luna redonda que se erguía........

..........

Y me crecía el alma, y me crecía.

 

 

Yo soñaba.

Los demás hablaban todos a gritos,

haciendo del encuentro un nuevo rito

bajo el corro

de las bombillas muertas, amarillas......

..........

Y me crecía el alma, y me crecía.

 

 

En remolinos

la densidad oscura de la noche,

las miradas hechas lumbre, las voces,

las espirales

azuladas del humo que ascendía..........

..........

Y me crecía el alma, y me crecía.

 

 

Enloquecidas

las notas se despeñaban del bafle

reventando el aire, empuñando sables,

ladrando

a la luna que en el cristal se veía.........

..........

Y me crecía el alma, y me crecía.

 

 

Soñé que yo era

aquel otro que vaga por mis sueños,

libre el corazón, ingrávido el cuerpo,

b ailando

la dulce locura de mis fantasías..........

..........

Y me crecía el alma, y me crecía.

 

 

Soñé que sueños

eran tus caderas cuando bailabas,

que tus manos eran dos llamaradas

al viento,

que sueño era tu corazón de almíbar......

..........

Y me crecía el alma, y me crecía.

 

 

 

 

              Quisiera

 

Quisiera amarrar el tiempo, dejarlo

en medio de la arena varado

como barca sin dueño.

 

Quisiera al huracán de mis penas

con estas manos ponerle cadenas

y grilletes al viento,

ese viento que por fuera me aúlla

y esta voz que por dentro me zumba

sin reposo, sin descenso.

 

Quisiera ser como la rama herida

del sauce que está a la orilla

del manantial sediento,

siempre desnuda y siempre soñando

que un volcán de flores y pámpanos

le brota por dentro.

 

Quisiera dormirme mientras escucho

el rumor de tu pie desnudo

y de tu cuerpo.

                   ----

 

Nadie queda. Duerme el corredor.

Las sombras descienden al amor

de la hora, del silencio,

de las cosas que están cobijadas

en la soledad del patio, calladas.

 

 

 

 

Calle "Virgen María"

 

La última luz del día,

incierta, atardecida,

tiembla en los cristales, muriendo.

 

La calle está desierta.

La quietud se descuelga

a tientas por el muro del convento.

 

Hay un rótulo en la esquina,

“calle Virgen María”,

y un murmullo indefinido en el cielo.

 

Las sombras, indecisas,

se agolpan en la esquina

haciendo remolinos en el viento.

 

Hay racimos de palabras

todavía flotando, enlazadas,

olvidadas y vagando sin dueño.

 

Como un eco se adivinan,

de alguna anónima vida,

 los pasos que va dejando a lo lejos.

 

¡Y la calle tan callada...!

¡Y las sombras apretadas...!

¡Y tú y yo tan solos, bajo el cielo...!

 

Mi mano a tu mano unida.

El alma tuya en la mía.

La mirada muda diciendo: Te quiero.

 

La noche se apresura, baja

a ver nuestro amor que pasa,

y el silencio le susurra muy quedo:

 

"Mira, son ellos.

La eternidad se paró en sus almas".

 

 

 

 

La gota de agua

 

Sobre los abismos,

al borde asomada,

mirando los aires,

midiendo distancias,

temblando, indecisa,

inocente y clara,

pende en el vacío

la gota de agua.

 

.... ¡Cuántos los estanques

que soñando aguardan

el beso redondo

de tus labios de agua!

 

.... ¡Cuántos océanos

darían el alma

por el casto beso

de tu boca de agua!

 

¡Quién sabe el destino

de tu humilde raza!

¡Quizás tan pequeña,

tan breve, tan parca,

seas tú la gota,

sin darse importancia,

que caiga en el vaso

y desborde el agua!

 

 

 

 

Porque tus ojos son claros....

 

Porque tus ojos son claros

suelo perderme y no vuelvo.

 

Porque tu alma es tan clara

me asomo a ella y me veo.

 

Porque tu piel es de ámbar

y son tan breves tus senos.

 

Porque ciñes la cintura

como un arco en el viento.....

........................

 

Por todo eso.

 

 

 

 

                 Portuario

 

Con la cubierta metida en galernas,

dos sucios faroles por mascarón

y el son de la mar hasta las cuadernas,

mi viejo café, junto al malecón,

huele a aguardiente y a humo de pipa

y rezuma de cerveza y de ron.

 

En una de las mesas, un guripa

fuma y se juega al mus las peluconas.

La luz fría y densa de una tulipa

gotea y se remansa en las coronas

azules de los ojos y las venas.

 

Un lobo de mar viejo y dos busconas

andan los tres contándose sus penas:

él, de las que se traen de la mar;

ellas.... ¡qué pueden contar, sino penas!

 

Un hombrecillo de huidizo mirar,

que apenas puede con su acordeón,

arrastra entre las mesas al pasar

con las notas su triste corazón

y su esqueleto frágil de poeta.

 

Al fondo, entre dos vasos de ron,

un gachó que huele a mar y a goleta

vende de chitón a un julái una carga

entera de opio y marihuana secreta;

y un tipo borracho, de boca amarga,

pide a gritos una jarra y blasfema.

 

En la puerta, una hembra va y se larga.

¡La noche rabia de  fría, casi quema!

Se va con un marinero que ha hecho

un nombre de mujer como su lema

y lo lleva tatuado en el pecho;

un marino que habla ruso y que anda

sin patria, y sin rumbo, y sin techo.

 

Tiene el café como un barco de ancha

la bodega y de duro el cascarón,

se asoma al puerto por una baranda

y tiene en su centro el viejo timón,

la sucia farola y el montón de amarras

de un barco velero que era nipón.

 

Arrecian las voces. Suenan las jarras.

Huele mi café a bodega y a sollado.

¡Dos!...¡Órdago!...¡Gachó, cómo te agarras!

 

Allá fuera, el mar está encalmado.

Duermen los muelles. Duermen las faenas.

Lejos, muy lejos, casi amortajado,

el son de la mar y de las sirenas.

 

 

 

 

       Himno nacional

 

España eterna,

la patria de los pueblos

de la hispanidad,

la Hispania secular,

anclada en el centro

de todos los vientos

con la frente en alto

y mirando al mar.

 

Primera tú fuiste

de las grandes naciones

que el mundo alumbró

y al mundo deslumbró.

España eterna

entre dos continentes,

la mirada al frente

y toda corazón.

 

 

 

 

          Tú y yo

 

Nos hemos quedado solos,

solos tú y yo, mi lucero.

 

La luna cabalga el mar.

El horizonte va lejos.

 

Se ha dormido la playa.

Se ha enroscado el silencio.

 

¡Me miras tan inocente!

¡Parece todo tan quieto!

 

El mundo se ha diluido

alrededor de lo nuestro.

 

Las olas se van rodando,

se amontonan en el cielo.

 

¡El mar parece tan mudo!

¡El aire está tan pequeño!

 

Una barca que venía

con la aurora se ha vuelto.

 

Nos hemos quedado solos,

solos tú y yo, mi lucero.

 

 

 

 

Estas horas vacías....

 

Estas horas vacías         

que de mí escapan

sin rumbo,

estas horas amargas

puede que sólo sean,

tan calladas,

como sombras detrás

de los pasos del alma.

 

Los acentos,

las locas palabras

que tanto llenan,

tan solitarias,

mis monólogos,

puede que enlazadas

se estén muriendo

como muere la garza

sobre el claro cristal

del agua.

 

Todo puede ser.

Veo desesperadas

las adelfas

en tiestos de hojalata,

y en el tejado ocre

la luna menguada.

 

¡Cuánta soledad!

Yo tiendo la palma

de mi mano

a la noche lejana,

esperando otra mano,

tiritándome el alma.

 

 

 

 

        Nunca acierto

 

Nunca acierto hacia dónde señala

la divina línea alargada

de tu dedo.

 

Mirando el horizonte, mirando

sin saber dónde miro, mirando,

se me va el tiempo.

 

¿Dónde, me pregunto, Tú conmigo

uniremos los dos los caminos

si soy terreno?

 

¿Dónde hallaría una triste nube

que a mí me lleve, sube que sube,

hasta el cielo?

 

Aquí, tan abajo, tan abajo,

a solas me debato y me sangro

junto al suelo.

 

 

 

 

No conozco los pasos

 

No puedo ver como sigue el camino.

Lo que resta, no puedo ver entero.

Que al final estás Tú, que al final muero

es todo lo que sé de él, su destino.

 

Tampoco puedo hacerlo sin tino

de una zancada y dejarlo a cero.

Cuarto, tercero, último, primero .....

No conozco los pasos de mi sino.

 

No quiero que me aúpes en tus hombros

para ver cómo serpea por el llano.

Mejor te pido que me des la mano

y me conduzcas entre los escombros.

Tercero, último, primero, cuarto .....

Quiero ver cada paso del que parto.

 

 

 

 

         La lluvia

 

La calle estaba sin luna,

la calle se veía apenas

emergiendo de la noche

entre sombras que se ruedan.

 

Las fachadas empinadas

y los astros allá fuera.....

Los silencios angustiosos

y la soledad tan terca.......

 

De pronto hubo un rumor,

como de algo que sisea,

un siseo como de agua

abrazando las aceras,

agua‑mansa, agua‑luna,

agua sólo transparencia,

agua de invisibles brazos,

el agua de los poetas,

y toda la calle se hizo

en un instante una senda

del color de los cristales

a la luz de las estrellas,

de reflejos que temblando

por el asfalto se llevan

el alma de las farolas

en la luz que no regresa.

 

 

 

 

          El río

 

Hasta el río he venido

a confirmar mi sospecha:

“Río no es lo que dicen,

río es lo que uno sueña”

 

El río no es una cosa,

el río es sólo una senda

de sólo camino de ida,

de sólo lo que es sin vuelta.

El río es una ilusión

donde las cosas se menguan

a medida que se marchan

por el cauce que no cesa.

El río no es una cosa

que hay entre dos riberas,

el río es sólo un rumor

que de la orilla se rueda,

es un reflejo que huye

serpenteando en la arena.

 

El río no es cosa alguna.

El río sólo se aleja

sin que se sepa por qué.

..... Se aleja, sólo se aleja.

 

 

 

 

 El lago

 

Inmóvil como el destino,

inmóvil como los cielos,

como las cosas perdidas,

como la sombra del cuerpo,

tan inmóvil como el ancla

que aprisiona los recuerdos,

el lago soñando está,

sobre los brazos del tiempo,

que el tiempo no podrá nunca

despertarle de su sueño.

 

El lago soñando está

que abrió la mano el cielo

y el dedo de Dios le puso

en medio del universo:

ni al norte ni al sur, al eje

de la rosa de los vientos,

ni al saliente ni al poniente,

le puso en lo geométrico

de los montes que se cierran,

de las cosas que hacen ruedo,

le puso donde gravitan

en pirámide los vientos.

 

La tarde se desvanece.

Desmaya el día, muriendo.

Sobre la piel del lago

abre la luz un reguero

que corre hasta el horizonte

en busca del sol, que ha muerto.

El lago sueña que sueña,

ensimismado, eterno.

 

 

 

 

         El caserío

 

No muy lejos del río,

ardiente y en silencio la celosía,

estaba el caserío.

El sol del mediodía

le entraba hasta los huesos y le hería.

 

Era blanco, desnudo,

todo soledad entre las encinas,

todo él estaba mudo,

viejo y lleno de ruinas,

todo él solo entre sus cuatro esquinas.

 

La parra que a retazos

trepaba por el aire y por la reja

llenos de luz los brazos,

tenía ahora, ya vieja,

desnudo el tronco, desnuda la reja.

 

Empujé aquella puerta,

la misma que guardo en el recuerdo.

Aún estaba abierta.

Entré y soñé despierto

que mi alma de niño había yo abierto.

 

¡Estaba tan oscuro,

era tan inmóvil en los sentidos

la soledad del muro,

los candiles dormidos,

los marcos ya rotos y carcomidos!

 

En las piedras calizas

del hogar todavía reposaban

las últimas cenizas,

latían hacinadas

todavía las últimas palabras.

 

...................

 

No muy lejos del río,

ardiente y en silencio la celosía,

estaba el caserío...

... y estaba todavía

prisionera, desde niño, el alma mía.

 

 

 

 

      Hoy sé

 

Hoy sé que no son tu boca,

tus manos, tus ojos o tu frente.

Hoy descubrí el secreto

de por qué me enloqueces.

Ni tu frente, ni tus ojos,

ni tus manos.... es tu alma

de mujer lo que me envuelve.

 

 

 

 

El alma es a veces   

 

El alma es a veces          

dolor que circunda,

sombras que pueblan,

oscuro silencio,

es toda ausencia,

nave abandonada

al va y al ven

de la mar incierta,

pozo horadado

en mitad de la arena.

 

El alma quisiera

ser rayo en la noche

a bordo de estrellas,

tocar con el dedo

las altas esferas.

 

‑¡Llora tu soledad, alma!

¡Eres pájaro olvidado

en una rama eterna!

 

 

 

 

       Dónde estés

 

Dónde estés.

Dónde estés te buscaré

hasta agotar los caminos,

hasta borrar los senderos,

hasta acabar con el mapa

y salir del universo.

 

Dónde estés.

En lo azul del infinito....

En lo oscuro del recuerdo....

Dónde estés, dónde estés,

dónde tú estés, te lo juro,

iré como el viento.

 

 

 

 

             Como un junco

 

Eres un sueño, como un junco

de los que se yerguen en las noches de luna.

No porque sea muy cumplida tu estatura.

No eres toda una mujer, mi vida.

Pero canta el viento en tu cintura

y eres hasta el fondo femenina.

 

 

 

 

Apenas en mis manos   

 

Apenas en mis manos

me miraron sorprendidos,

llenos de soledad,

llenos de olvido.

Me miraron

breves como el suspiro,

como la luna de blancos,

despertando los dos

entre mis manos.

 

Apenas en mis manos

comprendí que eras tú

la que entera estaba

entre aquellos dos

gemelos milagros;

toda tú, mujer,

toda encerrada

en el breve arco

de las dos fuentes

de tu regazo.

 

¡Estaban tan solitarios!.....

Aguardaban los dos

como lunas de agosto

la noche de mis manos.

En ellas se mecieron.

¡Blancos veleros!

¡Dulces pájaros!

Los dos llenándose

del júbilo de verse

de pronto tan blancos

en medio de la noche

de mis manos.

 

Estaban quietos los relojes.

¡Tan quietos!

Todo en el silencio

parecía pivotando

sobre sus dos vértices

de rosa pálido.

 

Yo los acaricié.

¡Blancos veleros!

¡Dulces pájaros!

Y los dos de pronto

se irguieron gozosos,

como se yerguen

en el aire los rumores

en las noches de verano....

...... apenas en mis manos.

 

 

 

 

 

             Añoranza

 

Fue mío el amor y lo he perdido.

Quien antes me amaba ya no me ama.

Lo dicen sus claros ojos, lo clama

su desdén tedioso y escondido.

 

Ella dice que nada se ha ido,

que sigue estando igual de enamorada.

...... Lo dice mientras de la mía desata

su blanca mano con gesto aburrido.

 

Triste condición del amor, nacido

para ser sólo un año ardiente llama;

al segundo, el calor de unas brasas;

y al tercero, algo de humo ennegrecido.

 

 

 

 

 

                           ¿No le encuentras?

 

Dios no está para quien mira solamente con los ojos del cuerpo.

Está demasiado lejos para quien mira con los ojos de la razón.

Está muy cerca para quien sabe mirar con los ojos del corazón.

Y está en el centro para quien cierra los ojos y mira dentro.

 

 

 

 

 

           ¿Por qué?  

 

¿Por qué las cosas son breves

con la brevedad del vuelo,

si a mí me gusta del cielo

lo inamovible que tiene?

¿Por qué las cosas son breves,

por qué, y levantan el vuelo

y vives sólo en recuerdos

y lo vivido no vuelve?

 

¿Por qué nunca he sido solo,

por qué hay en mí tantos hombres

si me pusieron un nombre,

uno tan sólo por todos?

¿Por qué nunca he sido solo,

por qué, si anhelo ser uno?

¡Nunca me veré desnudo!

¡Nunca sabré cuál de todos!

 

¿Por qué el amor se me viene

estando ajeno y no avisa?

¿Por qué ya es mío y deprisa

se va el amor, si me tiene?

¿Por qué el amor se me viene,

por qué, y se va al olvido?

¡Nunca sabré si conmigo

el amor va, el amor viene!

 

 

 

 

          El corazón que

El corazón que....

 

El corazón que un día me arrancaste no olvides devolverlo.

Quiero sentir otra vez el fulgor de tus manos en mi pecho.

 

 

 

 

 

          Hermano perro

 

Sin ser hombre tanto amas lo humano

que todo humanidad te has convertido.

¿En qué dulce locura te has metido

que prefieres los hombres a tu hermano?

 

Con tu libre destino, mano a mano,

has jugado tú solo y has perdido.

Ser, sin más condición, has preferido

la sombra de tu dueño tan tirano.

 

Paga él tu lealtad con la violencia

y tu místico amor con el desprecio;

mas tú jamás te ofendes, perramente

devuelves sumisión por su demencia

y le pones a tu alma sólo el precio

de lamerle la mano eternamente.

 

* * *

 

 

Este último soneto me ha traído a la memoria que quizás no exista, dentro de la perfección académica, otra forma poética tan sugerente como el soneto. Con un soneto célebre y de autor desconocido comencé y con más sonetos míos quiero ir poniendo fin a esta página poética (alguno de ellos en asonante): a una fuente perdida en un rincón del valle, a los ojos de la mujer, a la inmortalidad del pasado, a la muerte  y, por supuesto, a Él, al único amigo, al que jamás pasa de ti:

 

 

               Aguacanto

 

Apenas haces cauce y ya eres ido.

Apenas has brotado y ya eres canto.

Agua-luz de la fuente, agua-canto,

insistente y monótono zumbido.

 

Te llevo yo en el corazón metido

tan sublime y tenaz, te llevo tanto

que todo en mis oídos es tu llanto,

que todo en mi interior es tu latido.

 

Vaivén hecho de luz, vaivén incierto

donde no sé mirar sin verme tuyo.

Hace siglos que corres, te lo advierto,

y contigo sin prisas también huyo,

y habré yo de morir, y estaré muerto,

y seguirá en mi oído tu murmullo.

 

 

 

 

              Ojos de mujer....

 

Ojos de mujer que habéis sido hechos

para llorar tanto nuestro amor, tanto,

no unáis mi corazón a vuestro llanto,

no apaguéis la llama de mi pecho.

 

Yo busco a cada paso, en cada trecho,

la claridad ungida de los santos

y me hallo, sin quererlo, con el llanto

de vuestros ojos tristes al acecho.

 

He de morir sin duda en vuestros brazos

si he de venceros antes de la muerte,

porque muerte también es desatar lazos

a los que se renuncia, doble muerte

que se me viene lenta y a retazos

olvidando esos ojos y mi suerte.

 

 

 

 

           Volverá el pasado

 

Pasé por el que aquí nos envilece.

Soporté como pude ese inquilino.

Vi luego envejecer a mi enemigo

arruinado y achacoso ante la muerte.

 

Pasé por lo que aquí nos adormece

y al pasado sepulta en el olvido.

Mirando hacia atrás hice el camino

para no ser la sombra de un ausente.

 

Cuando alcance a doblar tu esquina

hallaré, dulce muerte, que el pasado

jamás llega a morir, como creía.

 

Volveré a amar a quienes he amado.

Volveré a temblar de melancolía.

Volverá el tibio arrullo del verano.

 

 

 

 

               A la muerte    

 

Ha tiempo que llamaste y yo valiente

te dije sí. Ya fuiste tú mi dama.

Dos veces a la puerta no se llama.

Yo ya resucité y me hallo ausente.

 

Me desposaste, mas el Cielo en calma

nos divorció después eternamente.

Cuando regreses, Muerte, solamente

encontrarás mi cuerpo, mas no mi alma.

 

Cuarenta años contigo, cuarenta años

en el sótano estuve de lo eterno.

Arranqué en la memoria ya ese daño.

Cuando regreses, Muerte, de tu infierno

estaré en la luz yo, tú en el engaño

de creer que has matado a un hombre eterno

 

 

 

 

                    Éxtasis

 

Murmullo en lo interior que va creciendo,

manantial que desborda, sinfonía

no esperada de luz y de armonía

que desde lo hondo asoma y va ascendiendo.

 

Ya el alma se amanece como día,

ya el cuerpo se adormece y va muriendo,

ya la brida se desata y va haciendo

al potro manso, al jinete guía.

 

El tiempo se detiene. El sentido

se clava en el vacío y se traspasa,

y otro mundo, sin cuerpo ni latido,

embarga el alma. Todo así se arrasa,

todo es quietud sublime, todo es ido....

..... ¡Calla, alma mía! Es Dios, que pasa.

 

* * *

 

 

Semblanza

 

Solamente faltan, antes de despedirme, dos poemas que quizás te digan sobre este autor más que todo lo que llevas leído hasta aquí. En ellos, ese marinerito del que hablo,  embarcado en donde nunca quiso estar,  y ese último epitafio de su paso por un mundo que jamás reconoció,  son lo más auténtico que puedo decir de mí mismo.

 

 

 

 

     ¡De ahí soy yo, marinero!

 

La Verdad que hace tiempo espero

se ha ido haciendo tan lúcida

que todo se ha vuelto penumbra

aquí, bajo las nubes del cielo.

 

Amanece, pero no amanezco.

Anochece, pero no me asusta.

De latido en latido deambula

más que hartito todo mi cuerpo.

 

No soy del  mundo, no aliento

la vana ilusión de quien busca

un puerto, y a un puerto arrumba

vestidito de azul marinero.

 

No soy del mundo. No soy del viento.

No soy de lo que pasa y se esfuma.

Sería, ya ves, del sol que alumbra

si él nunca se bajara del cielo.

 

Hay otro mar, hay otro océano

más allá de esta ilustre tontuna,

donde nada pasa y se esfuma,

donde todo es azul y perpetuo.

 

¡De ahí, de ahí soy yo, marinero!

 

 

 

 

                     Epitafio

 

He pasado por el mundo aborreciéndolo.

He pasado sintiéndome perdido.

 

He pasado por los que fui sin ser ellos.

He pasado lamentando cuanto he sido.

 

He pasado a solas con mi enemigo.

He pasado soportando sus miserias.

 

He pasado por el amor y lo he perdido.

He pasado por la dicha que no vuelve.

 

He pasado junto a los demás en soledad.

He pasado siempre a solas con mi suerte.

 

He pasado por la vida mirando a la muerte

como se mira el alba en la oscuridad.

 

 

 

............Sólo Él, nada más que Él.

Cuánto más me he alejado, más le he amado.

 

*  *  *

 

 

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Gregorio Corrales  .

(correo con el autor)

 

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Prohibida la reproducción total ni parcial por ningún medio.

Todos los derechos reservados.

Registro Propiedad Intelectual 23-03-2007

© Gregorio Corrales.

 

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