VI.- REFUTACIÓN DE MATERIA-FORMA

 

El movimiento sustancial (según Aristóteles)

 

En la finitud todo se mueve, o para ser más exactos, todo se tambalea, porque vive en el filo mismo de lo efímero. Obviamente, no estoy refiriéndome otra vez a la forma de moverse el espacio en la expansión, que fue explicado en el capítulo II. Aquel relato sobre esa forma de fluir, de dilatarse la realidad espacio-temporal que nos envuelve, fue novedosa, pero a lo que voy a referirme ahora va más adentro, va a la raíz misma de concebir en qué consiste el movimiento más genuino y profundo de todos, dentro de la finitud de las cosas, el movimiento por el cual un ente sustancial “pasa” (por llamarlo de alguna manera) a ser otra sustancia diferente, llamado el “cambio sustancial”.

 

Las causas del movimiento

 

En este milagro de que una sustancia pueda aparecer en el lugar de otra diferente, como ya estará figurándose el lector, la última palabra también la tuvo Aristóteles, y sigue en pie todavía hoy. Pero es que esta 2ª Parte del libro, Los pies de barro de la metafísica, está precisamente para esto, para tratar de descabalgar tantos fantasmas a caballo de la historia de la filosofía. Acabo de refutar la teoría de “potencia-acto”, que está en la base de todo lo que se “mueve”. Ahora toca el más sugerente de todos los movimientos, el del cambio sustancial, y lo primero será contarle, al lector que no lo sepa, cuáles son las cuatro causas del movimiento en la mente de Aristóteles.

 

·               Nada se mueve porque sí, siempre hace falta un Agente que lo inicia, y cuando éste no es la voluntad de ningún ser vivo, ese Agente impersonal es la propia naturaleza con sus leyes. En el ejemplo clásico de la escultura, el Agente es, obviamente, el escultor.

 

·               Pero tampoco el Agente es la primera de las causas, porque su actuación está impulsada por otra causa que no solamente es la primera, sino también la última. Es la primera porque impulsa al autor, y es la última porque constituye el Fin perseguido en la obra.

 

·               El agente no solamente necesita una idea que constituya su motivo para actuar, también necesita una sustancia sobre la que trabajar para conseguir esa idea o Fin, sustancia que constituye la causa llamada Materia, que en este caso concreto puede ser el mármol.

 

·               Una vez terminada la obra, la anterior sustancia mármol se ha convertido en la nueva sustancia escultura, causa que es conocida como Forma.

 

·               Estas son las cuatro causas: Agente, Fin, Materia y Forma. Pero en cuanto a la materia, Aristóteles la concibe como algo indeterminado e indetectable que permanece a través de todos los cambios indefinidamente, a la cual llama Materia Primera, para distinguirla de los siguientes entes que hacen el papel de materia en los sucesivos cambios, a las cuales llama Materia Segunda.

 

El movimiento en la naturaleza (Hilemorfismo)

 

Puede ser que el lector esté pensando que esto de las cuatro causas está muy bien en el caso de la escultura y el autor que la esculpió, pero que, dejando las obras del hombre aparte, que es el único que actúa con fines deliberados, en el resto de los movimientos del mundo mundial no hay agente ninguno, de manera que esto de las cuatro causas se queda cojo. Creo que esta cuestión ya ha sido aclarada páginas atrás. Por supuesto que en la naturaleza también hay un Agente y un Fin. Estas dos causas no pueden faltar en ningún proceso.

 

ü             Solamente es preciso recordar que en el orden natural no existen los absurdos, y esto implica la necesaria existencia de autor y fin buscado. El fin lo fijan las leyes a las que la propia naturaleza está sometida en todo su devenir; y la existencia de las leyes exige, a su vez, la existencia de un autor que las haya promulgado (el Creador).

 

La naturaleza, por tanto, es el único ámbito en el que no hay sitio para lo absurdo, por supuesto, pero tampoco para el error, el interés, el voluntarismo o la locura, todo lo cual únicamente cabe en la actuación intencionada del ser humano. Una vez sentado lo anterior, la filosofía ha pensado (mal pensado, como veremos al final) que, puesto que el autor y el fin ya los conocemos, lo único que nos queda es analizar el “cómo” se realiza el cambio de una sustancia por la siguiente que la reemplaza, para lo cual volveremos al reiterado ejemplo de la semilla y el árbol.

 

La única evidencia que tenemos consiste en que, a una sustancia determinada, le sucede otra diferente en el tiempo. Donde estaba la semilla, aparece luego un árbol. Lo que ya no es tan evidente consiste en suponer lo que a primera vista parece, a saber: que se ha producido una auténtica metamorfosis, según la cual, la semilla ha desaparecido por haberse transformado, íntegramente, en el árbol nuevo. Esto sería lo correcto en una interpretación exacta de lo que debería ser un “cambio sustancial”, conforme a la lógica del lenguaje, pero no parece que sea lo acertado.

 

Para superar esta visión tan infantil del caso, parece necesario suponer que, aunque el cambio es tan drástico, tiene que existir un vínculo, más o menos oculto, entre los dos extremos del cambio, el cual garantice la repetición del portento una y otra vez. Porque a todas las semillas suceden todos los árboles, lo cual desmiente un milagro fortuito. ¿Cuál es ese vínculo entre una sustancia y la otra?

 

Tratándose de Aristóteles, ningún problema se resiste. El filósofo levantó la vista más allá de la semilla-árbol, comprobó que iguales a ese portento se producen infinitos más en todos los órdenes de la naturaleza, y dedujo entonces que ese vínculo o substrato común no podía tratarse de algo particular, sino todo lo contrario, de algo absolutamente común y general. Así lo enfocaron ya en la Grecia antigua.

 

·               Entre los maestros presocráticos de la antigua Grecia, ese elemento común del que toda realidad cambiante se sucede, podía ser, a lo mejor, el aire, tal vez el agua, o quizás el fuego......

 

·               El Estagirita pensó, por el contrario, que tenía que tratarse de un “algo” nada concreto, un algo nada conocido, y pensó que podía valerle la materia de su maestro Platón, pero elevada a la quintaesencia, una materia inmaterial, indetectable, poco menos que una realidad más ideal que física, y la llamó Materia Primera.

 

·               Ya tenía la “masa común” sobre la que se levanta este universo tan variado, la masa común que permanece debajo de todos los cambios sustanciales sólo con estampar, sobre ella, los infinitos moldes de las infinitas cosas universales.

 

·               A la masa la llamó “materia”, y a los moldes los llamó “formas sustanciales”. De esta manera ya tenía los dos “elementos” sobre los que opera (según él) todo el movimiento del universo físico: por un lado el substrato común que permanece a lo largo de todos los procesos (la Materia Primera), y por otro lado las formas que actualizan a esa materia para que sea, en cada momento, lo que es (las formas sustanciales). Y así ha quedado bautizada: Hilemorfismo (materia-forma).

 

·               Pero surge un problema tan cierto como irresoluble: Puesto que hay un principio sagrado en filosofía que establece que la parte es anterior al todo, esos dos elementos primarios, la materia y la forma, sobre cuya unión se asienta la realidad del ente, tienen que ser anteriores al propio ente...... y anterior al ente, al Ser, nada hay, nada existe.

 

·               Pero para este Solventador Universal de Problemas (SUP, Aristóteles), si esos dos elementos, en vez de ser lo que son, dos realidades, los convertimos en dos meros “Principios”, y nos olvidamos de la dichosa ley de las partes anteriores al todo, ya podemos encajarlos dentro del ente y dejan de ser anteriores al ente.

 

·               De esta manera tan sutil y tan celebrada en el ámbito de la metafísica, queda resuelto el problema:

 

o              La materia y la forma son dos “principios” (¿?), por cuya razón no tienen existencia anterior a la existencia del ente, no son preexistentes, debido a que son inseparables, no tienen realidad por sí mismos si no es en mutua unión (¿?) dentro del propio ente. (¿¿¿???) ¿Te suena todo esto, amigo lector?

 

o              ¡Claro que te suena! Es la tesis todoterreno del Estagirita para solventar todo problema, es la misma pretendida “estructura de dos principios” que ya leíste en capítulos anteriores, a propósito del “poder ser” (potencia-acto) y del ente (esencia-existencia).

 

o              Se trata de dos elementos que, de forma independiente, “ni son ni existen”, pero unidos dentro del ente sí que “son y existen” (¿?). Aunque sin historia anterior ninguno de los dos, resulta que son inseparables y que aparecen, como por encantamiento, sólo en el interior del ente (¿?), constituyéndolo. La materia es la pura potencia determinable y la forma es el acto determinante, de cuya unión surge la sustancialidad del ente.

 

Otro pequeño problema a solventar en esta teoría es el de la “Materia segunda”. Siendo la materia primera indetectable, en los cambios sustanciales solamente se aprecian dos protagonistas: la forma sustancial anterior (semilla) y la nueva forma que la sustituye (árbol). Es cierto que ambas son igualmente formas sustanciales surgidas de la materia primera, pero también es cierto que, respecto al nuevo árbol, la semilla desempeña el papel de “materia”. Este es el motivo de que a la sustancia anterior (semilla) se la considere materia del cambio, bajo el nombre de “materia segunda”.

 

Resumiendo todo lo anterior, en todo proceso de cambio hay:

 

·               La materia primera que, aunque indetectable, permanece a lo largo de todos los procesos de cambio como substrato común que acoge a las sucesivas formas sustanciales; y que, por lo que se ve, constituye el garante, el alma máter del proceso universal de todos los cambios.

 

·               Dos formas sustanciales que se suceden sobre la materia primera en cada cambio: una sustancia que desaparece (y que es considerada materia segunda del cambio) y otra segunda sustancia que aparece.

 

Crítica

 

Lo primero será determinar en qué consiste exactamente ese fenómeno, pero no a la luz de lo que se inventen los filósofos para poder explicarlo, sino a la luz de la pura lógica. ¿Qué ha de entenderse por un cambio sustancial?

 

ü             El concepto de movimiento o cambio sustancial, por definición, consiste en un proceso (por cuanto es “movimiento o cambio”), pero unitario (por cuanto es “sustancial”), es decir, que el movimiento o cambio lo lleva a cabo una sola sustancia inicial que se transforma, íntegramente, en otra sustancia final, sin que sobre ni falte nada. Una sustancia completa se transforma, directamente, en otra sustancia completa. Esto es estrictamente un movimiento o cambio de sustancia.

 

Pero el lector no ha de esperar que, el fenómeno así llamado en filosofía, se atenga a estas condiciones estrictas de lo que es un cambio en puro lenguaje lógico. La mayoría de los filósofos hablan de la lógica, pero suelen prescindir de ella al fijar los conceptos. En este mismo caso, comprobarás que para nada se han respetado estos caracteres. Aquí se llama cambio a lo que en estricto sentido no lo es, porque aquí no se ha producido ninguna transformación íntegra de una sustancia en otra, ni han sido las únicas protagonistas del cambio.

 

El reduccionismo hilemorfista

 

El proceso no es tan simple como al autor le pareció. Tacho su teoría de reduccionista porque, en la nueva aparición de cada árbol, no interviene únicamente la semilla, también intervienen la tierra, el agua, la luz, el aire, el termómetro.... y todos ellos con el mismo protagonismo esencial. Basta con que falte cualquiera de ellos para que el árbol decida no aparecer. De la semilla guardada en un cajón, nada brota. Así es que, con el permiso del autor de esta teoría, una semilla, “monda y lironda”, jamás ha sido capaz de convertirse, por su cuenta, en árbol.

 

Efectivamente, hay un único elemento que permanece en el cambio, pero no es la semilla entera la que pasa a integrarse en el nuevo árbol, como antes se creía. Esto era válido hasta que, en el XVIII, Weismann comenzó a hablar del “germen”, un conjunto de células en las que se hallaban depositados los caracteres de la descendencia. A partir de entonces, la biología ha seguido trabajando y ha acabado por determinar que, en el núcleo de cada célula de un ser vivo (en absolutamente todas las células), habitan los cromosomas, y en éstos los genes, los cuales constituyen un código exhaustivo de los caracteres hereditarios.

 

De acuerdo. Ahora ya sabemos cuál es la materia inalterable que permanece en el cambio (según esta teoría), es el código genético; pero no es el único, porque ese arbolito ha de desarrollarse desde el mismo instante cero, y en el empeño participa un montón de otras sustancias, constituyendo una auténtica maraña de procesos de asimilación y desasimilación que ponen, más que en duda, la paternidad única. De un código genético “mondo y lirondo” (usando la misma expresión de antes), tampoco surge un árbol. ¿De quién es hijo realmente el árbol? ¿Sólo de la semilla y su código genético?

 

·               La visión del cambio sustancial como proceso entre dos sujetos determinados no es cierta por reduccionista. Es tal la multitud de sustancias, factores y supuestos que intervienen en cada “cambio sustancial”, que reducirlo sólo al episodio entre dos únicos sujetos, la semilla y el árbol, es volver a la visión del niño que lo contempla con ojos sorprendidos y piensa en lo milagroso.

 

·               En el proceso larguísimo de los sucesivos cambios “semilla-árbol-semilla-árbol....”, hay un único elemento que permanece a lo largo de todo el proceso: la información genética, como ya hemos dicho.

 

·               Pero también hay otros elementos que no permanecen en el proceso, que son propios del momento concreto de cada cambio, en el cual entran y salen por asimilación-desasimilación (tierra, agua, luz, aire, temperatura.....)

 

·               Según la propia teoría, el principio material es aquello que permanece a través del cambio, en este caso el código genético; pero también según la propia teoría, los demás elementos citados, a pesar de que entran y salen del cambio, a pesar de que no permanecen, también son principio material, aunque con otro nombre: “materia segunda”

 

·               Las incongruencias de esta teoría, entonces, son, al menos, dos:

 

o              A pesar de que en todo cambio sustancial el principio material es aquello que permanece en el cambio (el código genético), ahora resulta que también es principio material aquello que no permanece, porque el resto de intervinientes, llamados materia segunda, tienen una actuación sólo ocasional.

 

o              A pesar de que en todo cambio sustancial el principio material es únicamente eso, un puro principio, ahora resulta que no es un puro principio, puesto que, además del código genético, está constituido por lo que ya son en sí mismas formas sustanciales (todas las materias segundas son formas sustanciales).

 

Desde el momento en el que el autor reconoce la intervención en el proceso de las que él mismo llama “materias segundas”, como éstas consisten en entes completos con sus correspondientes formas sustanciales, es el propio autor el que destruye su concepto de que la materia es sólo un “principio”, porque una forma sustancial, desde luego, no es un principio; e igualmente destruye la pretendida “permanencia” a través del cambio, puesto que lo único que permanece es el código genético. Es el propio autor el que se ve forzado a contradecirse para intentar mantener en pie su insólito planteamiento.

 

La máscara del Ser (la Materia 1ª)

 

Al refutar el concepto aristotélico de “Ser en potencia” (apartado “Potencia y Ser” del capítulo anterior), intenté poner en evidencia un hecho que, en mi opinión, resulta palmario, pero en el que nadie parece interesado: la máscara detrás de la cual Aristóteles camufla el más antiguo de los grandes descubrimientos metafísicos, el Ser, presentándolo en sociedad como si de algo absolutamente novedoso se tratara. Estoy hablando de la pretendida “Materia Primera”. Esto que sigue es lo que escribí en ese momento sobre esa máscara:

 

(principio de la cita):

“Repetida hasta la saciedad, pero por nadie comprendida, ni siquiera por el propio autor”. Esto es lo que cabe advertir sobre la tan celebrada “materia primera” de Aristóteles y, más genéricamente, sobre su igualmente célebre “potencia sin límites”. La auténtica devoción expresada por el propio autor de este hallazgo en su metafísica, revela que la intuyó a fondo, en toda su profundidad, pero ni aún así fue capaz de identificarla. Invito al lector a que repase el catálogo de alabanzas dedicadas a este concepto: “pura potencialidad”, “algo infinito”, “sin limitación ni concreción ninguna”, “verdaderamente inmutable”, “permanente a través del devenir de las cosas”, “ni generable ni corruptible”....... ¿Qué es lo que realmente se está describiendo con este catálogo de propiedades?

·                La respuesta no puede ser otra: su autor lo llamará como quiera, pero lo que está describiendo no es otra cosa que el propio y universal Ser que trasciende todas las cosas y permanece inalterable en todos los procesos del devenir universal.

o               El Ser trascendente es pura potencia en cuanto a que todo acto o forma cabe dentro de él.

o               El Ser trascendente no es limitado, se manifiesta por igual bajo todas las formas, pero no es ninguna determinada.

o               El Ser trascendente es inmutable, permanece bajo todo proceso.

Ilimitado, inmutable, permanente, incorruptible...... ¿A quién se está describiendo? Pues no, no se está describiendo al Ser que todo lo trasciende. Según Aristóteles, ésta es la descripción de su fantástica “Materia Primera”, y un poco más allá, de su también fantástica “Potencia”.

Lo que Aristóteles llama caprichosamente “materia primera”, como algo intangible, común, ilimitado, que permanece inalterable a lo largo del devenir universal, ¿qué es, sino el ejercicio del Ser, uno e idéntico en todas las cosas universales? Y sin embargo, en el pensamiento aristotélico, esta innegable identidad de conceptos entre el Ser y su pretendida “materia primera”, es ocultada bajo ese sustantivo, a todas luces impropio y arbitrario, “materia”, lo cual conlleva una impagable ventaja: al presentarlo como algo nuevo, permite al autor jugar a su antojo con el mismo, pasándolo de ser la entidad por antonomasia (el Ser que todo lo trasciende) a convertirlo en un mero “principio”, algo infinitamente más manejable.

Éste es el argumento más definitivo contra la metafísica de Aristóteles: haber copiado el Ser Trascendido en su “Potencia” y en su “Materia Primera”.

(fin de la cita)

 

 

Hoy día, como consecuencia del empeño en aunar fuerzas en busca de una explicación unitaria del universo, la colaboración entre la filosofía y la física ha llegado a una conclusión muy parecida a la que acabo de exponer, se trata de la identificación de la energía como la materia primera de que habla Aristóteles. Y es que, efectivamente, de la energía puede predicarse exactamente lo mismo que se predica de la materia primera..... y que es lo mismo que puede predicarse del Ser. Esto de hacer un todo con los tres, una especie de “materia primera-energía-Ser” puede sonar a pecado, pero no lo es, porque:

 

o              ¿Qué es la “materia primera”? Nada en definitiva, un simple nombre inventado por el Estagirita para llamar, de otra manera más original (y más censurable) al Ser Trascendido en las cosas.

 

o              ¿Y qué es la energía? Algo absolutamente desconocido e imposible de definir, como no puede ser de otra manera, porque la ciencia física no está capacitada para conocer ni definir la “Mano invisible del Creador”. La misteriosa e invisible energía, origen del Cosmos, no es otra cosa que la mano invisible del Creador.

 

El milagroso “principio-Trascendental” (la Materia 1ª)

 

Bien. Ahora someto al juicio del lector y al de cualquier filósofo verdaderamente independiente, la contradicción en que incurre el autor de esta teoría tan universalmente aceptada (y manoseada):

 

1.             Para no caer en la trampa de que el ente particular (la cosa) pueda consistir en una composición de dos elementos previamente existentes, lo cual sería intolerable, puesto que anterior al ser (el ente) nada hay ni el ser puede ser el resultado de una composición, Aristóteles alumbra la idea de que se trata de una estructura interna, constituida por dos supuestos “principios”, materia y forma, los cuales, como puros principios, no tienen existencia anterior e independiente:.

 

Pero acto seguido y para evitar que la primera unión materia-forma (el primer ente-particular o cosa) surgió de la nada y que todos las sucesivas uniones materia-forma (cambios sustanciales) también van surgiendo de la nada, necesita un “algo” que ya estaba en el origen y que permanece inalterable a lo largo de todo el proceso, y el propio autor nos dice que ese vínculo indestructible que subyace desde el principio es la Materia Primera.

 

La contradicción del autor consigo mismo resulta palmaria:

 

o              Primero ha concebido la materia como un mero “principio” de la estructura interior de la cosa, sin existencia anterior ni exterior al propio ente-particular o cosa

 

o              Y a continuación ha dado por obvio todo lo contrario, que la materia primera existe antes y fuera de todos las cosas, puesto que, según su propia teoría, no cesa con ninguno de ellas en cada cambio (sólo cesa la forma), sino que permanece como vínculo con la siguiente y con todas las sucesivas.

 

2.             Por consiguiente, esa Materia Primera capaz de recibir infinitas formas, que permanece a lo largo de todo el proceso de cambios sustanciales, bien por sí misma o bien a través de materias segundas, consiste en un auténtico sujeto que permanece con vida propia, consiste en el auténtico Ente origen de lo universal, según está expuesto en esta teoría.

 

3.             Esta pretendida concepción hilemórfica del universo, por tanto, es la de un mundo consistente en una única realidad, la realidad de la materia (hyle”) a secas. La clásica realidad del Ser Trascendental, consagrado por Parménides, el Estagirita la ha degradado a la realidad de la “Materia Trascendental”, como no podía ser de otra manera en la mente, a ras de suelo, de este autor.

 

Si la llamada “Materia Primera” permanece antes y después de cada cosa o ente particular, a través de todos los cambios sustanciales, no puede ser un simple “principio” propio de cada uno de los entes. Según está expuesta por su autor, la Materia Primera consiste en lo trascendente, en la única Realidad existente.

 

Queda claro por qué he titulado este apartado como “El milagroso principio-Trascendental”´. No es para menos. El autor comienza su teoría presentándonos a la Materia Primera como un simple “principio” de la estructura interior de cada cosa, es decir, sin existencia propia y anterior a cada cosa; pero sólo con cambiar de página, nos encontramos con que esa misma Materia Primera permanece a lo largo de todos los procesos de cambio sustancial, en los cuales sólo cambian las formas sustanciales, que van reemplazándose unas a otras, pero nunca la Materia Primera, que es una y eterna..... justo lo que la metafísica siempre ha concebido como el Ser Trascendental. Por eso nos hallamos ante un milagroso ungüento que comienza como humilde “principio” y acaba como majestuosa “Realidad Trascendental”.

 

El movimiento endógeno de la finitud

 

Como acabamos de ver con la maravillosa Materia Primera, la mirada de la filosofía tiende a rendirse ante la “evidencia” de lo que la realidad sensorial le presenta: un mundo que se mueve aparentemente sin ayuda de nadie, un mundo de cosas encadenadas, repetidas en el tiempo, como si la razón de existir radicara en sí mismas, causándose y transformándose unas en otras de forma indefinida. La filosofía suele caer en la trampa de querer explicar el universo desde el propio universo. Es así como nace la idea del “cambio sustancial”, con el cual se pretende explicar ese eterno devenir de Heráclito, y para que sea posible, imagina un puente capaz de enlazar todos los “devenires” del universo, porque es un puente capaz de permanecer eternamente: el “Ser en Potencia”, la “sagrada Materia”.

 

La convicción profunda de que las formas sustanciales (las cosas) que apreciamos como diferentes se debe a que, verdaderamente, son realidades diferentes en sí mismas, en vez de manifestaciones diferentes de una sola realidad, el Ser; o dicho de otra manera, el olvido de que la forma va ya incluida en el ser limitado de las cosas (precisamente por ser limitado), ha conducido al pensamiento a un callejón sin salida: explicar cómo lo que en el fondo es uno, el Ser que trasciende, puede, sin embargo, estar integrado por cosas diferentes. Intentar conciliar el ser de Parménides con el devenir de Heráclito, ha consumido el pensamiento filosófico, debido al acérrimo empeño de situar siempre el “porqué” de la finitud dentro de la propia finitud

 

La filosofía aristotélica tiene una visión endógena del movimiento porque sacraliza al universo.

 

En medio de esta innecesaria controversia apareció este pensador, Aristóteles, que se limitó a elaborar una teoría conciliadora entre estas dos partes supuestamente en litigio. Para él, ni es preciso prescindir del ser único ni del devenir múltiple, ambos se conjugan en una realidad permanente que es “ser en potencia”, capaz de recibir “formas temporales en acto”. Con esto no se solucionó el problema, se cerró en falso. Aristóteles contribuyó, como pocos, a lo que antes afirmaba: el empecinamiento en explicar el universo finito desde el propio universo finito, querer explicar toda la realidad a partir de la irrenunciable y tirana “materia”. Podría haber salvado su teoría no introduciendo en ella el concepto “materia segunda” y aceptando el proceso como realmente es:

 

o              Podría haber imaginado la permanencia, a través de todos los cambios sustanciales, de lo que él llama prosaicamente “materia primera” (en vez de llamarlo por su verdadero nombre, el Ser) y la no permanencia de lo que cambia, las formas particulares de ser, las formas sustanciales.

 

Pero es obvio que, si así lo hubiera hecho, jamás le habría salido una teoría sobre el “cambio sustancial”, sino una teoría sobre la “sucesión sustancial”. Parece que las dos expresiones vienen a decir lo mismo, pero no es así. En el primer caso se habla de la transformación de una sustancia en otra diferente; y en el segundo caso se habla, simplemente, de la sucesión en el tiempo de dos sustancias diferentes entre sí. Y esto es lo que voy a intentar, no voy a limitarme a explicar el cambio sustancial desde la endogenia de la propia naturaleza (que es lo que intentó Aristóteles), sino a preguntarme sobre el fenómeno en sí mismo, lo cual él no se preguntó: ¿Existe realmente el cambio sustancial?, o dicho de otra manera ¿Se mueve realmente la finitud?

 

¿Se mueve realmente la finitud?

 

Al describir Aristóteles en qué consiste la llamada “Materia Primera”, en el apartado La máscara del Ser, he dejado escrito esto:

ü             “.......... su autor lo llamará como quiera, pero lo que está describiendo no es otra cosa que el propio y universal Ser que trasciende todas las cosas y permanece inalterable en todos los procesos del devenir universal”.

 

El autor tuvo la osadía de describir exactamente lo que es el Ser , pero poniéndole un nuevo nombrecito acorde con su modo materialista de concebir el universo, y lo bautizó, claro, como “Materia Primera”. Como puede comprobar el lector, en este pasaje yo escribí, con toda rotundidad, que “el Ser trasciende todas las cosas y permanece inalterable en todos los procesos del devenir universal”. Pues bien, que trasciende a todas las cosas es una verdad inapelable, pero en cuanto a que “permanece inalterable en todos los procesos del devenir universal”, por muy bien fundamentado que parezca (tan bien como lo fundamentó el propio Aristóteles, aunque bajo el nombre de Materia Primera), constituye uno de esos problemas metafísicos imposibles de resolver, Y lo digo por lo siguiente:

 

·               El Ser trascendido de las cosas se recibe de quien es el Ser Trascendental, el Ser en sí mismo, la fuente del Ser.

 

·               Es obvio que nos dona el Ser porque es la única fuente del mismo, pero también es obvio que, por el hecho de que lo recibamos, eso no nos convierte a nosotros también en el propio Ser. Si así fuera, seríamos tan infinitos como él.

 

·               Puesto que no somos infinitos como él, puesto que somos limitados, el Ser no se recibe y se queda entre nosotros, no lo recibimos un buen día y ya está, aquí se quedó. ¿Por qué no? Porque eso sería encarcelar al Ser en la temporalidad del mundo, lo cual es imposible. El Ser que nos trasciende es eterno, es lo que “no se queda” porque es ajeno al tiempo.

 

·               Si el Ser trascendido no es tiempo y no se “queda en el tiempo”, el Ser trascendido lo recibimos y lo perdemos instante a instante”, dentro de una dimensión aparente del mundo que hemos bautizado como tiempo, y que en la eternidad del Ser no existe. El Ser es un eterno presente que no cabe dentro de la finitud del tiempo.

 

·               Si la finitud, por su limitación, “no puede albergar el Ser, sino que lo recibe y lo pierde instante a instante”, no puede haber en su seno nada que permanezca y sea sujeto de movimientos (materia primera, cambios sustanciales)

 

A la luz de lo que es el Ser, en la finitud temporal nada hay que permanezca y se mueva. En la finitud temporal hay lo que se recibe y se pierde instante a instante, el Ser Trascendido.

 

·               Por tanto, según este razonamiento y su conclusión, a la pregunta formulada en el encabezamiento ¿Se mueve realmente la finitud?, la respuesta obligada debería ser ésta: No, la finitud no se mueve, la finitud es renovada desde fuera en cada instante....... que es justamente lo contrario de lo que a todo el mundo le parece, incluido el propio Aristóteles y el propio autor de este libro.

 

¿Qué hacemos con el universo entonces? ¿Cómo lo explicamos? Cuanto más se profundiza en él, más misterioso se vuelve. En el capítulo II, la filosofía espiritualista y la ciencia física moderna nos abrieron una pequeña ventana sobre el misterio mismo, desde la cual pudimos comprenderlo como la “Finitud soñada”, como una realidad únicamente formal, exacta en casi todo al complejo mundo de los sueños, en los que el hombre vive, con absoluto realismo, realidades en las que realmente no está, y que son reales únicamente en la realidad de su conciencia (y perdóname de nuevo esta inclinación a hacer juegos de palabras con la “realidad”. Es tan evanescente que se presta a ello).

 

Pero, con lo anterior, tampoco hemos resuelto el problema. Incluso siendo el mundo una realidad sólo soñada, el problema sigue en pie. Si en ese sueño el mundo no es que permanezca y se mueva por sí mismo, conforme a leyes naturales que producen “cambios sustanciales”, sino que es renovado continuamente desde fuera, si el Ser que lo trasciende es recibido, instante a instante, parece obvio que ese ser lo recibiremos ya hecho, con un contenido determinado, porque, de no ser así, en el mundo nada habría. ¿Qué queda, entonces, de las leyes naturales? ¿Qué queda de la ley de leyes, la causalidad? ¿La vida la hacemos nosotros en el tiempo, o la recibimos ya hecha?

 

A esta última pregunta ya contestó García Morente: Mi vida es mía porque soy yo quien la vivo, pero mi vida no es mía porque me la dan ya hecha. En la célebre noche de su “experiencia fundamental”, este catedrático de filosofía se debatió, sin duda, en este mismo dilema, entre si mis vivencias las fabrico yo, o si yo soy un solemne iluso que vive lo que le ponen delante. Estábamos tan felices pensando que, efectivamente, el Ser Trascendido (la “materia 1ª de Aristóteles), una vez recibido por el mundo, en el mundo se quedaba, en todas las cosas permanecía y constituía ese vínculo necesario en los cambios sustanciales, entre la forma sustancial que desaparece y la nueva que emerge. Y de repente nos damos cuenta de un hecho capital que da un vuelco a lo que ya teníamos:

 

ü             El Ser es infinito, es ajeno a las limitaciones del espacio y del tiempo, razón por la cual no “cabe” en el mundo. El Ser no se queda en la finitud porque la finitud es limitación, el Ser “pasa”, se recibe y se pierde en cada instante, alienta vida en un soplo pasajero que se renueva continuamente.

 

La idea es enormemente atractiva. Lo malo es que nos obliga a comenzar otra vez desde cero con esta nueva base, que viene a poner en duda todo lo anterior, no sólo en este libro de este autor, sino en toda la filosofía, incluido en ella el sempiterno Aristóteles. Esta nueva base, sobre la que apoyo un hipotético vuelco en la visión de cómo se producen los movimientos de la finitud, consiste en una experiencia muy sencilla:

 

Los instantes inmóviles y el movimiento.

 

·               Cuando este autor era niño, las primeras películas infantiles que llegaban eran tan precarias que se percibía perfectamente cada salto de una imagen a la siguiente. Pero, a pesar de ese inconveniente, la sucesión de imágenes acababa por dar la sensación de que los personajes se movían. Fue la primera vez que comprendí, asombrado, que eso que a mí me parecía y que los mayores llamaban “movimiento”, no era tal, no era otra cosa que una simple sucesión de instantes, todos diferentes entre sí, pero fijos, inmóviles.

 

·               Si disparas un montón de veces tu cámara y luego proyectas esas fotografías, todas seguidas y con suficiente celeridad, sobre una pantalla, lo que aparece es un trozo de vida en movimiento, una película.

 

·               Este ejemplo tan sencillo sirve para demostrar que quizás el universo que vemos como único, pero cambiando de rostro continuamente, quizás ni sea único ni se mueva, quizás estemos contemplando una sucesión de universos, todos diferentes, cuyo desfile causa la sensación de ser el mismo con diferentes rostros.

 

Puede que el lector piense que en esta forma de plantear la experiencia he hecho trampa. Es cierto que, para conseguir lo anterior, he invertido el orden natural de las cosas, porque según nuestra experiencia, lo primero es la realidad de la vida en movimiento (la película), y lo que hemos hecho aquí, después, es descomponer ese movimiento en sus diferentes instantes (las fotografías fijas). Puede que esté pensando el lector que la verdad es la contraria, que el instante inmóvil (la fotografía) es una simple división de lo ya previamente existente, el movimiento. La solución de este desacuerdo, por tanto, está en determinar cuál es el orden dentro del proceso: ¿Qué es antes? ¿Quién causa a quién? ¿El movimiento a los instantes inmóviles, o los instantes inmóviles al movimiento?

 

o              Es axiomático que la parte es anterior al todo. Por consiguiente, el todo es el resultado de la reunión de las partes, y no al contrario, las partes como resultado de la división del todo. Primero son los instantes inmóviles, fijos, pero diferentes entre sí, y por sucesión de éstos resulta el movimiento.

 

Una vez aclarado cuál es el orden dentro del proceso, volvemos a tomar el razonamiento en el punto que decía: “Si disparas un montón de veces tu cámara y luego proyectas esas fotografías, todas seguida y con suficiente celeridad, sobre una pantalla, lo que aparece es un trozo de vida en movimiento, una película”, y continuamos con el razonamiento, de esta manera:

 

·               Basta con sustituir las fotografías por la acción instantánea del Ser Trascendental, donándonos la vida en cada instante, para que dejemos de percibir el universo como ahora lo percibimos, como una película de algo que está en movimiento, y pasemos a percibirlo como lo que realmente es, como una sucesión de instantes inmóviles y diferentes, en los cuales, obviamente, no nos movemos, sino que el Ser nos trasciende desde fuera.

 

·               Aplicado al proceso del ejemplo “semilla-árbol”, no existe ningún movimiento por el que la sustancia semilla se haya cambiado o transformado en la sustancia árbol, lo que se ha producido es una simple sucesión en el tiempo de la nueva sustancia árbol en el lugar de la anterior sustancia semilla, una simple renovación por la acción del Ser recibido entre un instante y el otro.

 

No se trata, obviamente, de que el Ser infinito que nos dona la existencia, por hacerlo de forma tan fugaz, tenga que donarla ya absolutamente hecha y pormenorizada, puesto que aquí ya no habría, quizás, posibilidad de movimientos. El Dios intervencionista que hasta “tiene contados los cabellos de tu cabeza” solamente es cierto como metáfora, no como realidad. Entre Él y nosotros, a pesar de esta premura en la donación, ha dejado interpuestas las leyes naturales y la voluntad libre del hombre. Puede que, en efecto, se trate de universos diferentes, recibidos desde el Ser instante a instante, aunque el rostro a cada uno lo ponga nuestra forma limitada de asimilarlo.

 

La finitud no dispone del Ser, no es suyo, lo recibe, instante a instante, y lo muestra de forma limitada. Es el hombre que contempla esa sucesión continua de universos diferentes, el que piensa que es sólo uno y se mueve.

 

Con esta nueva hipótesis sobre la manera de recibir el Ser y concebir la apariencia del movimiento, ni quito ni pongo rey, solamente la deposito, como una alternativa más, sobre la misteriosa realidad de la finitud.

 

 

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© Gregorio Corrales.