El expreso de las 4,30 Sobre los brazos del viejo perchero de madera
descansaban la gorra y el rojo banderín del Jefe de Estación. Había olor a
humedad, a una humedad rancia, enclaustrada, que se pegaba a los pulmones y a
la ropa. Por lo demás, el silencio era casi absoluto, únicamente roto por el
siseo de sus brazos sobre la mesa o el imperceptible crujir de los papeles.
Visto desde atrás, el jefe era como una enorme calva inclinada perpetuamente
sobre los libros. Visto desde atrás porque él siempre estaba contra la pared,
sentado ante la mesa estrecha y larga del control, la cual recorría la pared
frontal de la oficina. Era un lugar pequeño y sombrío, de paredes sucias y a
menudo desconchadas por donde se deslizaban trabajosamente las horas. El perchero
y el taquillón de chapa lo presidían todo desde su altura. Y en la pared, el
viejo reloj y el calendario de -..... Cuadro de distribución funcional..... ¿Qué
coños es un cuadro de distribución funcional? El que acababa de hablar no era él, el que acababa
de hablar era el ayudante, el factor que habían destinado pocos días antes.
Sentado sobre el alféizar de la ventana, con un pie sobre una silla y sobre
la rodilla una revista, garrapateaba las columnas de un crucigrama con
evidente esfuerzo. -¡Eh! ¿Tú sabes qué es eso?.... Una, dos, tres,
cuatro... once letras. Y empieza por o. Pero el jefe no le contestó, el jefe siempre
estaba a lo suyo, con la calva inclinada sobre los libros y el bolígrafo en
la mano. Aprovechó la pregunta del factor para hacer un alto y llevarse el
último sorbo del café con leche a los labios. Siempre tenía un café con leche
delante, un café con leche sombrío y pringoso, del mismo color de la
estación. En ese momento se inundó la oficina y el andén,
toda la estación se inundó del trepidante forcejeo de un tren que llegaba. -Anda, apunta a ése. El factor se sentó ante los libros y se puso a
garrapatear en horizontal, como si se tratara de otro crucigrama.... “hora,
las cuatro y dos minutos.... tren, setecientos dos.....”, mientras repetía a
viva voz lo que iba apuntando. -Organigrama. El factor no pudo por menos de levantar la cabeza
y suspender el apunte en el libro. -¿Qué dices? -Organigrama- se limitó a repetir el jefe. -¿Pero de qué hablas? -De tu crucigrama. Del cuadro de distribución
funcional. El jefe era así, era un hombre concentrado y
responsable y jamás daba una cosa por perdida. Parecía que estaba únicamente
a sus libros, pero la verdad era que estaba a todo. Luego descolgó el teléfono interno y pulsó la
tecla de la estación de procedencia. -Sin novedad en el Alcázar- dijo, cuando le
contestaron- Quiero decir que en este momento llega tu setecientos dos.
¿Acabas de entrar de turno?..... Que tengas una breve y celestial noche. El factor había acabado su apunte y se disponía a
atacar nuevamente el crucigrama. -Depresión propia de un curso fluvial..... ¿Por
qué no me echas una manita? El jefe debió de encontrarlo tan sencillo que le
dedicó una mirada insistente. “¿Y éste es el que me han destinado?”, debió de
pensar. Luego pulsó la tecla de la siguiente estación. -Va para allá el setecientos dos. Cogió el banderín y la gorra y salió por la puerta
de cristales que daba hacia el andén. Un revoltijo de frío se coló
precipitadamente, rodando por las baldosas rojas del suelo y trayendo un
soplo de humedad que todo lo empapaba. Enseguida se oyó el silbato del jefe,
lejos, oculto por la bruma, y luego la potente bocina del tren y su partida,
con un lentísimo chirriar de bielas y traqueteo sobre los raíles. Las luces
de las ventanillas del convoy pasaban, colándose por un segundo en la oficina
de control a través de los cristales y reflejándose, a ráfagas, en el
crucigrama del factor. Enseguida, el traqueteo se hizo lejano y se perdió en
la bruma. -Hay una niebla de los demonios- comentó el jefe
al regresar. No era fácil oírle decir nada, fuera de lo
imprescindible. Entró en el servicio, se oyó el pequeño estrépito de la
cisterna y retornó a su asiento, ante los libros. -¿Pero qué coños tienes que hacer a estas horas? -Estadística. -¿A las cuatro de la madrugada? Pero como el jefe no contestaba, como el jefe
nunca estaba dispuesto a soltar más palabras que las precisas, acabó por apuntillar
él solo -¡Estadísticas a las cuatro de la madrugada! Y dicho, cogió el teléfono, porque acababa de
encenderse el piloto de la siguiente estación y había sonado el timbre. -Dime..... Sale para acá el diez veintiocho.
Enterado. Y aún transcurrieron unos segundos sin que
sucediese nada. Pero inesperadamente, precipitadamente, de forma inhabitual
en él, el jefe descolgó el teléfono y pulsó con urgencia la misma tecla de la
estación que acababa de hablar. -Repite lo que acabas de decirle a éste........ ¿Que
le has dado salida al diez veintiocho? ¿Pero tú no me has dado antes la
salida del mercante 803?..... Pues todavía no está aquí. Yo no te he dado la
llegada. ¿Cómo le has dado salida al segundo?...... No, no te he dado la
llegada del 803. Compruébalo en tu libro- el tono iba subiendo sin parar, el
jefe estaba excitado, quizás excitado por primera vez en su vida, el factor
no le había visto así- .......¡Pero cómo que no pasa nada!..... ¿Que estará
para llegar, dices? Pero aún no ha llegado, señor mío. Y es un mercante. Y el
que acabas de dar salida por detrás es un expreso. En quince minutos le ha
cazado.... Tú eres un irresponsable, ¿me oyes?, un irresponsable. Ponte a
rezar, si es que sabes hacerlo. Colgó bruscamente y se quedó mirando a la pared,
helado, angustiado. Las ideas se le amontonaban. Se puso a rebuscar en los
bolsillos con prisas y sacó las llaves del coche. -Hay que detener ese expreso cómo sea. Toma las
llaves de mi coche. Coge un farol y una señal. -¿Y qué quieres que haga con eso? -No seas imbécil. Colocarlos en medio de la vía.
¿O es que todavía no sabes que la carretera y la vía van casi juntas? -Mejor vete tú y yo me quedo aquí. -¿Dejar en tus manos la estación en un caso así?
Ni lo sueñes. -Si yo no sé conducir. Saqué el carnet....- hizo un gesto exagerado- No me acuerdo de
nada, de nada. -Pues haz memoria, porque vas a salir a la
carretera, y en cuanto haya pasado el mercancías, vas a parar el expreso, ¿me
oyes?, vas a pararlo. Están en juego cientos de vidas. -¿Dónde tiene la primera? -Donde la tienen todos los coches- le gritó,
agarrándolo por el jersey y arrastrándolo hasta la
puerta- ¡Sal y para ese tren! El jefe se dejó caer, se desplomó sobre el
asiento, y se llevó las manos a la cabeza. Se le escapó un “¡Dios mío!” lleno
de angustia, de pánico. Descolgó y pulsó la tecla de -Central, Madrid, Madrid...... Muy urgente,
emergencia. De la anterior me han dado la salida del expreso diez veintiocho
sin haber llegado aquí todavía el mercante 803...... Un error. No lo tiene apuntado
en el libro....... ¡Y qué sé yo! Estará aburrido, estará dormido, no lo
sé...... Todo eso y mucho más ya se lo he dicho yo, pero el expreso sigue
avanzando. ¿Puedes comprenderlo?..... ¡Por los clavos de Cristo! Con palabras
y palabras no se detiene un tren. ¿Quieres decirme de una puñetera vez qué es
lo que hago?....... Pues si tú no puedes hacer nada, yo tampoco. Ya he
cumplido con mi deber avisando. Y sin más palabras cortó y pulsó la tecla de -Oye, oye, Subestación. Escúchame, Subestación.
¿Pero qué es lo que pasa? ¡Descuelga, coño!
Subestación.....-Y se puso a golpear desesperado el pupitre-.....
¡Subestación! ¡Subestación!...... Lo que me faltaba. ¡Será posible! En un respiro, cogió el teléfono exterior y marcó -Señorita, soy el Jefe de Estación. Es
urgentísimo. Necesito comunicarme con Sonó el directo y se encendió la tecla de -Dime...... Ya sé que eso es lo primero que hay
que hacer, cortar la energía de la línea, pero da la cochina casualidad de
que en Colgó irritado en el momento en el que sonaba el
teléfono exterior. -Dígame, señorita. ¿Ha conseguido hablar con Colgó sin más y se puso a llamar otra vez a -Subestación. Vamos, coge el teléfono si te da la
gana, desgraciado........ Subestación.... Subestación........ Se abrió la puerta y se plantó en medio de ella el
compañero, el factor. -¿Pero ese coche no tiene la primera arriba, a la
izquierda, como todos? -¿Pero es que todavía estás aquí? -Como que no consigo arrancarlo. En cuanto suelto
el embrague, se me cala. -Vete a la cafetería, que te echen una mano- se
puso a vociferar el jefe- Vete al infierno, pero arranca ese coche y vete a
parar el tren. -¿En la cafetería, a estas horas? -Pues coge al primero que pase, a Satanás en
persona, pero sal de aquí. Y se puso a sonar otra vez el teléfono exterior. -Dígame........ Sí, soy el jefe de estación. ¿Ha
conseguido hablar con Se detuvo por un brevísimo instante en medio de
aquella vorágine de llamadas. Eran tantas las urgencias que no sabía bien por
dónde seguir. Consultó el listín de la pared y marcó una vez más. -¿Cruz Roja? Le hablo desde la estación, soy el
jefe de estación. Va a ocurrir una catástrofe y no puedo hacer nada,
absolutamente nada. Va a ocurrir un alcance de trenes y tienen ustedes que
estar allí con todos los coches que puedan, ¿me comprende?......... Oiga,
oiga........ Sacó el pañuelo del bolsillo, se secó el sudor de
su interminable calva y se puso a renegar él solo en voz alta: “¡Lo que nos
faltaba! Ahora me deja y se va a buscar a no sé quién”. Al fin, se puso al teléfono quién fuese, uno que
estaba más dormido que despierto. -........ No tengo tiempo de repetir lo mismo.
Tienen que acudir con todas las ambulancias que dispongan a la carretera,
junto a las vías. Está a punto de ocurrir un desastre........- Y aquí el jefe
comenzó a irritarse- No me empiece como todos. Va a ocurrir porque va a
ocurrir, porque no puedo evitarlo. ¿Si pudiera evitarlo iba a perder el
tiempo en llamarle a estas horas?........ Un exprés
lleno de pasajeros...... ¿Que dispone de dos ambulancias nada más? ¿Pero qué
hacemos con eso?........ Pues llame a sus superiores, llame a Cruz Roja
Internacional, llame al diablo, pero envíe un montón de coches a esa zona, un
montón de coches. ¡Ya! Volvió a encenderse la tecla de -Dime, Madrid........ No, no he conseguido hablar
con Se abrió por tercera vez la puerta y apareció de
nuevo su querido compañero, el factor. El jefe no se lo quería creer. Y para
remate, le tiró sobre la mesa las llaves. -Ahí tienes tus llaves. Yo en ese coche no sé
andar. El jefe no le dijo nada, no podía decirle nada.
Dejó caer el teléfono que tenía entre las manos y se le quedó mirando
fijamente, fuera de sí. El querido compañero seguía hablando como si nada
pasase. -....... No puedo andar, no puedo andar,
¿comprendes? Meto la primera, desembrago y ¡zas!,
se cala. Además, hay una niebla que no se ve ni leche. El jefe, al fin, reunió las fuerzas suficientes
para abrir la boca, aunque le hubiera apetecido más echarle las manos al
cuello. -Ahí fuera, en medio de esa niebla que tanto miedo
te da, a más de cien kilómetros hora, se nos está echando encima un tren como
una noche de largo, un tren lleno de pasajeros, cientos de pasajeros que
duermen. Y delante marcha un pobre mercancías del que no le dará tiempo de
ver ni el farol de cola, porque cuando quiera enterarse, ya se lo habrá
tragado- le agarró de las solapas y comenzó a zarandearle- Y tú y yo sabemos
que eso va a suceder. Busca a alguien, pero arranca ese coche que está ahí
fuera. Vete a parar ese tren porque si no te juro que te hago echar aquí
mismo la primera leche que mamaste. No tengo tus años, pero te juro que soy
capaz de estrangularte- le dijo, mientras se lo llevaba a rastras a la
puerta- Arranca ese coche. ¡Vamos! Apenas había tenido tiempo de echarle fuera cuando
comenzó a sonar otra vez el teléfono exterior. -....... Mira, Juana, no sé qué dolores tendrás,
no sé si vas a parir, pero lo que sí sé es que yo voy a parir por la cabeza,
de lo que me duele....... Estás ya harta de tener críos, te las sabes todas,
retrásalo, entretenlo, haz lo que te dé la gana....... ¿Que estás sola? ¿Pero
cómo crees que estoy yo?....... Tú esperas un crío, ya lo he oído, y yo un tren lleno de gente que se va a
matar........ No, no puedes tenerlo esta noche. Te lo prohibo,
¿me oyes?, te lo prohibo terminantemente. El niño
no puede nacer esta noche. Y colgó todo convencido de que su hijo no podía
venir al mundo en una noche así. Ahora lo único importante era el tren, lo
que a él le quitaba el aliento y la vida era el tren. Así es que no podía
evitar el pensar en voz alta: -....... Pues si no puedo ni siquiera cortar la
corriente de la línea, que se levante ese tío, a ver si él es más listo. Consultó el listín de la pared y marcó por el
teléfono exterior. -¿Comisaría?.......... Aquí el Jefe de Estación.
Ya sé que son las cuatro de la madrugada, pero tengo que hablar con el
Gobernador Civil......... Buena noticia. ¡Hombre, no se me había ocurrido que
podía estar en la cama! A estas horas, todo el mundo está en la calle, es
obvio. ¿Pero por qué cree que llamo a Comisaría? Pues porque están en el
mismo edificio y porque estoy seguro de que tienen algún medio de comunicarse
con él en caso de emergencia.......... ¿Que qué pasa? Que el expreso de las
cuatro treinta está a punto de alcanzar al mercancías ochocientos tres que
circula por delante. ¿Le parece suficiente?........ Está bien, que se ponga
el Comisario en persona, pero a ver si nos da tiempo de saludarnos siquiera
antes de que ocurra la catástrofe......... ¿Señor Comisario?............ Ya
le han dicho quién soy, ya le han dicho qué es lo que pasa, póngame en
contacto inmediatamente con el Gobernador........ ¡Por los clavos de Cristo!
Hay todo un tren repleto de gente a punto de darse la castaña y pretende que
empiece la historia otra vez......... Ya sé que estoy hablando con el
Comisario Jefe, y usted está hablando con el Jefe de Estación. Pero da la
puñetera casualidad de que ni usted ni yo podemos parar el tren. Póngame con
el Gobernador bajo mi entera responsabilidad........... Quedo esperando su
llamada. Pero le recuerdo que cada segundo es decisivo. Aprovechó para pasarse el pañuelo por la frente,
por el cuello, por la enorme calva. Se aflojó la corbata, se sentía asfixiar
bajo el peso de los acontecimientos. ¡Y encima aquella humedad pegajosa! Pero
tampoco tenía tiempo para pensarlo, porque el teléfono sonaba una vez tras
otra. En esta ocasión era la voz de Manolo, el de la cafetería. -Me ha dicho el factor que te lleve una aspirina,
que estás muy revolucionado esta noche; pero no puedo llevártela, estoy solo. El Jefe colgó sin contestar nada, indignado,
mientras maldecía en alta voz: “¡Maldita sea!” Volvió a intentar conectar con
-¿Es el Gobernador? Oiga. ¿Hablo con el
Gobernador? -¡Anda tu madre! ¿Pero qué te pasa esta noche? Soy
Manolo otra vez. -Cuelga y no vuelvas a llamar. -Pues no es para tanto. Porque no pueda llevarte
una aspirina..... -Estoy esperando una llamada urgente del
Gobernador. -¡Y a mí qué leches me importa! -¡Pero a mí sí, imbécil! Cuelga o te cierro la
cafetería tres meses. Y colgó, fuera de sí. Se levantó del asiento,
desesperado. No sabía qué hacer. Se puso a dar pasos rápidos y sin rumbo
entre aquellas cuatro paredes que se le venían encima. Fuera, veía en su
imaginación el tren avanzando y sin modo alguno de detenerlo. Se puso a
aporrear la mesa con los puños, de impotencia, de rabia. Luego se quedó
mirando al teléfono y comenzó a gritarle: “¡Suena, suena, suena!”. Y fue como
si el teléfono le hubiera escuchado, porque se puso a sonar. -......¿Hablo con el Gobernador?........ Es una
catástrofe, ¿sabe?, una catástrofe. Ya le habrán contado lo que pasa, y no
veo el medio de detener ese tren, por eso le llamo a estas horas.........
¿Que no sabe qué puede hacer? Pues yo tampoco, señor mío. Pero usted es el
Gobernador, ¿no? Pues tenía que comunicárselo. Este pobre Jefe de Estación ya
no puede hacer más........ Lo sé, lo sé, pero siempre queda algo que hacer
por su parte, aunque sólo sea acudir al lugar. Ya sabe que la carretera corre
junto a las vías........ Claro que puede mandar un coche patrulla, es una
buena idea........ ¿Que qué he hecho yo? He llamado a Telefónica, a Cruz
Roja, a Y según colgó, volvió a sonar. -Perdona que insista, perdona que no cumpla tu
orden, pero es que yo así no puedo estar, ¿me comprendes? -¿Pero quién es ahora? -Si me voy así a casa sé que no voy a poder
dormir, sin saber en qué te he ofendido. Tienes que comprenderlo, Ramón,
estoy completamente solo. Pero eso sí, si te esperas un ratillo, salgo de mi
turno y te la llevo. -Que me la traes....¿Pero el qué?- gritó el Jefe,
desesperado. -La aspirina. -¿Pero tú otra vez, Manolo? -Ya lo sé, ya lo sé, me has dicho que no te llame;
pero es que yo así no puedo estar, Ramón, no puedo. Si te he ofendido antes,
perdóname, coño. -¡Manolo, por tus muertos, no me ocupes la línea!
Tráeme la aspirina, tómatela tú mismo, haz lo que te dé la gana, pero no me
ocupes la línea. Cuelga o vas a ser el segundo que me cargue esta noche. Pero, según colgó, el dichoso teléfono seguía
sonando. -¡Que te la tomes tú!- gritó a vivo pulmón-..........
¡Ah, eres Juana!.......... Pues sigue aguantando, no le dejes
salir........... ¿Pero cómo pretendes que me vaya a casa en este momento,
cuando están en un hilo cientos de vidas?........... Ya sé que soy tu marido
y el padre de la criatura, pero también soy el Jefe de Estación. ¿Es que no
lo sabías?...... Mira, Juana, divórciate, pégame un tiro, haz lo que sea,
pero yo no puedo tener un hijo en este momento. De forma milagrosa y sin que supiera por qué
extraño maleficio, ninguno de los dos teléfonos volvió a sonar durante un
rato. En ese momento descubrió que no sabía que cosa era peor, si que sonasen
los dos a la vez o que no sonase ninguno, porque era como para comerse las
uñas. Así aguantó cuanto pudo, hasta que no fue capaz de contener su propia
mano y se sorprendió a sí mismo marcando el teléfono de Comisaría. -¿Ha salido por fin el coche patrulla?..........¡Por fin!........
Sí, si, lo estoy oyendo, lo estoy oyendo directamente, lo estoy oyendo. Si suben un
poco más el volumen de la radio del coche......... Aunque confusa y con interferencias, le llegaba a
través del teléfono la conversación por radio entre el coche patrulla y
Comisaría: -¿Me oyes, Comisaría? -preguntaban desde el coche- Vamos circulando despacio, muy
despacio. Hay una niebla espesísima. No se ve nada, es realmente peligroso.
Hasta este momento no hemos visto ningún tren, pero creo que si aparece va a
ser imposible distinguirlo. ¿Cómo sabré yo si es un expreso o un mercancías? -¡Por Dios! Dígales que no se preocupen de expresos
ni mercancías- intervino el Jefe- Tienen que dejar
pasar al primero que aparezca y tiene que intentar parar al segundo, porque los dos van en la misma dirección, pero el segundo va mucho más deprisa, es un expreso. ¿Está
claro? Transcurrieron unos segundos mientras le
transmitían la orden a los compañeros del coche. -....... Entendido- contestó la voz del coche
patrulla a través de la radio- Pero dudo mucho que nos vean ni aunque nos
metamos en la vía misma. Hay una niebla infernal..... Seguimos muy despacio.
Detrás de nosotros vienen dos ambulancias, todos muy juntos, siguiendo los
pilotos del que circula delante. La niebla casi se puede palpar......
¡Atención, atención! Ahora empieza a escucharse el ruido de un tren........
Sí, sí, eso parece, un tren. Esperad un momento.......... Y se hizo un silencio absoluto. El Jefe de Estación permanecía
aferrado al teléfono, paralizado. Se puso a sonar el teléfono directo y se
encendieron dos pilotos simultáneamente. Pero él permanecía ajeno, aferrado
al teléfono exterior, el que le traía la voz del coche patrulla desde
Comisaría. Y después de unos segundos interminables, volvió a escucharse la
radio, pero casi ininteligible. No pudo evitar la protesta. -¿Pero qué es lo que pasa ahora? ¿No pueden
arreglarlo? No se entiende nada. -........ ¡Atención, atención!- volvió a
escucharse con claridad- Efectivamente, se oye un tren, se acerca un tren.
Tiene que estar ya cerca. Pero todavía no vemos nada- mientras se escuchaba
el traqueteo de las vías cada vez con mayor claridad- Al fin vemos su luz cuando ya está
casi encima. En estos momentos pasa a nuestra altura, pero no podemos
distinguir si es un mercancías. Ahora pasa........ El Jefe era consciente de que le daría un infarto
si aquella situación duraba un segundo más. -........ Salen mis compañeros con faroles para
intentar interceptar la vía en cuanto haya acabado de pasar. Encendemos
también los reflectores del coche. Aún se percibía, a través de la radio del coche
patrulla, el penoso avanzar del mercancías alejándose. -........ ¡Atención! Aparece una segunda luz en
las vías. Tiene que ser el expreso...... Los compañeros le hacen señales
agitando los faroles. Pongo también en marcha la sirena del coche a todo volumen...........
Pero sigue avanzando, viene muy deprisa.......... Está encima, está
encima.......... ¡Parece que quiere detenerse! Se oye el chirriar de las
ruedas sobre los raíles............ Pero ya es tarde........ Ya es
tarde.......... Y se dejó oír, a través de la radio, el choque
ensordecedor de los dos trenes y se cortó bruscamente la comunicación. El Jefe estaba paralizado, incapaz de moverse. El
teléfono se le escurrió de las manos hasta caer, quedando suspendido por el
cable en el aire. Y así permaneció un largo rato, inmóvil, fija la mirada en
la pared, en el vacío, como si efectivamente estuviera a punto de morir. Era
un silencio absoluto, angustioso. De pronto se abrió la puerta y apareció el factor. -Pues me importa un higo lo que puedas decirme,
pero yo no soy capaz de andar con ese coche- le dijo, lleno de firmeza,
tirando las llaves sobre la mesa- Ni a estas horas hay nadie que me eche una
mano. ¡Quién va a haber, a estas horas, si no son las lechuzas! Así es que me
trae sin cuidado lo que puedas decirme, y si quieres, pues me abres un
expediente disciplinario, ¿Te enteras? Me trae al fresco. Y soltada toda esa insolente y resuelta parrafada,
comenzó a reparar en la extraña actitud del Jefe. -¿Que si me has oído?- le gritó. Pero el Jefe permanecía inmóvil, ajeno a todo. El
compañero le contemplaba sorprendido, atónito, sin saber qué hacer en
semejante situación. Le puso una vacilante mano sobre el hombro para
cerciorarse de que aquella estatua seguía siendo el Jefe. ..........Y el Jefe, al fin, se movió, no estaba
muerto. Se levantó del asiento como un autómata, con una
lentitud desesperante. Recogió de la mesa las llaves del coche y miró, por un
instante, al compañero sin decir nada, abstraído, absolutamente ajeno a todo.
Luego le entregó el banderín y el gorro de Jefe de Estación y se dirigió a la
puerta. Se movía con una serenidad premiosa, con la lentitud de un sonámbulo
o de un muñeco mecánico. Parecía mirar más allá de donde ponía los ojos,
parecía un ser alucinado. Abrió la puerta, salió al andén y se marchó en
busca de la salida de la estación, despacio, absorto, como si no supiera
realmente lo que hacía. Había una niebla espesísima. --------------------------- Esta publicación está destinada únicamente a
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